Comienza a verse lo que muchos esperan
que se convierta en realidad en Brasil. Nadie duda que una mujer ocupará la
silla presidencial, pero lo que comenzó como apenas una esperanza o simple
ilusión se encamina con fuerza al Palácio
do Planalto: la candidata ecologista Marina Silva. Malas noticias para la
actual mandataria Dilma Rousseff, pero también para Raúl Castro.
Silva, convertida en candidata
presidencial tras la muerte en un accidente aéreo del socialista Eduardo
Campos, ganaría la presidencia con un 45% de los votos en una segunda vuelta
frente a la actual mandataria según el último sondeo, informa la agencia Efe.
El sondeo del Instituto Ibope para el
canal de televisión Globo y el diario O
Estado de Sao Paulo señaló que Rousseff será la más votada el próximo 5 de
octubre, con un 34%, seguida por Silva, con un 29%, y Neves, con un 19%.
Si se dieran esos resultados, habría una
segunda vuelta, el 26 de octubre, en la que Silva, con un 45%, se convertiría
en presidenta en lugar de Rousseff, quien obtendría un 36%.
Sobre el sondeo que la perfila como
favorita, Silva habló rápidamente con los periodistas que la esperaban y
afirmó: “El sondeo es un retrato de momento y todavía tenemos una larga jornada
al frente”.
Mucho puede cambiar de ahora a las
elecciones. Sin embargo, de producirse un triunfo de Silva ocurrirán cambios en
el vínculo entre Brasilia y La Habana. No es que se interrumpirán los cada vez
más fuertes vínculos económicos entre ambos países, es simplemente que la Plaza
de la Revolución dejará de tener un aliado incondicional.
En repetidas ocasiones Silva ha expresado
su desacuerdo con los nexos demasiado estrechos entre Brasil y Cuba, y también,
aunque en un grado menor, con Venezuela. Ha dicho que Brasil debe defender la
democracia y los derechos humanos de una forma más activa en la región,
desempeñar un papel mediador en los conflictos y manifestarse públicamente en
favor de elecciones libres en la Isla, la liberación de los presos políticos y
el fin de la represión. No es que la candidata se presente como una aliada
incondicional de Washington. También ha manifestado su rechazo al embargo
norteamericano.
Se debe enfatizar que estas declaraciones
han sido formuladas en años anteriores, no de cara a un proceso electoral sino
como una opinión sincera de sus convicciones. Y en esta mujer, con una
trayectoria personal y política no dada a las concesiones ni al discurso de
ocasión, sus palabras no deben tomarse a la ligera.
Silva, exministra de Medio Ambiente de Luiz
Inácio Lula da Silva, nacida en una comunidad dedicada a la extracción de
caucho de la Amazonía y analfabeta hasta los 16 años, pudiera escribir una
página hasta ahora inédita en Latinoamérica: la llegada al poder de una figura
popular alejada de las intenciones populistas; una extracción muy humilde que
nunca le ha servido para impulsar ideas revolucionarias ni radicalismos
políticos, sino para servir de ejemplo de superación personal, y lo que es más
importante y valioso en estos momentos para Brasil: una demostrada luchadora
contra la corrupción.
No todo en Silva está libre de infundir
reservas, como su activismo evangélico y su rechazo al aborto y los matrimonios
homosexuales. También existen grandes dudas sobre si, de llegar a la
presidencia, será capaz de crear un gobierno que funcione.
Esta última interrogante se fundamenta en
buena medida no solo en su falta de experiencia sino en el hecho de que, por
circunstancias muy específicas —la muerte de Campos— encabeza la boleta de un
partido que no es suyo, sino en el que se refugió cuando no consiguió inscribir
a su partido Red Sustentabilidad ante el máximo órgano electoral porque no
fueron verificadas las firmas necesarias.
Lo que fue una simbiosis de momento ha
derivado en una posibilidad real de gobernar Brasil. Santos estaba en campaña
no porque pensara que sería capaz de ganar las elecciones, sino como preparación
para la próxima elección, luego de que Rousseff triunfara en esta y cumpliera
su segundo mandato. Era la alternativa futura, que proponía una tercera vía al Partido de los
Trabajadores (PT, en el poder) y al Partido de la Socialdemocracia (PSDB,
oposición), los cuales gobiernan el país desde hace dos décadas. A los efectos
de estos comicios, Campos estaba relegado a un tercer lugar, tras Rousseff,
como favorita para la reelección, seguida por el entonces su principal rival,
el socialdemócrata Aecio Neves.
Silva, por su parte, aportaba su
popularidad a la boleta conjunta con Campos. En 2010 ya fue candidata a la
presidencia y obtuvo el tercer lugar, con casi 20% de los votos. Su problema
era —y es— la falta de un partido propio.
Este panorama se ha modificado por
completo en la actualidad, y la elección brasileña se ha convertido
fundamentalmente en un duelo entre dos mujeres, con dos visiones políticas diferentes
y dos trayectorias disímiles.
Sin significar una vuelta al
neoliberalismo, una victoria de Silva, quien además ha advertido del peligro de
que el actual gobierno brasileño derive hacia un chavismo, aunque moderado,
cambiaría en parte las prioridades políticas no solo en Brasil sino en su
proyección en la región. Al menos hay que esperar que, a diferencia de Lula y Rousseff,
no mirará hacia otra parte, sonreirá u optará por reírse abiertamente —como
hizo Lula junto a Raúl cuando los periodistas preguntaron al gobernante cubano
sobre la muerte de Orlando Zapata—, ante los abusos en la Isla. Y eso para los
cubanos significaría un gran paso de avance.