Acaba de abrir sus puertas en Miami un
restaurante que sigue el modelo y repite el nombre de otro conocido en Cuba. No
sería noticia en esta ciudad, donde por décadas han existido comercios con esta
característica —desde librerías hasta bodegas— si no fuera por anunciar en
cierta medida una nostalgia nueva: no refiere a la “Cuba de ayer“, se asocia
con la de hoy. Pero más allá del valor anecdótico, vale la pena preguntarse si
demuestra la posibilidad de triunfar económicamente en la Isla y trasladar ese
éxito a algo que ya no sería entonces un exilio; más bien una nueva frontera o
la extensión de aquella existente al otro lado del estrecho de la Florida. De
momento, en lugar de una respuesta se impone una espera, con posibilidades
limitadas.
La Fontana Miami pretende emular el éxito
alcanzado por un paladar del mismo nombre que abrió en 1995 en La Habana, en
pleno Período Especial, según El Nuevo
Herald.
En medio de la aguda crisis económica que
caracterizó a esa época en la Isla, Horacio Yakima Reyes-Lovio y Ernesto Blanco
adaptaron el patio de la casa de la abuela del primero para iniciar un negocio
privado, que tras casi dos décadas se ha convertido en una de las paladares más
exitosos del país, agrega el periódico de Miami.
La Fontana original aparece en varias
guías de turismo internacionales, posee un certificado de excelencia del sitio
especializado en viajes TripAdvisor y ha sido visitada por políticos y
celebridades, entre ellos los cantantes Beyoncé y Jay-Z, agrega la información.
Con los años, Reyes-Lovio decidió
liquidar su parte del negocio y radicarse en Miami para desarrollar un negocio
similar.
Su ejemplo vendría a confirmar en parte
un fenómeno que desde hace algún tiempo viene desarrollándose, pero del que
hasta ahora carecía de ejemplos concretos: negocios surgidos en Cuba cuyo éxito
económico logra ganancias suficientes no solo para el sustento de los
habitantes de la Isla sino también para el beneficio de familiares o asociados
que viven en el exilio; un capital acumulado que por una vía u otra en un
momento determinado puede ser trasladado; inversiones rudimentarias a la espera
de rendir frutos en un futuro más o menos cercano.
Se trata fundamentalmente de vía
incipientes de desarrollo empresarial, que rompen y superan el esquema
tradicional de la remesa familiar, la ayuda para la subsistencia del pariente y
el envío de dinero y recursos desde Miami para que simplemente el cubano de
allá “no se muera de hambre” o supere la calamidad y logre satisfacer sus necesidades
más perentorias.
Estaríamos frente a los inicios de una
empresa privada que enfrenta fuertes prohibiciones y obstáculos por parte del
régimen, pero que también tiene en su contra limitaciones impuestas por el
gobierno de Estados Unidos. Una transformación que apenas se inicia y que la
mayor parte del tiempo se mueve entre la cautela y el silencio, bordeando o en
medio de la ilegalidad, impuesta por las reglas establecidas en ambas orillas,
y que se caracteriza por la temporalidad y el peligro: con más de arriesgada
aventura que de camino financiero.
En el caso de La Fontana no estamos
claramente ante un ejemplo de todo lo anterior. Más bien se trata de un simple
indicador de los “nuevos tiempos”, que se avecinan y anuncian pero no han
llegado por completo.
La Fontana original comenzó con un
capital de $1.500 y la experiencia adquirida por Reyes-Lovio como contador de
un famoso restaurant estatal para turistas, El Tocoloro, de acuerdo a El Nuevo Herald. Reyes-Lovio enfatiza en
la información que él no es el dueño del restaurante y solo está aportando “el
concepto y el nombre de la Fontana”.
Las sanciones del Departamento del Tesoro
contra Cuba, administradas por la Oficina de Control de Activos Extranjeros
(OFAC, por sus siglas en inglés) establecen además excepciones para las
personas nacidas en Cuba que han obtenido residencia permanente en EEUU, se
naturalizaron o están en el país de modo legal, en un estatus diferente al de
visitante—por ejemplo, con un parole o
con una aplicación pendiente para ajustar su estatus migratorio. Los cubanos
con visas de turismo, según lo establecido por la OFAC, no pueden establecer
sus propias compañías, especifica El
Nuevo Herald.
Las sanciones codificadas en las
Regulaciones para el Control de Activos Cubanos, que datan de 1963, prohíben la
mayoría de las transacciones que involucran a ciudadanos cubanos. Bajo las
leyes actuales, La Fontana Miami no podría ser una sucursal de la original en
La Habana, y Reyes-Lovio niega que lo sea, aunque no descarta que en el futuro,
le gustaría trabajar junto a su antiguo socio Blanco en la creación de un proyecto
de ese tipo, señala también el periódico, que en otra parte de la información
añade que “el éxito económico de ese negocio [en Cuba] le permitió a
Reyes-Lovio abrir La Fontana Miami”.
En el caso específico del nuevo
restaurante en Miami, no son pocos los obstáculos que tiene por delante.
En primer lugar su ubicación. Situada en
un área de Miami Beach conocida como “La Pequeña Buenos Aires”, no es una zona
donde abunden los residentes cubanos, ni en especial los llegados en los
últimos años, que pudieran ser clientes potenciales de un sitio al que
posiblemente nunca pudieron ir en Cuba, por limitaciones económicas. Debido a
sus precios, La Fontana en Cuba es una paladar más al alcance del turista
extranjero que del cubano de a pie.
Apostar al reconocimiento internacional
que tiene el sitio es sumamente arriesgado, ya que dicho mérito se limita a las
circunstancias específicas de Cuba. Ese atractivo que pueda tener para el
extranjero que visita la Isla termina al abandonar las costas cubanas, donde la
competencia es feroz.
Si La Fontana fue pionera en poner a
prueba la fórmula de “la cena-concierto”, y se hizo habitual que reconocidos
músicos hicieran presentaciones en su restaurante, como nos dice El Nuevo Herald, dicho concepto es
ampliamente conocido en este país desde hace muchas décadas.
Por otra parte, los platos que pueden
resultar entre novedosos, singulares y hasta “exóticos” en la Isla —ravioli de
camarón en salsa blanca y cobo en jengibre, ajo y pepperoni— solo se juzgan
aquí a partir de la excelencia en su preparación, sin entrar en cuenta otras
consideraciones.
Pero todo lo anterior no hace más que
destacar algo conocido de sobra: lo difícil de triunfar en el giro
gastronómico. Lo importante aquí es destacar que se trata de un caso en que la
experiencia cubana, desde el punto de vista empresarial, puede resultar de
cierta utilidad, y que se trata de un nombre que no se fundamenta ni en la Cuba
de la década de 1950 o años anteriores, ni tampoco evoca un producto hecho
famoso por el estado cubano —por ejemplo los helados Coppelia—, sino que hace
una apuesta posrevolucionaria.
Este hecho debe advertir sobre las
limitaciones que encierra el concepto de nostalgia —pese a su atractivo literario
y periodístico— al aplicarse a las nuevas oleadas de inmigrantes cubanos en
Miami. Tanto en la referencia a las edades de sus miembros, como al momento de
arribo a este país, las preferencias y gustos adquiridos en la Isla, que se
trasladan y adquieren dicha categoría, se definen por una temporalidad ausente
en la clásica nostalgia del llamado “exilio histórico” o ya más bien
“prehistórico”, donde ese sentimiento arraigado —y explotado— cobró un sentido
de añoranza que, más allá de la efervescencia política, conserva aún un fuerte
arraigo emocional entre los que lo experimentan o sufren.
Hoy lo que representa ese sentimiento, en
quienes son ya la mayoría de los cubanos, no pasa de ser algo más en un
conjunto emocional donde algunos resaltan más que todo por lo insólito —¡los
muñequitos rusos!— que por valores inherentes al producto mismo, y se limitan a
ejemplificar una emoción común: la pérdida de la infancia y la juventud, pero
no el fin de una era; algo común al individuo, pero no limitado a la geografía
y la historia.
En este sentido, La Fontana Miami surge
como ejemplo poscontructivista de la Cuba de mañana, que ya comienza, y del
Miami de hoy que se transforma.