El diario The New York Times acaba de publicar un editorial que pide el fin
del embargo. Nada nuevo para un sector del exilio de Miami, que siempre ha
considerado a ese diario como un “nido de comunistas”. Tampoco es novedosa la
propuesta para quienes desde hace años consideran que la política
estadounidense hacia el régimen de Castro debe ser modificada.
¿Qué importancia tiene este documento
ahora? Mucha, si se considera que forma parte de una campaña constante —en la
que ha participado el propio periódico— por erosionar las normas establecidas
desde hace décadas contra el gobierno de La Habana, y que al mismo tiempo el
texto no es más que un reflejo de un cambio de mentalidad que se percibe en los
votantes estadounidenses, el cual ha sido documentado tanto en las encuestas de
opinión como en hecho de que un candidato a gobernador por la Florida y una
posible aspirante a la nominación demócrata para las próximas elecciones
presidenciales han declarado abiertamente que están en contra del embargo.
Así que de pronto, no de forma sorpresiva
sino consecuencia de un cambio paulatino, estar en contra del embargo ha dejado
de ser tabú. Ya no implica perder las credenciales de anticastrista, aunque
algunos en Miami aún persistan en afirmar lo contrario, y tampoco es un riesgo
imposible de asumir cuando alguien se lanza a una contienda política.
Si bien hay cierta satisfacción en ver
como poco a poco avanza el criterio del carácter obsoleto de la actual política
estadounidense, al mismo tiempo se percibe que para lograr ello hay que pagar
un precio con el que no se está de acuerdo: considerar el fin del embargo como
una especie de varita mágica que abrirá las puertas para acelerar un cambio
hacia la democracia en Cuba.
Algunas de las razones actuales para el
levantamiento del embargo son malintencionadas en sus pronunciamientos y
lógicas en su práctica. Detrás de ellas se encuentran intereses comerciales,
que no solo buscan vender unos cuantos productos.
Otros motivos de rechazo pueden ser
debatidos con argumentos similares, aunque de signo contrario. Entre ellos, la
afirmación de que el embargo hay que suprimirlo para quitarle una excusa al
régimen castrista y la acusación de que éste es el causante de buena parte de
la miseria en Cuba.
Al gobierno de La Habana le sobran las
excusas y la pobreza que impera en la isla es una de las mejores tácticas con
que cuentan los hermanos Castro, al utilizar la escasez como un instrumento de
represión.
A estas alturas el embargo ya no es
una medida que se valora de forma positiva, en el país donde un mandatario la
promulgó en 1962, luego de tener a buen resguardo una provisión tal de tabacos
que le sobreviviría. Kennedy no vivió lo suficiente para conocer que no era
violar la ley, sino el tabaco cubano lo que resultaba dañino. Fidel Castro lo
supo a tiempo y dejó de fumar. Por su parte, el embargo ha comenzado a hacer
humo..
Una de las razones para declararse en
contra del embargo en estos momentos es la sospecha de que su apoyo ha dejado
de ser parte de una agenda electoral
triunfadora —tanto del Partido Republicano como del Demócrata— porque ya no
constituye uno de los pocos incentivos que se les pueden ofrecer a los votantes
cubanoamericanos. No es, por otra parte, un criterio demostrado en las urnas, y
aún candidatos de ambos partidos —por convicción, cautela o cobardía— han decidido mantenerse distantes o repetir declaraciones anteriores, pero ello no se aplicaría necesariamente en el caso del presidente
Barack Obama, y es sobre él que es más factible ejercer la presión. Es lo que estamos
viendo.
Así que la batalla del embargo se define
en dos términos muy precisos. En el marco presidencial, libre aún por dos años
de un objetivo electoral inmediato, en la urgencia de que haga algo durante
este período privilegiado en que su actuación no sería de cara a las urnas sino
a la marcha del país. Es lo que The New
York Times define como “una oportunidad para desencadenar un logro
histórico”.
“Cuando mira un mapa del mundo, el
presidente Obama debe sentir angustia al contemplar el lamentable estado de las
relaciones bilaterales que su administración ha intentado reparar. Sería
sensato que el líder estadounidense reflexione seriamente sobre Cuba, donde un
giro de política podría representar un gran triunfo para su gobierno”, comienza
el editorial de The New York Times.
En el terreno político más inmediato, de
la cara a las próximas elecciones legislativas, la batalla por el embargo se
define en otros términos, no a través del avance sino del retroceso: el imponer
de nuevo restricciones a los viajes, mediante una reformulación de la Ley de
Ajuste Cubano con vistas a prevenir esos viajes por refugiados cubanos en
Estados Unidos. Sin embargo, lo que constituye el embargo en sí, la ley Helms-Burton,
no está siendo cuestionada por los candidatos a representantes en el Congreso
por el distrito 26, el demócrata Joe García y el republicano Carlos Curbelo. Es
el caso de la gobernación de la Florida, entre el republicano Rick Scott y el demócrata
Charlie Crist donde esta diferencia es patente: Christ se ha declarado en
contra del embargo.
Inversiones
y embargo
Un aspecto que hasta ahora ha favorecido
el mantenimiento del statu quo comercial con la
Isla es que se trata de un mercado menor. Si Cuba fuera China, ya hace
rato no habría embargo. En cierta medida esto podría estar cambiando con
la nueva ley de inversiones aprobada por el gobierno cubano.
“En marzo, la Asamblea Nacional de Cuba
pasó una ley con el fin de atraer inversión extranjera. Con capital brasileño,
Cuba está construyendo un puerto marítimo, un enorme proyecto que solo será
económicamente viable si se suspenden las sanciones estadounidenses”, señala el
editorial del Times. Aquí el
periódico se coloca a las claras a favor del mejoramiento de la economía
cubana,
“El proceso de las reformas ha sido lento
y ha habido reveses. Pero en conjunto, estos cambios demuestran que Cuba se
está preparando para una era post-embargo. El gobierno afirma que reanudaría
con gusto las relaciones diplomáticas con Estados Unidos sin condiciones
previas”, añade la publicación.
“Washington podría hacer más para
respaldar a las empresas norteamericanas que tienen interés en desarrollar el
sector de telecomunicaciones en Cuba. Pocas se han atrevido por temor a las
posibles repercusiones legales y políticas.
De no hacerlo, Estados Unidos estaría
cediendo el mercado cubano a sus rivales. Los presidentes de China y Rusia
viajaron a Cuba en julio con miras a ampliar vínculos.
Reanudar relaciones diplomáticas, para lo
cual la Casa Blanca no necesita respaldo del Congreso, le permitiría a Estados
Unidos ampliar áreas de cooperación en las cuales las dos naciones ya trabajan
conjuntamente. Estas incluyen la regulación de flujos migratorios, operaciones
marítimas e iniciativas de seguridad de infraestructura petrolera en el Caribe.
El nivel y envergadura de la relación podría crecer significativamente, dándole
a Washington más herramientas para respaldar reformas democráticas. Es factible
que ayude a frenar una nueva ola migratoria de cubanos desesperanzados que
están viajando a Estados Unidos en balsas”, agrega el Times.
Para el periódico estadounidense, un
cambio en la política del embargo no solo impulsaría las reformas sino
impediría un éxodo masivo hacia EEUU, la amenaza más fuerte que el gobierno de
La Habana, directa e indirectamente, ha utilizado como motivo fundamental para
el reclamo de ayuda por parte de su enemigo tradicional: una situación de
inestabilidad política y social en la Isla va en contra de los intereses de
EEUU, aunque el precio a pagar sea el mantenimiento de la dictadura.
En este sentido, y de acuerdo al
editorial del periódico estadounidense, el levantamiento del embargo jugaría
dos papeles: serviría para evitar un estallido social en la isla y al mismo
tiempo contribuiría al cambio paulatino hacia una serie de reformas que a la
larga contribuiría a llevar el capitalismo y la democracia a la Isla.
Sin embargo, este análisis no debe
limitarse a los fines y medios, en la utilización de un cambio en las
restricciones para contribuir al crecimiento de la sociedad civil y propiciar
cambios económicos, y en última instancia políticos, en favor de la libertad en
Cuba, sino también a la capacidad del embargo como instrumento para llevar
igual democracia a la isla. Y es aquí donde el Times incide en lo que constituye la crítica de mayor importancia
en contra de mantener la actual política estadounidense.
La valoración positiva del embargo
encierra por lo general dos equívocos: uno es la subordinación mecanicista de
la política a la economía, que se traduce en aplicar un criterio estrecho al
caso cubano. Repetir aquello de “lo bueno que tiene esto es lo malo que se está
poniendo”.
Esta actitud siempre ha chocado contra la
realidad cubana. Durante los largos años de gobierno de Fidel Castro, éste
siempre actuó como un gobernante, de forma dictatorial y despótica, pero nunca
como un empresario. Fue un político que se movió mejor en las situaciones de
crisis que en las épocas de “bonanza” (las comillas obedecen a que el régimen
nunca ha conocido ni le ha interesado establecer en Cuba un período de “vacas
gordas”). Si Raúl Castro ha emprendido una vía de “actualización” del modelo,
que se interpreta como la autorización de algunas reformas tímidas, no se
pueden equiparar libertades económicas y políticas, a partir de que ambas son
necesarias. El desarrollo de la disidencia en la Isla ha obedecido a un
desgaste político, no económico.
El segundo error es hacer depender la
evolución política del país de una medida económica dictada desde el exterior,
por otro gobierno y en otra nación. El embargo es una ley hecha en Estados
Unidos, no es una creación de los opositores a Castro en la isla.
Desde hace años el embargo ha perdido ―si
alguna vez tuvo― su valor de palanca para impulsar la democracia. Al ceder o
estar reducido al máximo el poder presidencial para cambiar la ley, quienes la
defienden no dejan de repetir unas exigencias que, de por sí, sitúan su final
en un momento utópico, cuando tras la desaparición de los hermanos Castro se
establezca en Cuba una democracia perfecta y un respeto a los derechos humanos
intachable, además de un comercio sin barreras y una industria privada sin
límites. Muy bonito, pero también poco práctico. Cierto que en su intolerancia,
el régimen de La Habana no responde a incentivo alguno, verdad también que hay
un largo historial en que el gobierno castrista ha puesto obstáculos y trampas
a cualquier avance en las relaciones con Washington, aunque la ausencia de un
plan manifiesto y conocido de incentivos parciales no hace más que ayudar a las
fuerzas reaccionarias en ambas orillas del estrecho de la Florida.
En igual sentido, la falacia de que una
mayor entrada de productos norteamericanos conllevará una mayor libertad es
otra utopía neoliberal, que tiende a asociar la Coca-Cola con la justicia y a
la democracia con los McDonalds. Mentira es también que el pueblo de Cuba está
sufriendo a consecuencia del embargo y no por un régimen de probada ineptitud
económica.
Nada de lo anterior contradice el hecho
de que continuar respaldando al embargo es batallar a favor de la derrota. Algo
que nunca hacen los buenos militares. Defender una trinchera que es un blanco
perfecto para el enemigo, desde la cual no se puede lanzar un ataque y que solo
protege un pozo sin agua custodiado por un puñado de soldados sedientos. Se
trata de una herramienta poco efectiva para lograr la libertad en Cuba. Su
ineficacia ha quedado demostrada por el tiempo; su significado reducido a un
problema de dólares y votos. Ahora que comienza a cuestionarse ese valor en las
urnas, y que crece la tentación por el mercado cubano, es que se alzan con mayor fuerza las voces en contra de la
medida.
Sin embargo, el editorial del Times mezcla, y muy a propósito, tales
objetivos.
“En abril, varios líderes del hemisferio
se reunirán en Ciudad de Panamá con motivo de la séptima Cumbre de las
Américas. Varios gobiernos de América Latina insistieron en invitar a Cuba,
rompiendo así con la tradición de excluir a la isla por exigencia de
Washington”, señala el diario, que en el último párrafo del editorial se define
en favor de que Obama asista a la Cumbre, pese a la presencia de Cuba; “Tiene
que hacerlo. Sería importante que hiciera presencia y lo considerara como una
oportunidad para desencadenar un logro histórico”.
Aquí esta señalado un problema clave, que
representa la asistencia de Obama a la reunión, En los términos actuales de la
política de EEUU hacia la isla, el presidente estadounidense no puede asistir a
la Cumbre de Panamá. Por un hecho sencillo: no puede sentarse en la misma mesa
en que esté el representante de un país que esta nación considera apoya el
terrorismo internacional.
Por ello el Times considera la salida de Cuba de esta lista como un primer paso
imprescindible. Pero si la salida de Cuba de dicha lista es una premisa, no
constituye, ni mucho menos, una
solución.
Cuba no debe figurar en dicha lista. En
primer lugar porque la lista en sí se ha convertido más en un pretexto que en
un objetivo, y fundamentalmente por el cuestionamiento saludable al papel de
Washington para confeccionar tal listado arbitrario. Hay naciones que
tradicionalmente han apoyado y en cierta medida aún apoyan dicho terrorismo —como
Pakistán y Arabia Saudí— que nunca han figurado en el documento.
Pero dicha exclusión necesaria no
convierte de inmediato al gobierno cubano en un ejemplo de democracia. Y es
precisamente este el punto primordial: un requerimiento que figura en las
normas de participación, que los países latinoamericanos han echado a un lado
—algunos de forma abierta, otros con su silencio y pasividad— por motivos
políticos no debe ser pasado por alto, precisamente por la nación que ha creado
y patrocinado de forma relevante dichos encuentros. Si EEUU se hace cómplice de
dicha aberración, estaría al mismo tiempo despojando de valor la cita. Si bien
es cierto que la política es la vía para intentar la solución de conflictos de
forma práctica, no se debe reducir a un ejercicio estéril, porque entonces
carece de sentido ejercerla.
Aquí radica uno de los puntos más débiles,
en que esa mezcla de certezas y fantasías, que constituye el editorial del Times, resulta más despojado de intenciones
democráticas y más plegado a supuestos intereses comerciales y económicos.
Porque si algo resulta evidente es que el gobierno cubano asistirá a la reunión
no para prometer cambios y reformas democráticas, sino para enfatizar su
postura: a recibir un espaldarazo diplomático y político, no a integrase sino a
imponerse.
Así que el Times tiene su derecho, y sus razones válidas, para solicitar el
fin del embargo, pero que no trate al mismo tiempo de presentarlo como una vía
—o siquiera un instrumento— para conseguir un cambio democrático en Cuba.