La brecha entre salarios y precios sigue
aumentando en Cuba, lo que constituye una situación anómala con consecuencias
que van desde el aumento de la corrupción y el robo hasta la amenaza potencial
de disturbios y caos. Y lo peor en este caso es que el principal empleador del
país, el gobierno que controla un Estado totalitario, no enfrenta el problema
con decisión y premura.
Desde 1990 los precios no han cesado de
aumentar. El fin del subsidio soviético y el inicio del llamado “período especial”
trajo como consecuencia que se dispararan las desigualdades en la isla. No es
que éstas no existieran con anterioridad, pero se mantenían en parcelas que delimitaban
privilegios: el grupo dirigente; un sector dedicado al trabajo privado de forma
parcial o completa, más o menos reducido según los años, y por último la
mayoría del sector laboral, que era empleado por el Estado, desde profesionales
hasta auxiliares de limpieza.
Al comenzar a quebrarse esta
parcialización surgieron dos fenómenos hasta entonces desconocidos en Cuba: la
posibilidad de vivir —y de vivir bien— gracias a la entrada permitida de dinero
desde el exterior y la oportunidad de obtener ingresos, en cifras que el
Gobierno no es capaz de pagar, debido a la posesión de determinadas
habilidades, capacidades, bienes o medios.
El primer grupo de beneficiados fue
constituido principalmente por aquellos con familiares residiendo en el
exterior, mientras que el segundo lo formaron desde artistas hasta cocineros y
dueños de los ahora famosos “paladares”.
Tras la llegada de Raúl Castro al mando
de los asuntos cotidianos en la isla, las posibilidades de crecimiento de ambos
grupos se ampliaron.
Sin embargo, el papel del Gobierno se ha
limitado a permitir y no a desarrollar. De hecho, en este terreno las quejas
que se formulan a diario a la actual presidencia es que no avance más rápido en
esa permisividad a cuentagotas, que ha hecho que ahora los cubanos puedan,
desde tener una computadora hasta poder viajar al extranjero.
Claro que al mismo tiempo, ese gobierno
totalitario ha dejado en manos privadas el asunto de conseguir el dinero
necesario, tanto para comprar el equipo como el pasaje.
Es decir, que al tiempo que se han
democratizado las diferencias (ya la
desigualdad no se siente en el viaje del dirigente a los países socialistas
sino en el dinero que tiene el vecino para comprar un televisor de pantalla
gigante), la adquisición de los bienes de consumo han pasado de métodos
políticos y sociales a formas individuales (ya el centro de trabajo y el
colectivo laboral no otorga la autorización
para comprar el televisor, sino el dinero que se recibe del extranjero o que se
gana de forma privada).
Dicho de forma rápida: el Estado cubano
se desentiende cada vez más del problema de la subsistencia de sus ciudadanos.
Se asiste entonces al desarrollo cada vez
mayor de una especie de engendro económico, en que el “carácter socialista”
viene determinado por el monopolio en el comercio de ventas al por mayor, y en
buena medida también al minorista, mientras se desentiende del incremento, o
incluso el mantenimiento, de la creación de empleos bien remunerados.
Esta actuación esquizofrénica solo es
posible de mantener bajo el principio de que el Estado te vende, pero no te
paga lo suficiente para comprar, por lo que mira hacia el exterior para los
ingresos: remesas, turismo, servicios médicos y profesionales en general en
otros países y ventas también en el exterior de productos muy específicos, como
la industria farmacéutica y algunos minerales.
Lo curioso es que, con esta actitud
parásita al extremo, el gobierno logre mantener un control absoluto y sustentar
una retórica nacionalista.
No cabe esperanza alguna de que la
discrepancia entre precios y salarios vaya disminuyendo, sino todo lo
contrario. Limitarse a ver el asunto como el resultado de la existencia de una
dualidad monetaria es interpretar un resultado del problema como la esencia del
mismo.
La dualidad monetaria en Cuba es un
problema que el Gobierno de la isla admite y cuya solución se anuncia, pero
¿cuándo?
Si uno por un momento se detiene en las
últimas declaraciones de quienes se supone están encargados de resolver el
problema, queda más confundido que esperanzado.
El vicepresidente Mariano Murillo, que es
quien se supone se encuentra a cargo de todos los planes que tienen que ver con
la ”actualización” del modelo económico, dijo en la Asamblea Nacional del Poder
Popular, el 19 de diciembre de 2013, que
en Cuba “no habrá terapia de choque, y por la unificación monetaria no van a
subir los precios”. Entonces, qué bueno. Los pensionados, quienes no reciben
remesas desde el exterior y los que se limitan a ganar un mísero sueldo pagado por
el Estado pueden respirar aliviados. Pero luego agregó: “Se respetará la
capacidad financiera del CUC”. Esto último dirigido a quienes tienen dinero
guardado en el banco, pero entonces el día que se unifique el dinero unos
seguirán recibiendo mucho más y otros mucho menos. Porque la clave en la
unificación económica no está en la existencia artificial de dos monedas que
solo circulan en ese país, sino en el verdadero valor de la moneda nacional
frente a las divisas.
Por otra parte, en el mismo lugar y en
fecha más reciente (Asamblea Nacional del Poder Popular, 5 de julio de 2014), el
gobernante Raúl Castro advirtió que la unificación monetaria no “significa la
solución mágica a todos los problemas presentes en la economía”.
Sin embargo, hace apenas cuatro días, el
lunes de esta semana, un economista cubano dijo en el periódico Granma que la dualidad monetaria causa
grandes distorsiones a la economía, frena las inversiones y debió eliminarse
“mucho tiempo atrás”.
Por supuesto que Granma no publica una
declaración de este tipo sin tener la aprobación al más alto nivel, y quien lo
dice no es un economista cualquiera.
“La eliminación de la dualidad cambiaria en el
sector estatal es uno de los más importantes” pasos de las reformas económicas
del gobernante Castro, dijo el economista Joaquín Infante.
La unificación monetaria “debió
efectuarse mucho tiempo atrás”, agregó Infante, doctor en ciencias económicas y
dirigente de la Unión de Economistas de Cuba.
Así que la reforma monetaria no va a implicar una súbita elevación de los precios de los artículos;
tampoco se traducirá en una pérdida de ingresos para quienes tienen ahorros en
CUC y, por supuesto reciben remesas del exterior; aunque tampoco es una
“solución mágica” y al mismo tiempo debió hacerse “mucho tiempo atrás”.
Si uno trata de entender declaraciones
tan contradictorias, solo llega al convencimiento de que cada una de ellas
fueron hechas no para indicar la estrategia económica a seguir, sino como
tácticas destinadas a objetivos momentáneos: tranquilizar a la población,
evitar crear demasiadas falsas esperanzas o buscar atraer inversiones. En
ningún momento buscan ser la clave para el desarrollo económico, sino las
diversas maneras de ganar tiempo.
Se repite así la paradoja del modelo
cubano, donde la falta de eficiencia productiva actúa muchas veces como carta
de triunfo político.