lunes, 22 de septiembre de 2014

Fantasías maduras


A principios de 1953, meses antes de su muerte, Stalin denunció una supuesta conspiración dirigida por prestigiosos médicos de la Unión Soviética, mayormente judíos. Al parecer el presidente venezolano Nicolás Maduro considera que no puede ser menos, y acaba de lanzar su propia campaña contra los facultativos. Con ello no hace más que continuar una espiral creciente de acusaciones dementes y conspiraciones ridículas.
La campaña antijudía de Stalin era un pretexto para efectuar una nueva purga dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética, pero no pudo concluirla porque se murió antes. La de Maduro parece tener el mismo objetivo, pero por otros rumbos y ámbitos. Un país donde el gobernante “pone al descubierto” una nueva conspiración casi a diario es extremadamente peligroso: nunca se sabe en qué momento uno podría comenzar a “conspirar” y terminar en la cárcel.
Por ejemplo, va caminando por la calle y se le cruza un gato, y ahí mismo queda involucrado en “la conspiración de los gatos”. Y lo peor del caso es que no se sabe qué gatos son buenos y cuáles resultan malos. Simplemente hay que recordar que algunas veces algunos gatos se han comido algunos ratones, y que por supuesto la campaña ha sido instrumentada en Estados Unidos: las instrucciones se reciben cifradas en las imágenes de Sylvester y Tweety Bird. No por gusto a Maduro se le ha aparecido Chávez en forma de pajarito, y  hay para sospechar con esa predilección de la USAID por los tweets.
Ahora Maduro acusa al diario El Nuevo Herald, la cadena CNN en Español y al canal colombiano NTN24 de encabezar una “campaña terrorista” contra el pueblo venezolano. El asunto parece serio —tal como lo cuenta el gobernante—, porque implica incluso un frustrado ataque bacteriológico.
Maduro no solo acusa a la prensa, sino agrega que en la conspiración habían participado los máximos organismos médicos venezolanos, como el Colegio de Médicos de Aragua y la Federación Médica de Venezuela.
Llama la atención que un país donde todo camina tan mal, los ataques más terribles se frustren desde el inicio. Claro que se podrá argumentar que para ello están los agentes cubanos, pero el asunto va más allá. Al final queda la impresión de que Maduro tiene un inmenso baúl de recuerdos ajenos, propios de otros sistemas totalitarios que le han antecedido, y los va sacando sin orden ni concierto, según mete la mano como niño travieso.
Eso sí, siempre estas supuestas conspiraciones acaban en una orden a la fiscal de la república, Luisa Ortega Díaz, para que tome acciones legales contra “los conspiradores” (esto hace sospechar que el mandatario no es de tan poco lustre como dicen por ahí, y que se ha leído su Gogol, su Lewis Carroll, incluso hasta su Shakespeare, y que si se le oye gritar “¡Córtenle la cabeza!” no es un gesto despótico sino una muestra de cultura).
Todos los días el gobernante sale por la televisión ordenando el inicio de un proceso legal, ya sea por el artículo de un experto economista aparecido en la prensa extranjera o la opinión de cualquiera. Lo suyo es acusar una y otra vez indiscriminadamente, en un intento de hacer ruido continuo con la intención de tapar la realidad de lo que ocurre en el país.
Sin embargo, las conspiraciones, acusaciones y amenazas son las prácticas que requieren mayor acción, cuando el mecanismo represivo se arriesga más a dejar a las claras que se excede. Hay otro procedimiento mucho más silencioso e incluso efectivo: desde hace años, primero con Chávez y ahora con Maduro, el régimen de Caracas ha optado por la censura.
El diario El Universal despidió a una popular caricaturista por una viñeta sobre la crisis en el sector de la salud, en la que aparecía un electrocardiograma que tenía la firma del fallecido Hugo Chávez.
El Universal fue adquirido en julio por el grupo español Epalisticia S.L. Se desconocen los nombres de los socios del consorcio ibérico y el costo de la compra.
Del periódico ya se han retirado una veintena de articulistas de El Universal, en su mayoría críticos del gobierno.
Entre agosto del 2013 y lo que va del año han cerrado varios diarios regionales por la falta de papel generada por el retraso del gobierno en la venta de divisas para importar el producto.
Un diario tan importante como El Nacional, fuerte crítico del gobierno, se ha visto afectado por la falta de papel y la caída en la publicidad, que lo ha llevado a bajar más de 30% sus páginas y reducir el personal.
De amenazar con la cárcel al estrangulamiento económico, los instrumentos de censura son múltiples.
Chávez repetía a menudo que la prensa conspiraba para derrocarlo. A Maduro le ha bastado darle de nuevo cuerda al disco rayado.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 22 de septiembre de 2014.


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