lunes, 15 de septiembre de 2014

¿Son de Fidel las tiendas de Miami?


Diversas organizaciones del exilio en esta ciudad van a protestar contra un concierto del dúo Buena Fe, bajo el poco original slogan de “las calles de Miami no son de Fidel”. Es cierto, no son de Fidel las calles. Pero, ¿y las tiendas donde se venden los uniformes que usan los escolares en la isla?
Por supuesto que tampoco. Uno entra en ellas y no que tiene preocuparse por si hay este u otro artículo. Para comprar el mencionado uniforme escolar no se requiere de esa absurda asignación que posibilita adquirir sólo uno al año —y en los grados de fin de un nivel de enseñanza, como 9no o 12mo, nadie se ve obligado a escoger entre comprar saya o pantalón nuevo, o decidir si le hace más falta una blusa o camisa—, así como tampoco a nadie le ha pasado por la cabeza exigir un documento de autorización emitido por la escuela.
Así que definitivamente las tiendas de Miami tampoco son de Fidel, aunque al mismo tiempo sus clientes sirven al gobierno cubano: le resuelven este y muchos otros problemas.
Vale añadir que nada se resolvería con implantar una medida represiva y prohibir este tipo de venta. Resultaría, en última instancia contraproductivo y antidemocrático. Así que la solución no está en un boicot, como tampoco resuelven mucho las protestas contra bongoseros, tocadores de guitarra o cantantes que llegan aquí a buscar dólares.
Tampoco es negar el saludable derecho a la protesta. Pero más allá de garantizar ese derecho, cabe preguntarse por la eficacia de una acción —si se quiere de una táctica— que a través de los años ha demostrado no sólo ser inútil sino además servir de pretexto para hablar de la intolerancia en esta ciudad.
La solución sería bien sencilla. Viene un artista o grupo que resulta desagradable o contrario a la forma de ser o el punto de vista predominante en el exilio y simplemente nadie va a verlo.
El problema con los músicos es igual al de los uniformes. Cada vez hay más cubanos residentes en esta ciudad para los cuales no importa lo que digan o como se comportan los artistas cuando regresan a la isla —los últimos en llegar ni siquiera se preocupan en negarse “a hablar de política” y nos dicen claramente lo que piensan—, y que ponen a un lado el hecho de que les están resolviendo un problema al gobierno cubano si, en primer lugar, ellos consideran que a quienes realmente están ayudando es a sus familias. Y tienen razón.
Sin embargo, a su vez reflejan una situación actual, y es que el exilio —en su caracterización ideológica— se está diluyendo, tiende a desaparecer aunque perduran tanto las causas que les dieron razón de ser como las que hacen que en la actualidad continúe.
Entre ese existir —y el aprovecharse de las leyes y medidas que lo facilitan aquí en Estados Unidos— y la desvirtualización de sus supuestos objetivos primarios se define su realidad presente. Más que criticarla —algo, por otra parte, también válido— lo que importa es analizarla.
Lo más socorrido es decir entonces que se ha producido una transformación, en la que más que hablar de un exilio activo hay que mencionar que se trata de una emigración. Añadir que esta emigración cada vez más se asemeja a la que por muchas décadas han realizado quienes llegan a este país en busca de una mejor vida, no importa si desde México, Centroamérica u otro país. No se debe condenar a nadie que intente mejorar su vida, sobre todo si uno hizo lo mismo antes.
Pero esta explicación adolece de un problema, y es que enmascara el hecho de que el éxodo cubano continúa respondiendo a razones políticas. Al igual que La Habana, Washington actúa de acuerdo a sus intereses: mantener una estabilidad social y política forzada a 90 millas de sus costas.
Aquí es donde todos, cubanos de aquí y allá, optan en común por la válvula de escape como solución a los problemas cotidianos. En la isla se prefiere pedir ayuda a los parientes antes que enfrentar la protesta simple —pero no exenta de consecuencias— de mandar a los hijos sin uniforme a la escuela. En el exilio se vuelve, pero no se regresa.
Si lo que actúa con mayor fuerza sobre el individuo, al marchar al exilio, es el sentimiento de incapacidad para regir su vida, puede afirmarse que los que se han ido de Cuba en los últimos años continúan siendo rehenes, sino de Castro de sus familias.
Al final todo se reduce a la esperanza del justo tiempo humano y pensar que ni “el Partido es inmortal” ni los Castro son eternos. Mientras tanto el futuro cubano se sigue definiendo en la espera, así en La Habana como en Miami.

Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 15 de septiembre de 2014. 

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