El ministro español de Exteriores, José
Manuel García-Margallo, abandonó el martes Cuba sin ser recibido por Raúl
Castro. El hecho ha marcado la visita, acaparado titulares en la prensa
española y es ya la referencia obligatoria para analizar el viaje. Sin embargo,
una reducción en blanco y negro siempre deja fuera demasiados puntos, y en
especial en el caso cubano, donde los que gobiernan la Isla siempre son
partidarios de ese enfoque. Para decirlo rápido: una vez más el régimen mostró
su intransigencia o “sensibilidad extrema”, al dejar patente que no le gustan
los consejos y las críticas desde fuera —las de dentro, ya desde hace décadas se resolvió la forma de
silenciarlas—, pero también una vez más se le hizo saber a la Plaza de la
Revolución que la posible respuesta para mejorar la situación de deterioro
económico social perenne no radica en el enquistamiento sino en la transición,
y que no hay a la vista otra Venezuela u otro Hugo Chávez salvador. Así que si
resulta poco promisorio el futuro junto a Nicolás Maduro, hay que buscar el cambio
verdadero, o al menos ciertos cambios.
La reunión con Castro no figuraba en la
agenda de la visita ni había sido confirmada, pero se contaba con ella, a
partir del hecho de que el gobernante cubano ha venido recibiendo a otros
ministros que han viajado recientemente a la isla. Así que algo ocurrió para
que de forma no oficial, pero oficiosa, el gobernante cubano manifestara un
alejamiento que no ex más que una expresión de disgusto.
De acuerdo a la prensa española, el motivo
para el desplante estaría en una conferencia sobre la Transición española, pronunciada
el día anterior por el ministro. Es curioso que en este enfoque coincidan tanto
El País como ABC, que precisamente reflejan en sus páginas las opiniones,
actitudes y trayectorias de los dos principales partidos españoles, en una
muestra de unidad de análisis que trasciende el punto de vista partidista.
Motivos hay de sobra para argumentar que
el tema de la Transición española sea particularmente espinoso para el régimen
cubano, desde los vínculos históricos entre Cuba y España hasta las posibles
comparaciones entre Franco y Fidel Castro. Meses atrás, un grupo de opositores
y activistas cubanos viajó a Madrid para participar en un seminario sobre el
tema. A ello se une lo que podía considerarse casi una tradición española de
“aconsejar, recomendar, tratar de influir” en los gobernantes cubanos sobre las
medidas necesarias para “arreglar” el entuerto económico, social y político en
que se mantiene estancada la Isla.
Por años también —mejor sería hablar de
décadas— estos esfuerzos españoles han conducido no solo al fracaso, sino que
han sido vistos con temor, desconfianza y recelo. Más de un funcionario cubano
ha visto opacado o seriamente afectado su futuro, dentro de la cúpula
gobernante, por al menos la sospecha de buscar una demasiada cercanía con
homólogos españoles.
Así que si hoy se habla del “desplante de
Raúl” es posible que mañana se comente o especule sobre el encuentro con Díaz-Canel.
Sin embargo, la importancia de la visita
de García-Margallo hay que buscarla más allá del recibimiento frustrado o el
encuentro provechoso, y radica en el hecho de que, de forma clara e incluso en
parte publicado por la prensa, quedó claro en estos dos días que si el gobierno
cubano quiere incrementar sus relaciones económicas y políticas con Europa, y
en especial con España, tiene que ofrecer algo a cambio. Por supuesto que ese
algo puede en muchas ocasiones estar alejado de los objetivos de los exiliados
cubanos —ese es otro problema—, pero nunca será pura complacencia lo que brinde
Europa.
Este hecho, que constituye la esencia
puesta de manifiesto en el viaje de García-Margallo, estuvo presente desde el
desayuno inicial en Cuba con los empresarios
españoles.
En ese encuentro a puerta cerrada, que el
responsable de la diplomacia española mantuvo con los empresarios, éstos le
trasladaron sus preocupaciones e inquietudes sobre el desarrollo de su
actividad empresarial, entre las que destacaron la necesidad de la unificación
monetaria y de apoyar la incipiente iniciativa privada en Cuba. Quedó claro
también en la reunión —según lo trascendido en la prensa— que los empresarios
españoles consideraban que en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel (ZEDM)
todavía quedaba mucho por hacer, ya que aún no estaban construidas las naves suficientes,
así como la infraestructura necesaria, para que las empresas interesadas se
pudieran instalar.
Sin duda que el canciller español salió
de este encuentro con una serie de criterios, que debe haber trasladado a las
autoridades cubanas, sobre “lo que está faltando para que más empresas nos
entusiasmemos con el tema de Mariel”, según palabras de Xulio Fontecha, presidente
de la Asociación de Empresarios Españoles en Cuba. Y también debe estar claro,
para los cubanos, que de momento no hay que contar mucho con los españoles para
las anheladas inversiones. Así que aquí tenemos el embrión de que, a su vez,
Raúl Castro no se mostrara muy “entusiasmado” para reunirse con
García-Margallo.
Hay otro posible motivo, que puede haber
influido en la decisión de Raúl de mantenerse al margen, y tiene que ver con
las especulaciones sobre si el representante de Exteriores llevaba un “mensaje”
de Obama al gobernante cubano. Aunque a través de los años no han faltado
intermediarios en la búsqueda de un diálogo entre Washington y La Habana, y
aunque ambas partes se han servido de ellos con mayor o menor utilidad, desde
la llegada a la presidencia, Raúl Castro viene afirmando que solo admite el
intercambio directo. Al no haber recibido a García-Margallo, corta en buena
medida cualquier especulación al respecto.
En este sentido se sitúan toda una serie
de eventos internacionales, en los que Madrid tiene un gran interés: la próxima
Cumbre Iberoamericana de Veracruz (México) que se celebrará en diciembre y que
para el Gobierno de España un “acontecimiento clave” en el proceso para
refundar estos foros; la negociación en marcha para alcanzar un acuerdo de
cooperación entre la Unión Europea y Cuba; la conferencia entre el bloque
comunitario y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que
se celebrará en 2015; el papel de España como miembro no permanente del Consejo
de Seguridad de la ONU durante el bienio 2015-2016.
Por lo tanto, lo que Raúl hizo al no
recibir a García-Margallo fue restarle importancia no solo a la visita, sino
también a España. Importancia política, no económica, ya que según cifras oficiales,
España es el tercer socio comercial de Cuba con un intercambio comercial de $1.397
millones de dólares en el 2013, pero muy lejos de Venezuela, que ocupa el
primer lugar con $7.000 millones. Pero con una población de españoles en
aumento, con la llamada “ley de nietos”, el gobierno cubano está interesado en
no brindar una imagen en que la antigua metrópolis se considere un factor
decisivo en el futuro de la Isla. Pero en particular, es una muestra de rechazo
al posible papel mediador de Madrid en el largo diferendo entre Washington y La
Habana.
Con estas cartas sobre la mesa, es lógico
que el canciller español reafirmara públicamente lo que le planteó a las
autoridades cubanas, en un encuentro con la prensa, sin posibilidad de
preguntas, antes de su partida.
García-Margallo no dijo nada que no se
conociera en esta presentación, desde abogar por mayores reformas hasta el
permitir la salida de los 12 opositores excarcelados con licencia extrapenal,
así como el regreso a la Isla de algunos disidentes que salieron de las
cárceles cubanas para ir a España en virtud del acuerdo alcanzado en 2010 con
la Iglesia Católica. Por supuesto que las palabras del canciller serán
comentadas hasta el cansancio en el exilio, pero en realidad buscan más una
compensación ante el desplante de Raúl y nunca constituyeron el objetivo
fundamental de su visita.
Más que lección aprendida, debe hablarse
de lección repetida: tratar con el gobierno cubano nunca es fácil, salvo cuando
los intereses ideológicos y políticos (Venezuela), estratégicos (Rusia) y
comerciales (China) determinan la agenda. En el caso español, en que economía,
historia y política se mezclan, unen y divergen, resulta especialmente
complejo, y García-Margallo acaba de comprobarlo.