domingo, 12 de octubre de 2014

Carromero: con licencia para viajar


Desde que se produjo el fallecimiento de Oswaldo Payá y Haroldo Cepero, aquel 22 de julio de 2012 en Bayamo, Cuba, lo que pudo haber ocurrido no ha dejado de ser noticia. Y en esa primera línea del desasosiego —con declaraciones, arrepentimientos y versiones diversas de lo ocurrido— siempre ha estado un español de rostro pícaro y expediente de conducir de alocado (creado no por Cuba sino en su país, antes del viaje a la isla). Ahora ese joven se encuentra de visita en Miami. Por cerca de una semana Ángel Carromero disfruta de estar en el lugar propicio para extenderse en sus justificaciones y reclamos.
Carromero es caso cerrado para los gobiernos de Cuba y España: culpable del accidente automovilístico que causó la muerte de Paya y Cepero. Por supuesto que  el proceso judicial y la condena tuvieron un componente político esencial, pero tanto La Habana como Madrid prefieren no hablar de ese aspecto.
De esta forma, durante el juicio no se destacó que los dos jóvenes políticos europeos que viajaron a Cuba —Carromero y el sueco, Jens Aron Modig, que salió ileso—llevaron dinero para organizar un grupo opositor entre los jóvenes. Ni siquiera se mencionó que no se trataba de un viaje aislado, sino que formaba parte de un esfuerzo que se venía desarrollando dentro del Partido Popular de España, que otros políticos españoles habían viajado con anterioridad a Cuba con igual propósito.
Por su parte, Carromero se limitó a recitar el guión que le habían escrito en la Seguridad del Estado y a los pocos meses estaba en España y quince días más tarde caminaba libremente por las calles de Madrid (la constante referencia al localizador electrónico que lleva en el tobillo no deja de ser ridícula: ¡por favor, no es el grillete de José Martí!).
Resultaba absurdo pensar que la posterior petición de indulto de Carromero al regreso a su patria iba a prosperar, y que de esta forma se rompería un pacto entre los gobiernos de Cuba y España. Demasiados empresarios y turistas españoles visitan la isla, demasiado fácil lograr que alguno o varios cometieran cualquier “delito”. Así que desde el principio todo no pasó de un acto mediático.
Tras buscar ese indulto imposible, Carromero ha continuado esa especie de vals sobre las olas donde se mezclan la política de dos naciones, un libro de redacción infame y narración dudosa y un reclamo justo, pero que tiene en su figura el peor de los representantes.
Cuesta arriba el congeniar con un individuo involucrado en un accidente automovilístico que, según el diario español El País, del 3 de agosto de 2012, había perdido su carnet de conducir por “homicidio por conducción imprudente”. Agrega el periódico que se trata de un “delito penado entre uno y diez años de cárcel, había acumulado 45 multas de tráfico desde marzo de 2011, tres de ellas por exceso de velocidad, aunque la mayoría eran infracciones por aparcamiento indebido que no generan la retirada de puntos. Antes de esa fecha tenía otras sanciones por infracciones más graves, que dieron paso a la decisión de Tráfico, que le comunicó que le iba a retirar la licencia”.
El reclamo justo es, por supuesto, lograr una investigación independiente sobre la muerte de Payá y Cepero. Pero ello es más bien una quimera. También un objetivo, pero no el único.
La denuncia al régimen castrista, el mantener viva la imagen de Payá y el alboroto político de seguro también han contado —y cuentan— como objetivos. Nada hay de reprochable en ellos en la lucha contra un régimen totalitario.
Sin embargo, todo lo relacionado con el denegado indulto —y la querella presentada por la familia Payá en Madrid contra el gobierno cubano, que también fue desestimada— no debe impedir ver otro ángulo del mismo asunto: es cierto que la naturaleza represiva —y asesina cuando ha sido necesario— del régimen de los hermanos Castro lleva no sólo a sospechar sino a la creencia de que hubo una persecución y un hostigamiento que, en última instancia, tuvieron responsabilidad en el aparente accidente de tránsito. Es más, en general las circunstancias políticas y sociales en que se vive en Cuba, más allá de lo específico de cualquier caso, llevan a inculpar al régimen.
Sólo que entonces surge la pregunta: ¿y qué más? Porque el camino arduo, hostil y casi imposible de lograr una investigación internacional al respecto, no debe olvidar la otra cara de la realidad cubana, y es que la muerte del opositor ha tenido poca o ninguna repercusión en la isla, y que poco o nada a destacar han realizado los miembros de su organización que aún no han abandonado el país; o en mucho silencio ha tenido que ser para que no se sepa.
Desplazada de Cuba a Miami la actividad opositora alrededor de Payá, Carromero ha aprovechado este hecho para promocionar su libro. En misión editorial en esta ciudad y con permiso para viajar fuera de España, aunque nadie espera verlo conducir por el Palmetto expressway.
Una versión de esta columna aparece en la edición de El Nuevo Herald del lunes 13 de octubre de 2014.
Foto: Rosa María Payá, hija del fallecido disidente cubano Oswaldo Payá, acompaña al dirigente español Ángel Carromero durante una rueda de prensa el viernes en La Ermita de la Caridad en Miami. (PEDRO PORTAL/EL NUEVO HERALD)-


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