lunes, 24 de noviembre de 2014

Los cubanos y otros inmigrantes



Podría decirse que el anuncio del presidente Barack Obama, que impedirá de momento la deportación de millones de inmigrantes no documentados, llega tarde y es poco. Hay que agregar de inmediato que la culpa no es sólo del mandatario sino en buena medida del Congreso. Pero lo más importante para los cubanos es que el anuncio sirve tanto de recordatorio, ante una situación que algunos o muchos consideran “privilegiada”, como de alerta a la hora de demostrar una solidaridad que en muchas ocasiones ha sido opacada por un desinterés o incluso rechazo hacia quienes no disfrutan de ella.
Las comillas al hablar de “privilegio” tienen un significado real y no obedecen a demagogia alguna o prurito de origen nacional.
Desde hace años La Habana viene repitiendo que los exiliados abandonan Cuba por motivos económicos. El argumento ha encontrado eco en Miami. También aquí se proclama a diario que quienes han llegado en los últimos años lo hacen en busca de una mejor vida y no por razones ideológicas.  Por esa paradoja que siempre crea la convergencia de los extremos, se alza ahora un discurso repetido en ambas costas, que proclama el surgimiento de una inmigración solo interesada en el bienestar y no en un ideal de libertad.
Hay parte de verdad en dicha afirmación, en cuanto a la tendencia creciente por parte de los nuevos exiliados de rechazar una “politización”, de la cual llegan cansados de oír, y la priorización de los valores familiares o el no romper con los vínculos personales anteriores, e incluso las costumbres, a que se vieron obligados quienes llegaron fundamentalmente antes de la década de 1990.
Sin embargo, más allá de las diferencias entre nuevos y viejos exiliados, persisten las semejanzas que se mantienen, y que podría definirse de forma simple en el hecho de que se vuelve pero no se regresa. Entre quienes intentan volver—como en el caso de algún que otro músico— es precisamente la singularidad lo que convierte al suceso en noticia.
La diferencia más significativa entre los cubanos que han emigrado a Estados Unidos y otras naciones, y aquellos ciudadanos que parten de sus países en busca de un mejor futuro, es clara. Mientras los segundos salen de un lugar donde rige un sistema capitalista —incluso en los casos donde impere una dictadura y una gran penuria económica— los primeros huyen de las circunstancias imperantes en una sociedad totalitaria de corte comunista —aunque en la práctica esta nominación ideológica ha evolucionado, y el sistema imperante es la fachada de un sistema solo preocupado en sobrevivir a cualquier precio. Quiere esto decir que se escapa de un sistema que aún se empecina en llamarse socialista, y que se caracteriza por imponer al individuo un sentimiento de incapacidad para regir su vida. Para unos irse es una opción, mientras en el caso de los cubanos es la única alternativa.
Por ello, ni el aumento de viajes y envíos, ni tampoco la nueva ley migratoria, han puesto fin a la salida de cubanos en embarcaciones ni por otras vías.
Si irse de Cuba, en la mayor parte de los casos, ya no es contemplado por el régimen de la isla como un desafío, sino sencillamente como un asunto familiar o personal, no resulta así para el cubano que lo ve como la única posibilidad de futuro.
Claro que a los efectos prácticos esta valoración ideológica queda muchas veces como trasfondo, y en los actos cotidianos no sea percibida como tal. Es aquí donde el desterrado cubano —quizá la categoría que mejor lo identifique actualmente— debe mostrarse solidario.
En resumidas cuentas, la medida de Obama va a beneficiar temporalmente no sólo a los padres de ciudadanos estadounidenses o de residentes legales permanentes que lleven viviendo ininterrumpidamente en este país desde antes del 1 de enero de 2010, o a quienes entraron ilegalmente aquí cuando tenían menos de 16 años de edad y antes del 1 de enero de 2010, sino también se facilitará la entrega de visados de trabajo a los especialistas que requieren las empresas tecnológicas, y los que seguramente aceptarán salarios menores que los expertos estadounidense. Junto a millones de latinoamericanos, Silicon Valley es la principal beneficiada con el anuncio del Presidente.
Por ello ahora es más necesario que nunca que la respuesta ante esta situación no sea un incremento del sentimiento contra los inmigrantes, sino la búsqueda de una solución permanente al problema.
Hay pocas esperanzas que ello ocurra, y que la bipolaridad política imperante se incremente. Los republicanos olvidarán que fue precisamente Ronald Reagan quien estableció una ley que permitió a millones de residentes sin papeles legalizar su situación en el país y los demócratas ondearán una y otra vez la bandera pro inmigrante para ganar adeptos. Y como en otras ocasiones, los exiliados cubanos no se verán libres de este rejuego político.

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