A principios de 1953, meses antes de su
muerte, Stalin denunció una supuesta conspiración dirigida por prestigiosos
médicos de la Unión Soviética, mayormente judíos. Al parecer el presidente
venezolano Nicolás Maduro considera que no puede ser menos, y acaba de lanzar
su propia campaña contra los facultativos. Con ello no hace más que continuar
una espiral creciente de acusaciones dementes y conspiraciones ridículas.
La campaña antijudía de Stalin era un
pretexto para efectuar una nueva purga dentro del Partido Comunista de la Unión
Soviética, pero no pudo concluirla porque se murió antes. La de Maduro parece
tener el mismo objetivo, pero por otros rumbos y ámbitos. Un país donde el
gobernante “pone al descubierto” una nueva conspiración casi a diario es
extremadamente peligroso: nunca se sabe en qué momento uno podría comenzar a
“conspirar” y terminar en la cárcel.
Por ejemplo, va caminando por la calle y
se le cruza un gato, y ahí mismo queda involucrado en “la conspiración de los
gatos”. Y lo peor del caso es que no se sabe qué gatos son buenos y cuáles
resultan malos. Simplemente hay que recordar que algunas veces algunos gatos se
han comido algunos ratones, y que por supuesto la campaña ha sido instrumentada
en Estados Unidos: las instrucciones se reciben cifradas en las imágenes de Sylvester
y Tweety Bird. No por gusto a Maduro se le ha aparecido Chávez en forma de
pajarito, y hay para sospechar con esa
predilección de la USAID por los tweets.
Ahora Maduro acusa al diario El Nuevo Herald, la cadena CNN en
Español y al canal colombiano NTN24 de encabezar una “campaña terrorista”
contra el pueblo venezolano. El asunto parece serio —tal como lo cuenta el
gobernante—, porque implica incluso un frustrado ataque bacteriológico.
Maduro no solo acusa a la prensa, sino
agrega que en la conspiración habían participado los máximos organismos médicos
venezolanos, como el Colegio de Médicos de Aragua y la Federación Médica de
Venezuela.
Llama la atención que un país donde todo
camina tan mal, los ataques más terribles se frustren desde el inicio. Claro
que se podrá argumentar que para ello están los agentes cubanos, pero el asunto
va más allá. Al final queda la impresión de que Maduro tiene un inmenso baúl de
recuerdos ajenos, propios de otros sistemas totalitarios que le han antecedido,
y los va sacando sin orden ni concierto, según mete la mano como niño travieso.
Eso sí, siempre estas supuestas
conspiraciones acaban en una orden a la fiscal de la república, Luisa Ortega
Díaz, para que tome acciones legales contra “los conspiradores” (esto hace
sospechar que el mandatario no es de tan poco lustre como dicen por ahí, y que
se ha leído su Gogol, su Lewis Carroll, incluso hasta su Shakespeare, y que si
se le oye gritar “¡Córtenle la cabeza!” no es un gesto despótico sino una
muestra de cultura).
Todos los días el gobernante sale por la
televisión ordenando el inicio de un proceso legal, ya sea por el artículo de
un experto economista aparecido en la prensa extranjera o la opinión de
cualquiera. Lo suyo es acusar una y otra vez indiscriminadamente, en un intento
de hacer ruido continuo con la intención de tapar la realidad de lo que ocurre
en el país.
Sin embargo, las conspiraciones,
acusaciones y amenazas son las prácticas que requieren mayor acción, cuando el
mecanismo represivo se arriesga más a dejar a las claras que se excede. Hay
otro procedimiento mucho más silencioso e incluso efectivo: desde hace años,
primero con Chávez y ahora con Maduro, el régimen de Caracas ha optado por la
censura.
El diario El Universal despidió a una popular caricaturista por una viñeta
sobre la crisis en el sector de la salud, en la que aparecía un
electrocardiograma que tenía la firma del fallecido Hugo Chávez.
El
Universal fue adquirido en julio por el grupo
español Epalisticia S.L. Se desconocen los nombres de los socios del consorcio
ibérico y el costo de la compra.
Del periódico ya se han retirado una
veintena de articulistas de El Universal,
en su mayoría críticos del gobierno.
Entre agosto del 2013 y lo que va del año
han cerrado varios diarios regionales por la falta de papel generada por el
retraso del gobierno en la venta de divisas para importar el producto.
Un diario tan importante como El Nacional, fuerte crítico del
gobierno, se ha visto afectado por la falta de papel y la caída en la
publicidad, que lo ha llevado a bajar más de 30% sus páginas y reducir el
personal.
De amenazar con la cárcel al
estrangulamiento económico, los instrumentos de censura son múltiples.
Chávez repetía a menudo que la prensa
conspiraba para derrocarlo. A Maduro le ha bastado darle de nuevo cuerda al
disco rayado.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 22 de septiembre de 2014.