domingo, 26 de octubre de 2014

Derechos humanos y disidencia viajera


El 14 de enero  de 2013 los cubanos amanecieron con una nueva ley migratoria. A partir de entonces, nos hemos acostumbrado a las fotos en que aparecen disidentes y periodistas independientes ante las cámaras, visitando países y participando en conferencias internacionales. ¿Cuáles son los resultados en favor de la democracia en la isla tras un año y algo más de nueve meses de entrada en vigor de estas medidas, si nos limitamos al llamado movimiento opositor? Puede decirse que pocos y pobres.
Ante todo es bueno aclarar tres incomprensiones, que siempre salen a relucir cuando se discute sobre el tema.
La  primera es mencionar la represión que sufren quienes se enfrentan al régimen, y agregar que con eso ya tienen bastante. Por lo tanto, hay que dejarlos llevar a cabo su trabajo en las difíciles condiciones que enfrentan. Pero cualquiera que tiene el valor de asumir una labor política se convierte de inmediato en figura pública, y entre los riesgos y beneficios que se enfrentan con ese destino está el ser enjuiciado, por dentro, fuera y desde todos los ángulos.
La segunda es un simplismo: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Sin embargo, ni la crítica convierte a quien la hace en enemigo automático del criticado, ni el cuestionamiento es necesariamente un acto de enemistad, rechazo y mucho menos hostigamiento. Se puede criticar y apoyar cuando es necesario.
La tercera sí implica un acto de desprecio: considerar que es muy fácil criticar desde el exilio cuando otros “se juegan el pellejo”. Aquí lo mejor es limitarse a dos hechos. Uno, que durante una época el simple hecho de solicitar la salida del país constituía un acto de rebelión, y si no “el pellejo”, uno se jugaba el futuro. El otro, más general, es que el análisis de una situación no se limita a quienes la padecen, como tampoco el estar enfermo otorga de por sí el conocimiento para hablar de la enfermedad.
Así que uno no es menos anticastrista ni le hace el juego al enemigo por tener una visión crítica sobre la actuación y los resultados de la oposición en Cuba.
Ese manto de impunidad, con que algunos en el exilio buscan cubrir a la disidencia no hace más que perjudicar al mismo movimiento.
Por ello resulta difícil otorgarle algún peso a una declaración formulada a este mismo periódico por Berta Soler, líder de las Damas de Blanco, cuando dice que “si nosotros no podemos sentarnos a hablar sobre una normalización [de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos], mejor no hacerla, porque si nos excluyen, es como que no somos parte del pueblo de Cuba.
Cabe la posibilidad de que la líder opositora estuviera pensando, al formular tal declaración, en algo parecido a la firma de un nuevo “Tratado de París”, pero en tal caso serían necesario dos aspectos básicos antes de formular el reclamo: mambises y guerra, que ahora no existen. Una cosa es ser parte del pueblo, y otra bien distinta es representar a ese pueblo.
El ya famoso editorial de The New York Times, en que se pide “reanudar relaciones diplomáticas” con Cuba y “acabar con un embargo insensato” no está destinado a poner fin a la Ley Helms-Burton, porque el diario sabe que de momento eso es imposible, y es precisamente en esa ley donde entra el aspecto de la falta de democracia en Cuba.
Lo que aparentemente busca el NYT es lograr el establecimiento de nexos diplomáticos más amplios, aunque lo que realmente busca es ampliar los viajes. Es decir, que se permita el turismo estadounidense a la isla.
Sus objetivos primordiales son económicos, aunque para ello formula el transitar la vía diplomática.
“Reanudar relaciones diplomáticas, para lo cual la Casa Blanca no necesita respaldo del Congreso, le permitiría a Estados Unidos ampliar áreas de cooperación en las cuales las dos naciones ya trabajan conjuntamente”, como la regulación de los flujos migratorios y las operaciones marítimas. El NYT no lo especifica, pero detrás de esto lo que están son los viajes turísticos y el evitar un éxodo masivo.
En este sentido, el reclamo de los derechos humanos tiene poco peso, no a los efectos morales y éticos, sino de la economía y la política práctica.
El propio diario despacha de un plumazo el problema represivo, al decir que aunque el gobierno “autoritario” de la isla “sigue acosando a disidentes”, en años recientes “ha liberado a la mayoría de los presos políticos que llevaban años tras las rejas”. Con esto, indirectamente, deja fuera a las Damas de Blanco de la ecuación.
Aquí es donde la disidencia cubana enfrenta un grave problema. Porque si determinadas fuerzas están ejerciendo presión sobre la Casa Blanca, no sobre el Congreso, para lograr un cambio, los opositores tienen poco que mostrar para contrarrestar esta presión, salvo la última foto en una capital de Europa.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 27 de octubre de 2014.

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