Un mensaje llega desde La Habana: “Hoy
Cuba está feliz. Raúl Castro y Barack Obama hablaron del restablecimiento de
relaciones diplomáticas entre los dos países. Pienso que pronto se abolirá el
bloqueo y los cubanos podremos vivir un poco mejor”. El otro desde Nueva
Jersey: “Hoy me siento muy triste. Tenía la esperanza de que cuando Venezuela
no pudiera ayudar más a los Castro, Cuba se vería libre del azote comunista. Y
ahora Obama le acaba de tirar un salvavidas al tirano. Qué bajo ha caído este
país”. Dos cartas, dos mundos, un abismo. Y sin embargo, se trata de dos
hermanas o dos primas o dos amigas de infancia que se quieren y se apoyan mutuamente.
Dos espacios imaginarios recorren ambos
extremos del estrecho de la Florida. Se acumulan mitos, fantasías, anhelos.
¿Cuánto sobrevive en la isla la creencia de que el bloqueo/embargo es la madre
de todas las dificultades? ¿Quienes creen en la miseria económica como el arma
perfecta para lograr la salida de los Castro del poder? ¿Alguien confía aún en un
cambio del partido en el gobierno, no en la isla sino en Estados Unidos, como
una solución cubana?
Ampararse en la ilusión de que en Cuba la
democracia está a la vuelta de la esquina, ya sea porque se agotan los recursos
de la ayuda venezolana, o por pequeñas protestas esporádicas, es pecar de
iluso. Ni el reloj biológico ni el precio del crudo deben servir de fundamento
para decidir o esperar el futuro. La realidad es que cada vez más, quienes
viven en Cuba y en el exilio, responden a otras expectativas. No a clichés
agotados.
Hay dos planos de realidad superpuestos,
que a un tiempo definen y emborronan la imagen del caso cubano. Uno está
formado por eternas discusiones, análisis, dichos y desdichos (esta columna, por
supuesto, no escapa a ese entorno). Otro rehúye de la retórica y desprecia el
discurso: no ensaya la afirmación verbal sino el gesto. Curioso que en una
nación tan caracterizada por la verborrea de sus habitantes, ellos recurran con
tanta frecuencia a las acciones, para expresarse mejor que con las palabras:
votar con los pies es el mejor ejemplo. Para otros países, un balsero cuenta
más que mil discursos disidentes, a la hora de tomar decisiones sobre La
Habana. El aumento creciente del éxodo no es sólo otra señal de alarma, sino
define la respuesta.
Si los mensajes del comienzo marcan dos
actitudes distintas, en la práctica se ha impuesto la conducta sobre el verbo.
Y la conducta en estos momentos se define por los viajes, los envíos y las
remesas, que han sustituido a la agresividad anterior: los ataques y atentados.
¿Madurez o agotamiento? Una mezcla de ambos. La lucha civilista es un logro,
pero debe fundamentarse en su independencia, no en los dictados de Washington o
un exilio que paga.
Si la oposición dentro de la isla es casi
un 90 por ciento verbal (declaraciones, planes, proyectos, anuncios,
entrevistas) y un 10 por ciento activa (protestas), en esta ciudad la reacción
primera al inicio del restablecimiento de relaciones entre Washington y La
Habana se ha caracterizado por una algarabía irritada, breve y poco numerosa.
En todas otras partes, el hecho ha sido
saludado con entusiasmo.
Unos cuantos manifestantes en el lugar de
siempre, con las mismas palabras, carteles y gritos. Economía de medios y
recursos. Tacañería de esfuerzo. Todo ello en días radiantes y poco calurosos.
Imaginar que hubiera sucedido con lluvias.
No hay duda que el anticastrismo vertical
ha vivido épocas más felices en esta ciudad. Los días en que “luchábamos por
Elián” son un pasado lejano.
Los límites de la acción han llevado a
ese exilio, en otra época beligerante, a refugiarse en el negativismo.
Esa actitud encierra una motivación
irracional: el negarse a aceptar lo que ha dictado un presidente
democráticamente electo y con un mandato definido.
En este sentido, ha salido a relucir una
y otra vez el poder del Congreso, no en su función legislativa sino convertido,
para la ilusión exiliada, en un poder ejecutivo. El consuelo del instante es
que todo lo anunciado por el presidente Barack Obama cuenta poco, a partir de
que el próximo año el Congreso echará por tierra cualquier cambio.
Sin embargo, como dijo Lyndon B. Johnson,
la presidencia sirve para algo. Quienes ahora invocan el poderío del Congreso, no
deben olvidar que en esta nación gobierna el presidente.
Más allá de la mencionada respuesta emocional
—de signo contrario en Cuba y en el exilio—, se ha pasado por alto que, más que
un cambio de política hacia el régimen, lo que se ha establecido es una nueva
estrategia dentro de esa misma política.
Obama ha hecho lo necesario,
imprescindible e inevitable: convertir al embargo en un verdadero instrumento
de presión. Sus resultados no están libres de incertidumbre, pero ante el
estancamiento vale la pena el riesgo.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparecerá en la edición del lunes 22 de diciembre de 2014.