Escribe Hannah Arendt
sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén que el “error básico” del proceso
fue que ´“los judíos querían arrojar toda su pena al mundo”, aunque “por
supuesto ―añade―, habían sufrido más que Eichmann”.
Para los exiliados cubanos la lección es doble. Primero porque muchos evocan el
sufrimiento del pueblo judío mediante una comparación ridícula. De una manera
ofensiva —tanto para Israel, Cuba y el exilio—, se consideran los iguales de
quienes sufrieron o incluso perdieron la vida en los campos de la muerte. En
segundo lugar, porque es una advertencia contra la demagogia.
Desde hace años se adulteran en Miami
una serie de conceptos vinculados a la historia y la realidad del pueblo judío,
entre los cuales el Holocausto es uno, pero no el único. Esta maniobra, donde
intervienen tanto la ignorancia como la mala intención, se lleva a cabo de
forma impune. Ello implica que se tergiverse tanto la historia cubana como la
hebrea.
Se desconoce la existencia de diferentes opiniones en Israel, y la tolerancia
al respecto, pese a ser un Estado en guerra desde su fundación. Si bien al
respecto se ha producido un cambio negativo en los últimos años, aún a estas
alturas la realidad en ese país está lejos de esta versión que se quiere
brindar aquí, como si la opinión entre los hebreos y el gobierno israelí fueran
algo monolítico.
Por supuesto que se desconoce y omite también cualquier referencia al
pensamiento socialista dentro de Israel, y solo se ven los aspectos religiosos
y familiares cuando se trata el problema judío.
La tolerancia israelí, que en el propio Israel permite manifestaciones
contrarias, se omite por completo. Se destaca únicamente la labor de la Liga
contra la Difamación y con frecuencia se oye decir en la radio: ''Si fuéramos
judíos (los cubanos) no podrían decir esto en contra de nosotros'', cuando en
la realidad es que no solo en el resto del mundo, sino en el propio Israel,
cotidianamente, se expresan criterios contarios al pensamiento sionista.
Sin embargo, lo que resulta odioso es la banalización del Holocausto, tanto por
el gobierno de la Isla como por el exilio cubano.
El asesinato a mansalva de un grupo de asaltantes al cuartel Moncada
—capturados por el coronel Alberto del Río Chaviano en 1953— fue comparado por
Fidel Castro, en 1956, en México, con el Holocausto.
El periódico Granma publica frecuentemente artículos de condena al embargo estadounidense
—y a la hostilidad económica de Washington hacia el gobierno cubano—
refiriéndose a los mismos como genocidio u holocausto.
En Miami diferentes políticos y comentaristas usan metáforas sobre un supuesto
“Holocausto cubano”. También aquí vemos el uso de un lenguaje inadecuado a la
hora de condenar hechos que merecen la repulsa, pero a los cuales hay que saber
nombrar adecuadamente.
Uno de los peores ejemplos al respecto no ocurrió en referencia al régimen de
La Habana, sino durante la presidencia de Bill Clinton.
Cuando los refugiados cubanos fueron confinados en Guantánamo, tras la Crisis
de los Balseros de 1994, en esta ciudad a diario se hablaba y escribía sobre
los “campos de concentración” de Guantánamo.
No hay que ser de origen judío para considerar que eso fue una ofensa a todo
aquel que sufrió el exterminio nazi, o cuyos familiares pasaron por aquella
monstruosidad. Pero a ello hay que agregar que la repetición de tal falsedad
hacía inútil cualquier argumento a favor de quienes estaban detenidos en la
Base Naval, ya que si se encontraban en campos de concentración, la
consecuencia lógica era que el gobierno norteamericano era nazista.
Claro, no hay que olvidar que aquello se hizo con impunidad en Miami por el
hecho sencillo de que Clinton es un demócrata. En el caso de un presidente
republicano, ni la radio ni el resto de los medios de prensa en esta ciudad
hubieran alentado tal tipo de patraña.
No solo por años se ha hablado del “Holocausto
cubano”, sino ciertos sectores también han intentado igualarse al cabildeo
hebreo. Al mismo tiempo, cada vez que hay algo que les incomoda —desde actuaciones
de cantantes a competencias deportivas internacionales, celebradas en esta
ciudad— repiten que “a los judíos no le pueden hacer eso”.
Cualquier generalización que se intente, para equipararse a una población que
por el simple hecho de pertenecer a una raza fue exterminada por millones, sólo
sirve a los demagogos de turno. En Miami esto ha sido —y es— un truco barato.
El Holocausto no fue solo un crimen
político, sino también un despropósito moral de una magnitud tal que rechaza cualquier comparación.
Muchos genocidios se han producido a lo largo de la historia, pero el
Holocausto tiene un carácter único, que lo distingue por encima de todos los
otros crímenes. Es necesario hablar con un mínimo de corrección, para lograr el
respeto internacional. De lo contrario, una parte de los exiliados cubanos
seguirán siendo considerados como bullangueros políticos por el resto del
mundo. Hay que agregar que esta caracterización responde a una valoración
injusta y superficial, pero tampoco se deben brindar ejemplos para que ello
ocurra.