¿Alcanzará fuerza política en Miami la
tendencia más realista y pragmática dentro del anticastrismo, ahora que las
apuestas deben desviarse de un fin más o menos cercano del régimen cubano a la
discusión sobre el alcance de las posibles reformas, algunas de las cuales han
echado a andar mientras que otras no pasan aún de un párrafo en los conocidos
Lineamientos, modificados, actualizados y vueltos a editar tras el fin del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba?
La respuesta a esta pregunta definirá en
buena medida el papel político ―o la nulidad al respecto― de una comunidad que
cuenta no solo con grandes recursos económicos, sino con profesionales,
especialistas y empresarios capaces de desempeñar una función de impulso y
ayuda al establecimiento de una sociedad más avanzada en la Isla, tanto en lo
económico como en un proceso paulatino de reformas democráticas.
Ante la afirmación otras veces formulada
de que el reloj cubano tiene dos manecillas, una en La Habana y la otra en
Miami, cabe en estos momentos cuestionarse si ambas continuarán empecinadas en
el mismo recorrido: el avance en reversa, con una tenacidad que amarga al más
optimista.
Durante muchos años parece haberse impuesto
en ambas orillas un acuerdo tácito en este retroceso, como si existiera una
conspiración de los extremos, que ha impuesto la marcha más conveniente a sus
intereses: el poder absoluto de volver una y otra vez a remendar un modelo
caduco, y seguir retrocediendo.
Igual empeño en la Calle Ocho y en la
Plaza de la Revolución: mantenerse en una lucha estéril, sin ceder un ápice.
En lo personal, el éxito ha acompañado a
quienes no se apartan de esa vieja senda. Inmovilidad en la cúpula gobernante
cubana, influencia única del sector más recalcitrante del exilio en la política
estadounidense hacia la Isla.
El problema fundamental es el éxito
―indiscutible tanto en Miami como en La Habana― a la hora de neutralizar los
factores que podrían determinar un nuevo curso de acción, sometiéndolos a un
control que deja fuera de las decisiones a millones de cubanos en ambos
extremos del estrecho de la Florida.
Una segunda mirada a este problema nos
permite afirmar que el darle cuerda al reloj del retroceso no solo responde a
una conspiración de los extremos. También es la seducción de los caminos
trillados y la comodidad de lograr el triunfo recorriendo una vía segura.
Obedecer al presidente/general sin chistar, evitar destacarse como alguien que
piensa de forma independiente y seguir las órdenes, pero cumplirlas lo menos
posible. Beneficiarse de un electorado que combate sus fracasos con la misma
obstinación que repite sus errores. La inmunidad imprescindible para no
escuchar las opiniones opuestas. Profundizar a diario en el alejamiento de la
realidad. En la Calle Ocho y en la Plaza de la Revolución. Mantenerse en una
lucha estéril, sin ceder un ápice.
La
seducción del pasado
Junto a sus esperanzas de futuro, todo
exiliado lleva también su cuota de pasado. En Miami no hubo urgencia en imponer
un límite al recuerdo y un cupo a la nostalgia. Hubiera sido mejor un cartel
preventivo: exiliado cubano, guarda en tu pasaporte de origen todo el rencor,
declara en la aduana las injusticias sufridas y deja en la maleta las frustraciones.
Al menos, no viviríamos en esta ciudad esclavos del pasado. En Miami algunos no han podido sacarse los
clavos del castrismo, pero quieren que los demás carguen la cruz por ellos: a
confesar la fe en la "lucha anticomunista'' o arriesgarse a ser azotado en
la plaza. Inquisición radial, centuriones de esquina, cruzados de café con
leche, apóstoles de la ignorancia. Irse de la isla para continuar con una
comparación inútil y absurda: responder al mal con el desatino y a la represión
con la intransigencia.
Empeñarse en la violencia con la excusa
de lo perdido. Son quienes en esta
ciudad imponen conceptos y distribuyen etiquetas. Para ellos el terrorismo no
es una definición. Tienen un diccionario particular que esgrimen a conveniencia
y se escudan en el papel de víctimas para lanzar una cacería de brujas. La
realidad es una ficción y las obras de ficción ejemplos reales, que utilizan en
escritos y arengas para proponer tácticas ridículas.
Sadomasoquismo
revolucionario
La realidad cubana, en su forma más cruda,
es la tragedia de la ilusión perdida. El primero de enero de 1959. El día en
que el ciudadano se creyó dueño de su destino y terminó encerrado, preso de sus
demonios y de los demonios ajenos. La revolución como un dios arbitrario. Un
proceso que alentó las esperanzas y los temores de los pobres y la clase media
baja; que les dio seguridad para combatir su impotencia y les permitió vengarse
de su insignificancia. Que nutrió el sadismo latente en los desposeídos y les
brindó la posibilidad de ejercer un pequeño poder ilimitado sobre otros, pero
que al mismo tiempo intensificó su masoquismo, al establecer como principio la
aniquilación del individuo en el Estado, y vio en ello satisfacción y gozo. Un
sistema que alienta el oportunismo porque no posee principios. Una patria que
solo ofrece a sus hijos la satisfacción emocional que se deriva del
embrutecimiento, la envidia, el odio y el delito compartido. Una ideología que
alimenta el patriotismo como un sentimiento de superioridad, pero que en cambio
practica la entrega total del país al mejor postor. Un intento despiadado de
manipulación masiva, de no darle tiempo a nadie de percatarse que su vida ha
sido empobrecida cultural y económicamente.
En un país cuya población mayoritaria se
encontraba en la infancia o no había aún nacido el primero de enero de 1959,
ésta ha vivido bajo el doble signo del poder de un padre putativo, dominante y
despótico, pero también sobreprotector y por momentos generoso: el Estado
cubano, que se ejemplifica y concreta en una figura, un hombre, un gobernante.
Padre al que se ha tratado no solo de complacer en ocasiones sino de obedecer
siempre. Al menos de aparentar esa obediencia. Pero no importa cuánto ha sido
el fingir y hasta donde ha llegado la sinceridad. El simulacro, vamos a
considerarlo así en la mayoría de los casos, se ha impuesto como una certeza.
Tras la épica engrandecida hasta el cansancio de la lucha insurreccional y los
primeros años de confrontación abierta, se abrió paso una obligación repetida,
generación tras generación, de servir de puente a un futuro que se definía
luminoso.
En lo cotidiano fue un destino vulgar,
que se caracterizó por el aburrimiento: el trabajo productivo y la guardia
nocturna con el fusil sin balas. Desde el punto de vista psicológico, se descartó
primero el derecho a la adolescencia —el afán de la rebelión— y luego se
transformó el principio de la realidad que rige la adultez por una simulación
infantil. Ese detener el tiempo transformó a los cubanos en eternos niños.
Algunos fueron niños obedientes y otros “malcriados”, pero niños todos. Ahora,
ese mismo gobierno que alentó la creencia en ese Estado paternal ha comprendido
que la situación económica no da para más, y ha decidido decirles a sus hijos
que busquen la caridad en la casa del vecino ―situada a noventa millas― o se
las arreglen como puedan.
Mientras tanto, la lucha por sobrevivir
se convirtió en una realidad única. Hasta donde llegaron las concesiones hechas
al sistema es historia personal. Por un motivo u otro, se acumularon los fracasos
en rebelarse. Unos fueron heroicos en su fracaso, otros simplemente cobardes o
pusilánimes. Se puede argumentar que no fue una culpa personal o ciudadana,
pero ha definido la realidad nacional. Una tras otra, ha ido acumulándose las
generaciones inacabadas, incompletas en su capacidad de formar un destino. Los
cubanos se han transformado en maestros de la espera. Nos enseñaron a dominar
el arte de la paciencia: un futuro mejor, un cambio gradual de las condiciones
de vida, un viaje providencial al extranjero. Nos enseñaron también a no
arriesgarnos, a no creer en el azar, a resignarnos a la pasividad. Se sigue
esperando. Solo que es la espera es más que nunca un acto suicida.
En
las dos orillas
En la capital del exilio aún se alimenta
el espíritu de intolerancia y se mantienen los intentos por brindar la imagen
de un exilio monolítico, opuesto a cualquier alteración del rumbo de la
política trazada por Washington desde hace muchos años, reforzada por la pasada
administración norteamericana, mantenida en lo esencial por la actual y en
buena medida determinada por los miembros del sector más reaccionario de la
comunidad emigrada. El factor clave es no cambiar una política que si bien no
es agresiva en el sentido bélico, sí puede considerarse de una hostilidad
pasiva, o incluso en algunos casos activa. El argumento de que esta política no
es más que una respuesta
En Cuba se reconoce que en los jóvenes
está la clave del problema de la sobrevivencia del modelo castrista.. Más allá
de los encasillamientos generacionales, y de las divisiones por edades, el
fenómeno tiene un sentido amplio. Se trata de un grupo que aquí en Miami forma
parte de una generación de relevo: hombres y mujeres que por fecha y lugar de
origen —varios de ellos nacieron en este país— no comparten una historia común
con los residentes de la isla, pero se consideran depositarios de una Cuba que
dejó de ser. Hijos del anhelo de darle marcha atrás al reloj histórico y
político en Cuba, para borrar todo vestigio del proceso revolucionario, y
herederos del llamado “exilio histórico”.
Gracias a su participación en los triunfos electorales de los hermanos
Bush, este grupo aún desempeña un importante papel en la confección de la
política norteamericana hacia la Isla.
Hasta el momento, su éxito político
obedece al hecho de continuar ampliado una política que es afín a una buena
parte de los votantes cubanoamericanos.
En última instancia, lo importante para estos votantes no es la
efectividad de la medida, sino que ésta ejemplifica su influencia política.
Mientras se debate el alcance del voto cubanoamericano tradicional, no hay duda
del poderío de un grupo que contribuye fuertemente a las campañas electorales y
que tiene un gran dominio e influencia no solo en los gobiernos local, estatal
e incluso federal, sino también en los medios informativos.
Un grupo que además mantiene una relación
con la Isla que es fundamentalmente política y afectiva, pero sin contactos con
la población salvo en los casos de afinidades ideológicas con ciertos grupos
disidentes.
Ambos grupos —los históricos de la Isla y
el exilio— enfrentan serias dificultades para establecerse como fuerza
definitoria en un futuro. En Estados Unidos por las propias características del
proceso electoral y por formar parte de una minoría, en el sentido étnico o de
origen. En Cuba por las limitaciones hasta el momento impuestas en una lucha
por el poder que apenas se intuye pero es real. Queda abierta la posibilidad —bastante
precaria por el momento— del encuentro de un terreno común entre los dos
grupos, en un futuro todavía no cercano.
Otra cuestión es el aumento del poder político de los nuevos grupos de
inmigrantes, mediante una participación mayor en las elecciones, la inmediata
legislativas y la posterior presidencial. Posibilidad muy real, pero que aún
continúa siendo una incógnita.
Buena parte de los que realizan viajes
familiares a Cuba no son ciudadanos norteamericanos. Las demoras en el
procedimiento para adquirir la ciudadanía —a consecuencia de las nuevas
verificaciones de seguridad establecidas a consecuencia de las medidas
antiterroristas— dificultan el convertirse en votantes a residentes que se ven
afectados por estas restricciones. Por lo tanto, es posible que estas elecciones
inmediatas continúen ofreciendo dividendos electorales para los republicanos.
A todo esto se une la frustración del
exilio ante la ausencia de cambios visibles en la Isla, resurgidas luego del traspaso del
poder de Fidel Castro a Raúl. Pese al fracaso de medidas como el embargo, otras
alternativas —como el proceso actual de cambio
de política de la Unión Europea— hacen hasta el momento esperar también
resultados nulos.
Quienes critican el fin de las sanciones
por parte de Europa olvidan que la posible presión sobre el régimen no es igual
ahora que hace pocos años. Pero el mismo argumento puede aplicarse a quienes
favorecen un levantamiento del embargo.
No tiene sentido apostar a las supuestas
ventajas políticas de un incremento del turismo. La realidad es que el gobierno
cubano tiene ahora mayor capacidad de maniobra. Desconocer este hecho es
equivocar de sentido el apoyo al fin de las restricciones a los viajes de
estadounidenses a la Isla. No hay que arrebatarle a Castro el papel de fuerza
represiva, contraria al libre movimiento ciudadano. Si con la nueva ley
migratoria La Habana ha tratado de librarse de ese estigma es por motivos
económicos sino políticos. Cierto que este caso la economía se ha impuesto y
con ello dinamita el factor político, pero por ello hay que verlo como un
cambio en la naturaleza represiva del régimen sino como un acomodo de acuerdo a
las circunstancias.
La política cubana es al menos
consecuente con los objetivos de quienes la trazan. Castro vaciló nunca en
permitir ciertos espacios controlados —de relativa independencia‑, cuando han
resultado necesarios para que el régimen sobreviva. Raúl Castro no es innovador
en ese sentido, sino simplemente ha seguido lo establecido por su hermano
mayor: adaptarse al momento. Los que han creído ver un mayor pragmatismo en
Raúl que en su antecesor son presas del espejismo de un proceso en que la
ideología siempre fue una especie de mercancía de consumo, pero de naturaleza intrínseca
variable. Un fenómeno que Jean Paul Sartre descubrió desde el primer momento,
pero a la que otorgó un significado y unas consecuencias erróneas. Entre
equívocos e ilusiones construyó el régimen de La Habana su base de
sustentación. Fue una opción arriesgada y poco promisoria, pero que en la
práctica le ha brindado resultados excelentes. Aun hoy sigue apostando a la
misma carta. Y nada indica que no siga teniendo en las manos no el as de
triunfo sino de supervivencia. Con ello le basta.