El 14 de enero de 2013 los cubanos amanecieron con una nueva
ley migratoria. A partir de entonces, nos hemos acostumbrado a las fotos en que
aparecen disidentes y periodistas independientes ante las cámaras, visitando
países y participando en conferencias internacionales. ¿Cuáles son los
resultados en favor de la democracia en la isla tras un año y algo más de nueve
meses de entrada en vigor de estas medidas, si nos limitamos al llamado
movimiento opositor? Puede decirse que pocos y pobres.
Ante todo es bueno aclarar tres
incomprensiones, que siempre salen a relucir cuando se discute sobre el tema.
La
primera es mencionar la represión que sufren quienes se enfrentan al
régimen, y agregar que con eso ya tienen bastante. Por lo tanto, hay que
dejarlos llevar a cabo su trabajo en las difíciles condiciones que enfrentan.
Pero cualquiera que tiene el valor de asumir una labor política se convierte de
inmediato en figura pública, y entre los riesgos y beneficios que se enfrentan
con ese destino está el ser enjuiciado, por dentro, fuera y desde todos los
ángulos.
La segunda es un simplismo: “el enemigo
de mi enemigo es mi amigo”. Sin embargo, ni la crítica convierte a quien la
hace en enemigo automático del criticado, ni el cuestionamiento es
necesariamente un acto de enemistad, rechazo y mucho menos hostigamiento. Se
puede criticar y apoyar cuando es necesario.
La tercera sí implica un acto de
desprecio: considerar que es muy fácil criticar desde el exilio cuando otros
“se juegan el pellejo”. Aquí lo mejor es limitarse a dos hechos. Uno, que
durante una época el simple hecho de solicitar la salida del país constituía un
acto de rebelión, y si no “el pellejo”, uno se jugaba el futuro. El otro, más
general, es que el análisis de una situación no se limita a quienes la padecen,
como tampoco el estar enfermo otorga de por sí el conocimiento para hablar de
la enfermedad.
Así que uno no es menos anticastrista ni
le hace el juego al enemigo por tener una visión crítica sobre la actuación y
los resultados de la oposición en Cuba.
Ese manto de impunidad, con que algunos
en el exilio buscan cubrir a la disidencia no hace más que perjudicar al mismo
movimiento.
Por ello resulta difícil otorgarle algún
peso a una declaración formulada a este mismo periódico por Berta Soler, líder
de las Damas de Blanco, cuando dice que “si nosotros no podemos sentarnos a
hablar sobre una normalización [de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos],
mejor no hacerla, porque si nos excluyen, es como que no somos parte del pueblo
de Cuba.
Cabe la posibilidad de que la líder
opositora estuviera pensando, al formular tal declaración, en algo parecido a
la firma de un nuevo “Tratado de París”, pero en tal caso serían necesario dos
aspectos básicos antes de formular el reclamo: mambises y guerra, que ahora no
existen. Una cosa es ser parte del pueblo, y otra bien distinta es representar
a ese pueblo.
El ya famoso editorial de The New York Times, en que se pide “reanudar
relaciones diplomáticas” con Cuba y “acabar con un embargo insensato” no está
destinado a poner fin a la Ley Helms-Burton, porque el diario sabe que de
momento eso es imposible, y es precisamente en esa ley donde entra el aspecto
de la falta de democracia en Cuba.
Lo que aparentemente busca el NYT es lograr el establecimiento de
nexos diplomáticos más amplios, aunque lo que realmente busca es ampliar los
viajes. Es decir, que se permita el turismo estadounidense a la isla.
Sus objetivos primordiales son
económicos, aunque para ello formula el transitar la vía diplomática.
“Reanudar relaciones diplomáticas, para
lo cual la Casa Blanca no necesita respaldo del Congreso, le permitiría a
Estados Unidos ampliar áreas de cooperación en las cuales las dos naciones ya
trabajan conjuntamente”, como la regulación de los flujos migratorios y las
operaciones marítimas. El NYT no lo especifica,
pero detrás de esto lo que están son los viajes turísticos y el evitar un éxodo
masivo.
En este sentido, el reclamo de los
derechos humanos tiene poco peso, no a los efectos morales y éticos, sino de la
economía y la política práctica.
El propio diario despacha de un plumazo
el problema represivo, al decir que aunque el gobierno “autoritario” de la isla
“sigue acosando a disidentes”, en años recientes “ha liberado a la mayoría de
los presos políticos que llevaban años tras las rejas”. Con esto,
indirectamente, deja fuera a las Damas de Blanco de la ecuación.
Aquí es donde la disidencia cubana
enfrenta un grave problema. Porque si determinadas fuerzas están ejerciendo
presión sobre la Casa Blanca, no sobre el Congreso, para lograr un cambio, los
opositores tienen poco que mostrar para contrarrestar esta presión, salvo la
última foto en una capital de Europa.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 27 de octubre de 2014.