La anunciada actuación del dúo Buena Fe
en Miami ha vuelto a colocar en las noticias el rechazo, por parte de un sector
del exilio, a lo que se ha dado en llamar política de intercambio cultural
entre Cuba y Estados Unidos.
En ocasiones anteriores, la queja y
denuncia frente a esta política de Washington ha sido resumida en una oración:
“Gloria Estefan no ha ido a cantar a la Isla, mientras que Silvio Rodríguez ya
se ha presentado en Estados Unidos”. Y aunque ahora el dúo Buena Fe es un caso
particular en una ciudad donde todas las semanas se presentan artistas
procedentes de Cuba, el concierto a realizarse mañana jueves sirve a la vez de
ejemplo y pretexto dentro de una larga controversia, donde lo que se conoce
como anticastrismo radical ha ido perdiendo terreno a lo largo de los años.
En primer lugar, hay que señalar la
singularidad del evento. A diferencia de otros artistas, que no más desembarcar
en esta ciudad sus primeras palabras son que no van a hablar de política y que
lo suyo “es el arte”, al dúo se le reprocha tanto su participación en
actividades gubernamentales —acto de celebración del cumpleaños de Fidel Castro
este año, funerales del presidente venezolano Hugo Chávez— como también ciertos
comentarios sobre las Damas de Blanco. Así que puede decirse que Buena Fe no
solo no elude la polémica sino que la ha buscado.
El segundo aspecto a tener en cuenta es
que el concierto se celebrará en el Miami-Dade County Auditorium, una
instalación del condado Miami-Dade, cuyo alcalde ha ratificado que no se
cancelará el contrato para realizarlo.
En su decisión, el alcalde se apoyó en el
criterio del abogado condal Robert Cuevas, quien manifestó que Miami-Dade no
puede cancelar el evento debido al contrato firmado con sus productores y a los
principios expresados en la Primera Enmienda.
Hay que recordar que en febrero de 2013 la
empresa Fuego Entertainment Inc, que dirige Hugo Cancio, dedicada mayormente a
celebrar eventos con artistas provenientes de Cuba, ganó una demanda contra la
compañía que administra Homestead Speedway, la cual fue impuesta tras esa
compañía cancelar el concierto que Cancio promovía con la presencia de varios
grupos y artistas de la Isla. El fallo concedió a Fuego Entertainment una
compensación por más de medio millón de dólares. Se reconoció que Homestead
Speedway tenía derecho a cancelar el concierto, pero que ello implicaba compensar
por la perdidas a Fuego Entertainment Inc.
Por su parte, la presentación de Buena Fe
en Miami corre a cargo de Blue Night Entertainment. Participará también el
trovador Frank Delgado y el concierto está dedicado al cine cubano. El dúo ya
ha actuado con anterioridad en esta ciudad.
Edificios
emblemáticos
El Miami Dade County Auditorium es un
edificio cultural no solo emblemático de la ciudad sino particularmente del
exilio, donde tradicionalmente se han celebrado veladas de recordación de la
“Cuba de ayer”, con canciones alegóricas y entusiasta participación del
público.
En eso de escoger lugares cargados de simbolismo
para el exilio, al parecer Buena Fe o/y sus promotores han estado especialmente
interesados. Otro de sus conciertos se llevó a cabo en el teatro Manuel Artime,
en La Pequeña Habana, sitio preferido para los actos de las organizaciones
anticastristas y que lleva el nombre de quien fuera líder político de la
Brigada 2506.
Más allá de los aspectos específicos que
han desatado esta protesta, a efectuarse el día del concierto, dos cuestiones merecen
la pena mencionarse.
Una es el énfasis, dado por el propio
alcalde de Miami-Dade, Carlos Giménez, al derecho a protestar, pero
“pacíficamente”. Y es que resulta cuestionable la eficacia de una acción de
protesta —si se quiere de una táctica— que a través de los años ha demostrado
no solo ser inútil, sino además servir de pretexto para hablar de la
intolerancia en esta ciudad. Basta recordar el concierto de los Van Van en esta
ciudad en 1999.
Ese último año del siglo pasado, Juan
Formell actuó por primera vez aquí, en la ya desaparecida Miami Arena. La
ocasión sirvió para que el sector más recalcitrante del exilio escribiera una
de sus páginas más penosas: botellas lanzadas contra los asistentes, una
algarabía que no tenía nada que envidiar a un actor de repudio en la Isla y los
canales de televisión locales cómplices de aquel espectáculo bochornoso a la
entrada del evento.
La noche de aquel concierto, la música de
Formell triunfó a toda regla y el exilio tradicional inició una retirada
ideológica que sobrevive hasta nuestros días.
La segunda cuestión que resulta muy
difícil de entender en Miami, por parte de ese sector del exilio cada vez más disminuido,
es el significado y objetivo que para Washington tienen los intercambios
culturales.
Lo que tradicionalmente ha sido usado por
el gobierno estadounidense como vía de acercamiento —medio para propagar en un
sistema totalitario el “estilo de vida americana” y canal indirecto y limitado
de influir y propagar la democracia y el funcionamiento de la sociedad civil
occidental— es visto en Miami como confrontación y puja de fuerza.
Intercambios
culturales
Cuando la administración de Barak Obama retomó
la línea de su predecesor demócrata Bill Clinton ―con mayor énfasis y buscando más amplitud de criterios―, lo que hizo fue volver a
un tipo de “intercambio”, propulsado pero enunciado a medias, que se concibe
por parte de la Casa Blanca como un objetivo a realizar entre Washington y La
Habana, no entre La Habana y Miami. Al igual que los mexicanos según Borges, en
las muertes atribuidas a Billy the Kid, los exiliados quedaron fuera del
conteo.
El argumento de falta de reciprocidad
—artistas del exilio anticastrista no solo actuando sino exponiendo sus puntos
de vista políticos en La Habana o cualquier ciudad de Cuba—, que se escucha a
diario en Miami y en se lee en Internet, parte de una premisa falsa.
Cuando Washington habla de intercambios
culturales entre Cuba y Estados Unidos, se refiere precisamente a que artistas
y grupos culturales de las dos naciones realicen visitas, sin incluir
necesariamente la actuación de artistas exiliados.
La política de embajadores culturales,
típica de la guerra fría, nunca fue concebida como una forma de confrontación,
sino todo lo contrario.
A Moscú fue Benny Goodman y Dave Brubeck,
no una orquesta de balalaikas de inmigrantes rusos. Louis Armstrong fue de
embajador musical a diversos países tras el final de la II Guerra Mundial y en
plena guerra fría, incluso a varias naciones africanas que estrenaban su
independencia, no Nina Simone, una excelente cantante y pianista de marcada
participación en el movimiento de derechos civiles.
El exilio cubano comete el error de
juzgar los intercambios culturales bajo la ilusión de Miami como nación. Hay
exiliado que aún creen que cualquier aspecto de la política estadounidense
hacia Cuba debe funcionar de acuerdo a sus intereses, y de que ellos
representan a Estados Unidos en cualquier aspecto de la relación entre
Washington y La Habana.
En el caso de los intercambios culturales
entre Cuba y EEUU, estos incluso no llegan a la categoría de un programa del
Departamento de Estado, sino que todo se ha limitado a la facilitación de visas
de entrada y permisos de viaje por parte de Washington. El equivalente por
parte del gobierno cubano ha sido la nueva ley migratoria.
De lo que podría llamarse la primera etapa
del intercambio cultural —esa que se extendió hasta el gobierno de George W.
Bush— quedó poco de valor por apuntar en ambas partes. Apocalípticos e
integrados bajo las categorías de la tolerancia y la intolerancia, en el exilio
se desaprovechó la oportunidad de definir una posición que evitara la
manipulación del régimen castrista.
La incapacidad de arrojar el lastre de un
nacionalismo provinciano hizo que junto al hostigamiento contra un supuesto
enemigo llegado de la isla se incrementara la sobrevaloración de la nación
existente antes del primero de enero de 1959. Un fenómeno con culpables no solo
en La Pequeña Habana.
Algunos en esta ciudad y en Washington
intentaron cerrar la puerta para no ver lo que ocurría en la otra orilla. A 90
millas, se optó por omitir o reducir al mínimo la labor cultural, que en condiciones
adversas se desarrolla en Miami.
Pese a las limitadas aperturas aciales, no
hay que olvidar que por décadas en Cuba se censuraron nombres y logros. Y no
hay que hacerlo por afán de justicia o simplemente revanchismo, sino
simplemente porque todavía en algunos casos se censuran.
La prensa oficial de la isla padece un
síndrome de idiotismo censor, que solo se explica a partir del apoyo de las
esferas de poder. Debían padecer un bochorno enorme quienes en la prensa
oficial cubana por muchos años omitieron los nombres de los músicos cubanos en
cualquier premiación internacional ―especialmente
en EEUU, especialmente en lo relativo a los premios Grammy―, y si no les ocurre.
Si no son conscientes del ridículo, es
que el temor se los impide. Y ese temor, por supuesto, tiene nombre y casa en
la Isla. Este argumento estaría incompleto sin reconocer que mucho ha cambiado
en Cuba en este sentido, si se compara con el vacío existente décadas atrás.
Pero no solo se deben reconocer los avances, sino llamar la atención sobre lo
mucho que queda pendiente. Con una pequeña nota que aparezca en una publicación
especializada no se resuelve el problema: se ejerce una pobre justificación.
En esta nueva etapa de los intercambios,
al menos dos factores han cambiado por completo el marco del debate. Uno es la
existencia del Internet, una esfera de acción que en gran medida define el
terreno.
El
segundo factor es la existencia de una juventud, que en forma múltiple y
con los criterios más disímiles, ha llegado para ocupar su legítimo lugar en lo
que hasta hace poco se limitaba mayormente a quienes estaban alrededor de los
cincuenta años de edad.
Sentido
común
Si la política de Washington hacia Cuba del
presidente Obama ha sido definida a buchitos —en el mejor de los casos, ya que
se ha caracterizado por su inercia– una de las pocas gotas de sentido común ha
sido la reanudación de los encuentros académicos, artísticos y culturales en
general.
Esa política tiene mucha mayor
importancia que la actuación del dúo Buena Fe en Miami. Si en realidad produce
tanto rechazo este dúo, la mejor respuesta sería dejar el teatro vacío (las entradas al concierto ya han sido vendidas casi en su totalidad. De acuerdo
a Progreso semanal todavía hay
boletos disponibles).
Como parte de la actitud hacia la Isla,
implantada durante la época de George W. Bush, el Departamento de Estado revocó
la excepción de 1999, que permitía a los artistas visitar y actuar en EEUU. Se
volvió a la época de Ronald Reagan, que prohibía la entrada a todo aquel que
pudiera ser considerado un empleado del gobierno cubano, ya que su labor beneficiaría
a La Habana.
Todo eso ha cambiado, en parte porque
quienes eran empleados entonces ya no lo son —y están desempleados, jubilados o
laboran en instrucciones financiadas en buena medida o totalmente con fondos
provenientes del extranjero— y en parte también por el convencimiento de que
dicho criterio se ha tornado obsoleto no solo para Cuba sino también para este
país.
Los efectos de aquella política
discriminatoria afectaba no solo a los artistas, la cara más visible y mediática
del intercambio. También los científicos de Cuba y EEUU eran considerados sujetos
que había que mantener aislados en sus respectivos laboratorios y centros de
estudio, sin permitírseles la posibilidad del intercambio y la confrontación. A
los especialistas de distintas ramas les resultaba casi imposible viajar a La
Habana y durante años las universidades vieron como, una y otra vez, quedaban
vacías las sillas de los invitados de la Isla, que no lograban el permiso de
entrada a EEUU.
El cambio de política no solo ha
beneficiado a los partidarios del gobierno cubano —o a quienes aún, por las
razones más diversas, continúan manifestando, si no fidelidad militante al
menos acatamiento al sistema imperante en la Isla— sino también a quienes
realizan una labor independiente o expresan criterios propios. Ello se ha visto
tanto en universidades como en los diversos foros académicos.
En el caso de los artistas, no se trata
de algo tan simple como las ganancias que pudieran obtener producto de un
concierto, merecidas por cierto. En cumplimiento de las normas que rigen el
embargo norteamericano, los músicos cubanos no reciben ingresos por sus
actuaciones. Sin embargo, una gira implica una mayor difusión de sus obras y un
aumento en las ventas de sus discos compactos —que desde 1988 se venden
legalmente en las tiendas de todo el país, especialmente en Miami.
Para quienes aún se declaran a favor de
la exclusión de quienes vienen de Cuba, ésta se fundamenta en impedir que el
régimen cubano se beneficie de sus artistas y científicos. Un razonamiento
esgrimido infatigablemente en La Calle Ocho a lo largo de muchos años. Hay sin
embargo una doble moral en ello.
Esa doble moral se puso de manifiesto
especialmente durante los ocho años de mandato de Bush, al permitir a los
agricultores estadounidense viajar a Cuba, para vender sus productos, y al
mismo tiempo impedir a los artistas venir a actuar a este país o a los
investigadores participar en congresos científicos.
Hay también una doble moral en quienes en
Miami se declaran en contra de artistas y conciertos, pero por las más diversas
razones no solo viajan a la Isla sino continúan comprando en establecimiento
que obtienen partes de sus ganancias con las ventas de artículos destinados a
quienes viven en Cuba. Y en Miami, este negocio no se limita a las agencias de
viajes y tiendas especializadas, sino que se extiende a cualquier supermercado
o bodega y farmacia de esquina.
La otra cara de asumir una posición moral
a ultranza, es que hay que ser consecuente y llevarla a cabo plenamente.
Doble
censura
También un argumento socorrido al tratar
este tema es apoyar unas restricciones con otras. Quienes defienden que
artistas de la isla no puedan actuar en Miami argumentan que músicos del exilio
no se escuchan en la radio cubana. Curioso eso de tener que acudir al enemigo a
falta de una explicación mejor. La censura en Cuba como la justificación
perfecta para ejercerla en esta ciudad. En vez de condenar ambas, establecer
una relación simbiótica malsana. Un tipo de anticastrismo que mejor se
definiría como la etapa final del totalitarismo.
En el fondo, lo que rige en quienes
buscan la prohibición de que artistas de la Isla actúen en Miami —y hacen todo
lo posible para negarles escenarios— es la creencia de que el exilio cubano,
especialmente el de Miami, es tan inmaduro políticamente, que hay que
mantenerlo alejado de cualquier visitante que pueda disgustarle.
Lo mejor para todos es recordar que en
este país existe la Primera Enmienda, que garantiza la libertad de expresión —hasta
de opiniones que no nos gusten, no compartamos o no sean compartidas por todos—
y que dicha enmienda vale tanto para quienes cantan como para quienes
protestan. Por ello debe ser respetado el derecho a protestar, pero igualmente
hay que expresar satisfacción ante la decisión del alcalde Giménez de no
cancelar el concierto.
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