Antes de la llegada de Fidel Castro al
poder, los cubanos vivían pendientes del precio del azúcar, que determinaba la existencia de épocas de vacas flacas y
gordas. Todo cambió en 1959. A partir de entonces, otro producto ocupó ese
lugar clave no solo en el imaginario popular sino en la realidad cotidiana: el
petróleo.
Cierto que los enormes cambios en el
mercado del crudo han repercutido en todos los rincones del planeta, pero en la
Isla éstos se han visto definidos por coyunturas especiales, adaptadas a las
características políticas.
Sin ser un país petrolero, Cuba se ha
visto afectada no solo por las alzas sino por las bajas del precio. Pese a las
necesidades que le exigían y exigen tanto un sistema despilfarrador de energía
como una industria obsoleta, se ha dedicado cada vez que ha podido a la reventa
del combustible suministrado por sus aliados.
Ahora ve cercana la posibilidad de una
grave crisis precisamente por algo que en otras circunstancias le sería ajeno o
incluso beneficioso: la caída de los precios del combustible.
La
ilusión del hallazgo
Hay una especie de complejo de
inferioridad petrolera que siempre ha recorrido el régimen de los hermanos
Castro, y que ha buscado su compensación en aliados poderosos. Cierto que
cualquier torpe especulación sicológica en este sentido se enfrenta a la certeza
de que se trata de una mercancía privilegiada en los mercados, pero aún la
realidad deja margen para señalar ese afán febril —que en un momento
determinado puso en peligro incluso playas en la costa norte de la Isla— de
búsqueda incesante, en un intento plagado de perforaciones mal hechas y peor
planificadas. Aunque tal descubrimiento siempre ha eludido a Cuba. Como una
especie de maldición o destino cruel, en lugar de encontrar mucho petróleo, de
forma asequible, abundante y de calidad, los cubanos han tenido que conformarse
con poco y malo. Pero al mismo tiempo se ha mantenido viva la ilusión de la
espera.
Ese hallar una “fuente mágica” que
solucione todos los problemas habla mucho de la herencia española de los
hermanos Castro —de avaricia, ilusión y hasta envidia depositados en
destapar un provecho abundante— y de su
capacidad para trasmutar ese ensueño en oferta internacional.
No por mucho tiempo. Durante la Feria
Internacional de La Habana, dedicada a promover la inversión extranjera, los
empresarios extranjeros manifestaron interés en turismo, industria o energía
renovable, pero no así en el petróleo. De los 246 proyectos de la Carpeta de
Oportunidades de Negocios, 86 correspondían a este rubro, el sector con mayor
cantidad de propuestas seguido del turismo, con 56. Se repitieron las ofertas
de exploración en aguas profundas, en tierra y aguas someras, pero sin
resultados a la vista.
El desinterés actual de las grandes
compañías mundiales de Europa, Asia y América Latina se debe en parte a los
varios intentos fallidos en aguas profundas del Golfo. Pero también concurren
los costos. Con un barril que ha bajado 30% desde junio, y se situó por debajo
de $75 la semana pasada, la ilusión de encontrar petróleo en Cuba ha perdido
todo su atractivo. Cualquier proyecto de aguas profundas, para ser rentable,
necesita que el barril se coloque entre los $90 y $100.
Sin embargo, el problema va mucho más
allá, y se extiende de las exploraciones futuras a las importaciones presentes.
El
factor venezolano
El descenso en los precios afecta
gravemente a Venezuela, el principal aliado del régimen cubano y suministrador
de combustible.
De acuerdo a un estudio del Deutsche
Bank, Venezuela necesita un barril de $140 para cumplir con su presupuesto y financiar
su déficit fiscal. Solo Irán, según otro estudio sobre los países de la OPEP,
necesita un barril de mayor costo que la nación sudamericana.
Aunque el gobierno del presidente Nicolás
Maduro presentó su presupuesto con un estimado de $60 por barril hace unas
semanas, y se ampara en ese cálculo para decir que puede capear la situación
sin recortar los programas sociales, el panorama no es tan sencillo.
Todos los años el gobierno termina
gastando mucho más que lo presupuestado. En 2013, el incremento entre el gasto
presupuestado y el ejecutado fue del 82%, según cifras oficiales. Ello se
consigue mediante créditos otorgados por el Parlamento (de mayoría oficialista).
El resultado final es que siempre aparece el dinero para los gastos, pero
también que la nación tenga una de las inflaciones más altas del mundo.
El 95% de los dólares que entran al país
viene de la exportación petrolera. El abastecimiento de productos, el costo de
las mercancías y la amplia inversión social del gobierno ha sido fundamentalmente
financiada por la estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa). Además esos ingresos
sirven para otorgar petróleo subsidiado a Cuba y mantener un elevado número de
proyectos comunes entre La Habana y Caracas.
Más del 40% del intercambio comercial de
la Isla está vinculado a Venezuela, del que depende más del 20% del PIB cubano,
según estimaciones de economistas independientes consultados por el diario
español ABC.
De acuerdo al periódico, el destacado economista
Carmelo Mesa-Lago valoró en 2010 —fecha de las últimas estadísticas oficiales
de la Isla en este campo— que “toda la relación comercial y económica” entre
ambas naciones supone “unos 9.000 millones de euros, equivalente al 21% del PIB
cubano”.
Así que lo está en juego, para el
gobierno cubano, no es solo la obtención de combustible a bajo precio, sino una
parte fundamental de la economía.
De producirse una amplia crisis económica
en Venezuela —con sus implicaciones políticas— no significaría simplemente la
vuelta a los “apagones”, sino el derrumbe de buena parte de la estructura
económica en que se ha sustentado el país.
Temores
y cautelas
La baja de los precios no significa, de
hoy para la mañana, la caída del gobierno venezolano. Tampoco el fin de los
programas sociales subsidiados, que benefician a las capas sociales en las que
Maduro concentra su disminuida popularidad. Mucho menos el fin o una reducción
notable de los suministros a Cuba.
Venezuela se puede ver afectada por los
bajos precios del petróleo en varias áreas, principalmente el pago de deuda
externa, gasto público y asignación de divisas para importaciones o viajes al
extranjero.
Sobre la deuda externa, los analistas de
varias corrientes coinciden en que Venezuela, al menos a mediano plazo, no se
va a arriesgar a caer en default,
pues las consecuencias a futuro son muy graves.
El economista Maxim Ross dice que “con
las complicaciones políticas y económicas que tiene ahora el gobierno, un default les complica mucho más la vida”.
Este año, que la crisis económica
venezolana ha alcanzado los peores índices en décadas, la deuda externa ha sido
honrada a tiempo.
Aunque algunos analistas de oposición han
dicho que con un barril a $60 el default es
casi seguro en 2015, Ross dice “no lo veo al menos hasta 2016”.
Por otra parte, este año no se ha
sacrificado de manera significativa la inversión social, pues la construcción
de viviendas sociales y los programas de subsidios en general se han mantenido
y en algunos casos se han profundizado.
Lo que sí resulta inevitable es que
Maduro tendrá que establecer prioridades, y todo parece indicar que entre esas
prioridades estarán el conservar los beneficios al régimen cubano, al menos en
lo que respecta a las entregas petroleras.
Pero si bien es cierto que hasta ahora la
disminución del precio no obliga necesariamente a un replanteo drástico de los
acuerdos con La Habana, en la esfera política el asunto se torna más
complicado.
Uno de los subsidios más grandes, el de
la gasolina —que en Venezuela es prácticamente gratis—, se ha mantenido pese a
la inflación.
Sin embargo, el lunes Maduro dijo haber
aceptado una propuesta para subir su precio: “Este es un tema sensible que ya
estoy evaluando”, dijo, aunque añadió que “no hay apuros” para tomar una
decisión sobre un subsidio que da pérdidas al gobierno por $12.500 millones al
año.
El aumento del precio de la gasolina es
un asunto que desde hace tiempo se viene comentando en Venezuela. Por momentos
ha dado la impresión que dicho aumento era inminente, pero luego Maduro ha
vuelto a “enterrarlo“.
Hay dos problemas fundamentales, que
Maduro sabe rodean a cualquier aumento de la gasolina. Uno es que no se trata
de un “tema sensible” como él dice, sino de un “tema explosivo”.
La última vez que se produjo un amento
fue bajo el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, en 1992, y estallaron
fuertes disturbios sociales conocidos como el “Caracazo”. que dejaron miles de
saqueos y cientos de muertos y un clima de inestabilidad política —incluidos
dos intentos de golpe de Estado, uno por Hugo Chávez— que llevó a la salida del
presidente.
El otro problema es que todos los
venezolanos se van a preguntar, comenzando por la oposición pero terminando por
cualquier ciudadano de a pie, por qué ellos tienen que pagar más ahora por la
gasolina, mientras a Cuba se le da combustible “gratis” (bajos precios y pagos
diferidos).
Ilusión
y realidad
Todo lo anterior explica la preocupación
del gobierno cubano, por evitar o paliar una crisis que se le viene encima y
tiene varias ramificaciones:
La actual producción de Cuba es de 25
millones de barriles anuales de petróleo equivalente (petróleo y gas), lo que
representa algo más del 40% del consumo. El resto se importa de Venezuela.
El problema aquí no es solo la
disminución o el fin de las importaciones de crudo venezolano.
El crudo local es básicamente extrapesado
y solo puede usarse en la generación eléctrica y la producción de cemento,
lubricantes y asfalto.
La estatal Cubapetróleo (Cupet) sostiene
que su principal meta es mantener los niveles productivos actuales, pero muchos
de los pozos ya tienen varios años.
Así que resulta muy difícil que en el
futuro inmediato se pueda mantener esta producción.
Una solución sería crear una empresa
mixta para “la recuperación secundaria”, una apuesta de $142 millones de
dólares por bloque, con un contrato por 30 años y cuya inversión se recupera en
2,1 años.
Cuba presentó la oferta en la reciente
feria, pero no información pública de que algún inversionista se mostrara
interesado
El
problema aquí es que el negocio está calculado para un precio de $95 el barril,
más alto que el actual.
Así que con un futuro incierto para su
principal suministrador energético, el gobierno cubano enfrenta también una
situación de agotamiento en sus pozos, lo que indica que la dependencia
petrolera extranjera posiblemente aumente en el futuro, lejos de disminuir,
como había ocurrido en los últimos años.
Con lo que se vuelve al inicio, a la
búsqueda de una solución foránea —que ahora son las inversiones extranjeras—
para que resuelva la crisis actual y la que se avecina.
En general, todas estas estrategias de
soluciones encierran un factor común, y es el hallazgo de esa especie de
“varita mágica” que evapore todos los problemas: un acto de colonización y
conquista a la inversa, pero que en igual medida depende de factores externos.
Caracas convertida no en nueva metrópolis, en sustitución de la URSS, sino en
colonia habanera. Miami como puesto fronterizo donde extraer recursos.
La solución en este caso no es afanarse
inútilmente en la búsqueda del crudo que no aparece, centrar las esperanzas en
la inversión extranjera y rogar por encontrar un nuevo aliado, sino lograr un
desarrollo económico propio. Claro que si el gobierno de Raúl Castro no ha
logrado desarrollar ni la siembra de boniatos, pocas esperanzas quedan al
respecto
Sea a consecuencia de esa herencia
española en los hermanos Castro, se deba a la ignorancia o dejadez tropical, proceda
de la morosidad o la aceleración impartida a cada acontecimiento, el problema
es que nunca se ha mirado al norte para buscar un ejemplo de solución de
problemas. No al Norte, representado por Estados Unidos, sino al norte europeo,
donde naciones carentes o pobres en materias primas valiosas y recursos
naturales notables, pero con ingenio, tenacidad y astucia han logrado hacer
grandes países. Al argumento de que los cubanos no son dinamarqueses, se podría
responder que, con tantos regados por el mundo, esa respuesta simple se diluye
cada vez más