El fotógrafo suizo René Burri comenzó su
carrera siendo aún niño, a los 13 años, al retratar a Winston Churchill en
Zúrich. A partir de ese momento, toda su trayectoria se definiría entre dos
polos: la instantánea apegada al testimonio y la composición de una imagen que
busca trasmitir una opinión o idea, ya sea mediante el simbolismo o simplemente
por medio de un sujeto convertido en objeto. Fue en la primera de estas fórmulas
donde acumuló mayores méritos, y al fallecer el domingo a los 81 años ya
ocupaba desde hacía décadas un puesto destacado entre los fotorreporteros. Fue
precisamente en la fotografía en blanco y negro, hecha con una Leica, donde se encuentran
sus mejores obras. Por supuesto que formó parte de la agencia Magnum hasta su
fallecimiento a causa de un cáncer. Más que un sitio de trabajo una definición
que alcanzó su logro mayor en el retrato que le hizo a Ernesto “Che”, Guevara,
por el cual se le identifica en todo el mundo. Como ocurrió en otros casos, no
sería hasta cuatro años después de la muerte del guerrillero que la foto no se
hizo famosa, algo que nunca le preocupó: Burri consideraba que todo el valor de
esa instantánea no radicaba en el sujeto fotografiado sino en el encanto del
humo.
Es inevitable al hablar de Burri el
recordar a Henri Cartier-Bresson. Tanto en cuanto los unía como en aquello que
los distanciaba. Fue el propio Burri quien habló de esa distancia en una
entrevista.
“En aquellos días Henri Cartier-Bresson
nos tenía limitados a usar solamente lentes de 35 mm a 90 mm. Cuando le mostré
las fotos dijo: ‘¡Brillante René!’. Salí ahuera y grité: ‘¡Hah!’. Él me oyó y
exclamó: ‘¿Qué fue eso?’. ‘Nada, no te preocupes’, le respondí. El lente que
había utilizado era de 180 mm, pero nunca se lo dije. En ese momento, rompí mis ataduras con mi mentor, maté a mi
mentor”.
La fotografía a que se refiere Burri es una
de sus mejores y emblemáticas, en una
dirección completamente opuesta a las imágenes en pequeño formato. Hombres en el tejado, tirada en Sao
Paulo, Brasil, muestra el interés del fotógrafo por la geometría y la
arquitectura. De hecho mantuvo una larga amistad con Oscar Niemeyer y Le
Corbusier, del cual también hizo un célebre retrato. La foto, realizada como
parte de una asignación para la revista Praline, muestra en un solo cuadro a la
multitud recorriendo a pie y automóvil las calles de la ciudad, al tiempo que
destaca a un pequeño grupo de hombres en un techo, y establece así un contraste
entre los dos grupos, como si habitaran mundos diferentes.
La famosa foto del Che apareció en
pequeño tamaño dentro de un reportaje de la revista Look, y Burri se encargó de describir posteriormente las
circunstancias en que realizó su trabajo.
Burri viajó a la Isla junto a Cartier-Bresson en 1963, los dos con el
objetivo de captar imágenes de la revolución cubana y en particular del Che
Guevara. Ambos trabajando para la agencia Magnum fueron enviados por las
revistas Look y Life respectivamente.
A los pocos minutos de encontrarse con
Guevara, en el octavo piso de su oficina en el Hotel Riviera, estalló una
fuerte discusión ideológica entre el guerrillero y la periodista que viajaba
con Burri, Laura Bergquist.
"No me miró ni en un solo
momento", contó luego Burri, pero ello no lo detuvo para aprovechar lo que
llamó la "increíble oportunidad “de fotografiar al Che en todo tipo de
situaciones: sonriendo, furioso, de espaldas, de frente. "Gasté ocho
rollos de película", dijo a su regreso.
También describió a Guevara como “un
hombre arrogante, pero con encanto ... Era como un tigre en una jaula”.
Cartier-Bresson, que a su vez captó al
Che en otra ocasión durante el mismo viaje, y quien no solo realizó una foto igualmente
famosa sino escribió su experiencia en un libro,
dijo del revolucionario que lo percibía como “un hombre violento pero
realista”, para agregar: “Un hombre persuasivo y un verdadero anarquista, pero
no es un mártir. Uno siente que si la revolución en Cuba resultara aniquilada,
el Che reaparecería en otro lugar de Latinoamérica, vivo y arrojando bombas”.
Las fotografías de Guevara realizadas por
Burri y Cartier-Bresson, durante la visita de estos a Cuba en 1963, guardan un
contraste interesante con la tan famosa imagen del Che hecha por Alberto Korda.
Al contemplarlas unidas, las diferencias hacen evidente que lo importante no es
el sujeto que aparece retratado, sino la fecha en que son publicadas. La imagen
definitiva hecha por Korda, con el encuadre que la hace célebre, estuvo
guardada en un archivo por varios años, las otras fueron publicadas de
inmediato, aunque su celebridad es también posterior a la muerte del fotografiado.
Entre ellas se encierra la distancia que va del hombre al mito.
Esa distancia entre ellas encierra la
historia de la revolución cubana. La de Cartier. Bresson nos muestra a un Che
jovial y joven —pese a las arrugas prematuras del rostro. El llamativo reloj en
el brazo izquierdo, las dos copas y la taza de café al frente contribuyen a
humanizar el retrato. Pero es la sonrisa del guerrillero la que nos devuelve a
la época en que aún era posible la duda: nada más alejado de las intrigas por
el poder, los combates sin escapatoria en la aridez del campo latinoamericano y
el empecinamiento en una lucha a muerte que ese argentino —porque la
instantánea permite otorgarle una nacionalidad y no perderlo en un símbolo— que
mira confiado y risueño a sus supuestos interlocutores.
La foto de Burri es quizá la que mejor
capta las características personales del sujeto, un hombre distante y altanero,
como lo describió el mismo fotógrafo, que mira desafiante a la cámara. Ese
desprecio no es heroico ni revolucionario, es simplemente inherente al individuo.
Nos llega a través del lente no solo en la forma de desafío, sino de altanería.
Como en las otras dos, demuestra esa fotogenia única que caracterizó al Che.
Si la foto de Korda logra acaparar una
eternidad que ahora se resume en camisetas y carteles para turistas y manifestantes
tras una ilusión perdida, la de Cartier-Bresson es un documento histórico y la
de Burri un reflejo personal. La primera y famosa se identifica con un período
convulso, que afectó a todos los países. La otras dos nos devuelven a una época
de ilusión en solo una isla; Cartier-Bresson trasmite una mirada triste pero no
ese rechazo en blanco y negro que caracteriza a la imagen lograda por Burri.
La fascinación por retratar al Che y a
Castro fumando forma de por sí toda una iconografía. Cartier-Bresson, al igual
que Korda, tienen fotos de Castro fumando. Todos los fotógrafos cubanos y
extranjeros que persiguieron las mismas imágenes repetidas de aquellos primeros
años fueron tras actos similares. Incluso el visitante más célebre de entonces.
Refriéndose a los “gruesos labios rojos” de Castro, en una descripción cargada
de erotismo, Jean Paul Sartre describe que los ha visto “trágicos o coléricos,
nunca sensuales —salvo quizá cuando se cierran como un puño alrededor de un
largo tabaco generalmente apagado”.
René Burri comenzó a trabajar para la
agencia Magnum en 1956. A partir de ese momento cubrió los acontecimientos
políticos más importantes alrededor del mundo. Antes había estudiado en la
Escuela de Artes y Oficios de Zúrich y brevemente como asistente de camarógrafo
para los estudios de Walt Disney en Suiza. Pero en realidad hasta entonces su
mérito más importante se reducía a una foto, del estadista y famoso fumador
británico, hecha con una vieja cámara Kodak en 1946. Todo el humo y la gloria
estaban por venir.
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