Desde que se produjo el fallecimiento de
Oswaldo Payá y Haroldo Cepero, aquel 22 de julio de 2012 en Bayamo, Cuba, lo que
pudo haber ocurrido no ha dejado de ser noticia. Y en esa primera línea del
desasosiego —con declaraciones, arrepentimientos y versiones diversas de lo
ocurrido— siempre ha estado un español de rostro pícaro y expediente de
conducir de alocado (creado no por Cuba sino en su país, antes del viaje a la
isla). Ahora ese joven se encuentra de visita en Miami. Por cerca de una semana
Ángel Carromero disfruta de estar en el lugar propicio para extenderse en sus
justificaciones y reclamos.
Carromero es caso cerrado para los
gobiernos de Cuba y España: culpable del accidente automovilístico que causó la
muerte de Paya y Cepero. Por supuesto que el proceso judicial y la condena tuvieron un
componente político esencial, pero tanto La Habana como Madrid prefieren no
hablar de ese aspecto.
De esta forma, durante el juicio no se destacó
que los dos jóvenes políticos europeos que viajaron a Cuba —Carromero y el sueco,
Jens Aron Modig, que salió ileso—llevaron dinero para organizar un grupo
opositor entre los jóvenes. Ni siquiera se mencionó que no se trataba de un
viaje aislado, sino que formaba parte de un esfuerzo que se venía desarrollando
dentro del Partido Popular de España, que otros políticos españoles habían
viajado con anterioridad a Cuba con igual propósito.
Por su parte, Carromero se limitó a
recitar el guión que le habían escrito en la Seguridad del Estado y a los pocos
meses estaba en España y quince días más tarde caminaba libremente por las
calles de Madrid (la constante referencia al localizador electrónico que lleva
en el tobillo no deja de ser ridícula: ¡por favor, no es el grillete de José
Martí!).
Resultaba absurdo pensar que la posterior
petición de indulto de Carromero al regreso a su patria iba a prosperar, y que
de esta forma se rompería un pacto entre los gobiernos de Cuba y España.
Demasiados empresarios y turistas españoles visitan la isla, demasiado fácil
lograr que alguno o varios cometieran cualquier “delito”. Así que desde el
principio todo no pasó de un acto mediático.
Tras buscar ese indulto imposible,
Carromero ha continuado esa especie de vals sobre las olas donde se mezclan la
política de dos naciones, un libro de redacción infame y narración dudosa y un
reclamo justo, pero que tiene en su figura el peor de los representantes.
Cuesta arriba el congeniar con un
individuo involucrado en un accidente automovilístico que, según el diario
español El País, del 3 de agosto de
2012, había perdido su carnet de conducir por “homicidio por conducción imprudente”.
Agrega el periódico que se trata de un “delito penado entre uno y diez años de
cárcel, había acumulado 45 multas de tráfico desde marzo de 2011, tres de ellas
por exceso de velocidad, aunque la mayoría eran infracciones por aparcamiento
indebido que no generan la retirada de puntos. Antes de esa fecha tenía otras
sanciones por infracciones más graves, que dieron paso a la decisión de
Tráfico, que le comunicó que le iba a retirar la licencia”.
El reclamo justo es, por supuesto, lograr
una investigación independiente sobre la muerte de Payá y Cepero. Pero ello es
más bien una quimera. También un objetivo, pero no el único.
La denuncia al régimen castrista, el
mantener viva la imagen de Payá y el alboroto político de seguro también han
contado —y cuentan— como objetivos. Nada hay de reprochable en ellos en la
lucha contra un régimen totalitario.
Sin embargo, todo lo relacionado con el
denegado indulto —y la querella presentada por la familia Payá en Madrid contra
el gobierno cubano, que también fue desestimada— no debe impedir ver otro
ángulo del mismo asunto: es cierto que la naturaleza represiva —y asesina
cuando ha sido necesario— del régimen de los hermanos Castro lleva no sólo a
sospechar sino a la creencia de que hubo una persecución y un hostigamiento
que, en última instancia, tuvieron responsabilidad en el aparente accidente de
tránsito. Es más, en general las circunstancias políticas y sociales en que se
vive en Cuba, más allá de lo específico de cualquier caso, llevan a inculpar al
régimen.
Sólo que entonces surge la pregunta: ¿y
qué más? Porque el camino arduo, hostil y casi imposible de lograr una
investigación internacional al respecto, no debe olvidar la otra cara de la
realidad cubana, y es que la muerte del opositor ha tenido poca o ninguna
repercusión en la isla, y que poco o nada a destacar han realizado los miembros
de su organización que aún no han abandonado el país; o en mucho silencio ha
tenido que ser para que no se sepa.
Desplazada de Cuba a Miami la actividad
opositora alrededor de Payá, Carromero ha aprovechado este hecho para
promocionar su libro. En misión editorial en esta ciudad y con permiso para
viajar fuera de España, aunque nadie espera verlo conducir por el Palmetto
expressway.
Una versión de esta columna aparece en la
edición de El Nuevo Herald del lunes 13 de octubre de 2014.
Foto: Rosa María Payá, hija del fallecido
disidente cubano Oswaldo Payá, acompaña al dirigente español Ángel Carromero
durante una rueda de prensa el viernes en La Ermita de la Caridad en Miami. (PEDRO
PORTAL/EL NUEVO HERALD)-