Podría decirse
que el anuncio del presidente Barack Obama, que impedirá de momento la
deportación de millones de inmigrantes no documentados, llega tarde y es poco.
Hay que agregar de inmediato que la culpa no es sólo del mandatario sino en
buena medida del Congreso. Pero lo más importante para los cubanos es que el
anuncio sirve tanto de recordatorio, ante una situación que algunos o muchos
consideran “privilegiada”, como de alerta a la hora de demostrar una
solidaridad que en muchas ocasiones ha sido opacada por un desinterés o incluso
rechazo hacia quienes no disfrutan de ella.
Las comillas al
hablar de “privilegio” tienen un significado real y no obedecen a demagogia
alguna o prurito de origen nacional.
Desde hace años
La Habana viene repitiendo que los exiliados abandonan Cuba por motivos
económicos. El argumento ha encontrado eco en Miami. También aquí se proclama a
diario que quienes han llegado en los últimos años lo hacen en busca de una
mejor vida y no por razones ideológicas. Por esa paradoja que siempre crea la
convergencia de los extremos, se alza ahora un discurso repetido en ambas
costas, que proclama el surgimiento de una inmigración solo interesada en el
bienestar y no en un ideal de libertad.
Hay parte de
verdad en dicha afirmación, en cuanto a la tendencia creciente por parte de los
nuevos exiliados de rechazar una “politización”, de la cual llegan cansados de
oír, y la priorización de los valores familiares o el no romper con los
vínculos personales anteriores, e incluso las costumbres, a que se vieron
obligados quienes llegaron fundamentalmente antes de la década de 1990.
Sin embargo, más
allá de las diferencias entre nuevos y viejos exiliados, persisten las
semejanzas que se mantienen, y que podría definirse de forma simple en el hecho
de que se vuelve pero no se regresa. Entre quienes intentan volver—como en el
caso de algún que otro músico— es precisamente la singularidad lo que convierte
al suceso en noticia.
La diferencia más
significativa entre los cubanos que han emigrado a Estados Unidos y otras
naciones, y aquellos ciudadanos que parten de sus países en busca de un mejor
futuro, es clara. Mientras los segundos salen de un lugar donde rige un sistema
capitalista —incluso en los casos donde impere una dictadura y una gran penuria
económica— los primeros huyen de las circunstancias imperantes en una sociedad
totalitaria de corte comunista —aunque en la práctica esta nominación
ideológica ha evolucionado, y el sistema imperante es la fachada de un sistema
solo preocupado en sobrevivir a cualquier precio. Quiere esto decir que se
escapa de un sistema que aún
se empecina en llamarse socialista, y que se caracteriza por imponer al
individuo un sentimiento de incapacidad para regir su vida. Para unos irse es
una opción, mientras en el caso de los cubanos es la única alternativa.
Por ello, ni el
aumento de viajes y envíos, ni tampoco la nueva ley migratoria, han puesto fin
a la salida de cubanos en embarcaciones ni por otras vías.
Si irse de Cuba,
en la mayor parte de los casos, ya no es contemplado por el régimen de la isla como
un desafío, sino sencillamente como un asunto familiar o personal, no resulta
así para el cubano que lo ve como la única posibilidad de futuro.
Claro que a los
efectos prácticos esta valoración ideológica queda muchas veces como trasfondo,
y en los actos cotidianos no sea percibida como tal. Es aquí donde el
desterrado cubano —quizá la categoría que mejor lo identifique actualmente—
debe mostrarse solidario.
En resumidas
cuentas, la medida de Obama va a beneficiar temporalmente no sólo a los padres
de ciudadanos estadounidenses o de residentes legales permanentes que lleven
viviendo ininterrumpidamente en este país desde antes del 1 de enero de 2010, o
a quienes entraron ilegalmente aquí cuando tenían menos de 16 años de edad y
antes del 1 de enero de 2010, sino también se facilitará la entrega de visados
de trabajo a los especialistas que requieren las empresas tecnológicas, y los
que seguramente aceptarán salarios menores que los expertos estadounidense. Junto
a millones de latinoamericanos, Silicon Valley es la principal beneficiada con
el anuncio del Presidente.
Por ello ahora es
más necesario que nunca que la respuesta ante esta situación no sea un
incremento del sentimiento contra los inmigrantes, sino la búsqueda de una
solución permanente al problema.
Hay pocas
esperanzas que ello ocurra, y que la bipolaridad política imperante se
incremente. Los republicanos olvidarán que fue precisamente Ronald Reagan quien
estableció una ley que permitió a millones de residentes sin papeles legalizar
su situación en el país y los demócratas ondearán una y otra vez la bandera pro
inmigrante para ganar adeptos. Y como en otras ocasiones, los exiliados cubanos
no se verán libres de este rejuego político.