Para el régimen cubano, la realidad y la
esperanza siempre se han mezclado de forma indisoluble.
Entre equívocos e ilusiones construyó el
régimen de La Habana su base de sustentación. Fue una opción arriesgada y poco
promisoria, pero que en la práctica le ha brindado resultados excelentes. Aun
hoy sigue apostando a la misma carta. Y nada indica que no siga teniendo en las
manos no el as de triunfo sino de supervivencia. Con ello le basta. La política
cubana es al menos consecuente en este sentido.
Hasta hace poco Cuba jugó con gran
intensidad la carta del petróleo. La posibilidad de que la isla pudiera convertirse
en exportador de crudo en un plazo relativamente corto llegó hasta la discusión
en el Congreso de Estados Unidos de un proyecto de ley para permitir a las
petroleras norteamericanas participar en el negocio. Nada quedó de ese proyecto
y el único temor latente siempre ha sido la posibilidad de que alguna
exploración petrolera condujera a un desastre ecológico. Se han tomado medidas
en este sentido, pero la realidad ha terminado por imponer una tranquilidad momentánea:
el peligro alejado ante el hecho de que no se ha encontrado petróleo de calidad
o en condiciones rentables, incluso a los elevados precios que llegó a tener el
combustible. Ahora ya no se habla del tema en la prensa oficialista cubana. Sin
embargo, la ilusión contribuyó al ejercicio perenne de alimentar la espera en
los cubanos.
Siempre se mezcló una dosis de hechos y
espejismos en el asunto petrolero. Los hechos fueron que a través de los años
Cuba logró incrementar la producción de petróleo y gas en la isla, hasta
alcanzar la mitad del consumo del país, aunque con un producto de rendimiento
pésimo y bajo valor energético.
Otro hecho fundamental fue que varias importantes
firmas extranjeras firmaron acuerdos de exploración en la plataforma marina,
así como los datos que al parecer indicaban la posibilidad de grandes bolsones
de crudo.
Sin embargo, todo eso fue siempre sólo
parte de la realidad. Por la otra estaban también otros hechos: si aparecían
grandes yacimientos, estaban situados en las profundidades marinas y requerían
de alta tecnología y grandes inversiones para su extracción.
Pero sobre todo el plan se fundamentaba
en una ilusión, que tenía que ver con la rentabilidad de los posibles
hallazgos.
Este afán por encontrar petróleo en la
isla dependía mucho de que se mantuvieran altos los precios, que no surgieran
opciones alternativas de combustible que redujeran la dependencia energética y
que no se desarrollaran otros métodos de extracción.
Lo que ocurrió fue precisamente todo lo
contrario a las expectativas cubanas: se desarrollaron nuevos métodos de
obtención, hubo grandes hallazgos en otras regiones, hay ahora un mayor aprovechamiento
energético y bajó el precio. Era una carrera contra el tiempo y la realidad, y Castro
la perdió.
El remedio ha sido buscar otra fuente de
esperanza.
Si ahora no se recuerda el sueño
petrolero, ha surgido una nueva forma de ilusión. Son las inversiones
extranjeras.
Hace una semana el gobierno cubano dio a
conocer que había aprobado una “cartera de oportunidades para la inversión
extranjera”, donde ofrece al capital foráneo 246 proyectos en diversos sectores
económicos, con un monto conjunto estimado en más de 8,000 millones de dólares.
El anuncio destaca que este paso constituye un “aspecto esencial en el proceso
de atracción del capital foráneo”.
De nuevo una promesa de que el alivio de
los problemas que enfrentan quienes viven en la isla está a la vuelta de la
esquina, en este caso gracias al interés del capital internacional en invertir
en el país —interés que nadie sabe a ciencia cierta si realmente existe— y otra
vez una solución que llega del exterior para ayudar en la crisis perpetua de la
economía cubana.
Solo que hay también otra noticia que nos
indica que —también una vez más— el gobierno cubano está dejando que pase el
tiempo sin lograr nada.
El proceso para eliminar la doble moneda
en Cuba, el reto más complejo de las reformas económicas de Raúl Castro,
cumplió el 22 de este mes un año desde el anuncio de la creación de una “hoja
de ruta” para llevarlo a cabo, sin que aún se conozca la fecha del “día cero”
en que se hará efectiva la unificación.
La supresión de la dualidad monetaria es
considerada clave para lograr atraer capitales extranjeros, aunque no una
medida suficiente para lograr ese objetivo. Se considera uno de los ejes de la
“actualización” económica puesta en marcha bajo el mandato de Raúl y primordial
para supuestamente destrabar los nudos de la deprimida economía de la isla.
Así que todo se reduce al ejercicio estéril
de aparentar que se está haciendo algo cuando en realidad se hace poco o nada.
Por eso, lo único real que está ocurriendo en Cuba es que avanza indetenible la
estampida hacia Miami.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 3 de noviembre de 2014.