Cuba tiene una característica especial en
cuanto a los acontecimientos históricos. Siempre llega tarde, salvo cuando se
anticipa. Esa cualidad, que ha pasado a integrarse —y a definir— la sabiduría
popular, tuvo una expresión temprana en aquello de la “siempre fiel”. Fue la
última colonia en liberarse del dominio español en América. En la práctica se
tradujo en centenares de muertos adicionales, una isla devastada por un largo
conflicto, la ruina económica de la metrópoli, una soberanía mantenida
pendiente durante cuatro años, otra intervención posterior y un continuo
complejo nacionalista. No fue poco el precio a pagar. Ahora otra
excepcionalidad histórica acaba de concluir. En la mañana del 17 de diciembre
el último reducto de la guerra fría terminó en este continente, 25 años después
de la caída del Muro de Berlín. Cuba y Estados Unidos acordaron iniciar los
pasos para reanudar relaciones diplomáticas.
El presidente Barack Obama declaró que ha
instruido al secretario de Estado, John Kerry, a que inicie inmediatamente
conversaciones con Cuba para restablecer los vínculos diplomáticos con la Isla.
Por su parte, el gobernante Raúl Castro dijo en una alocución a los cubanos
trasmitida por radio y televisión: “Hemos acordado el restablecimiento de
relaciones diplomática”.
Así de sencillo.
Lo que llama la atención es la calma en
esta ciudad tras el anuncio.
En Miami unos cuantos manifestantes en el
lugar de siempre —el restaurante Versailles— con las palabras, los carteles y
los gritos de siempre. Y también con la cámaras y la prensa de siempre.
Economía de medios y recursos. Tacañería de esfuerzo. Todo ello en un día
radiante. Imaginar que hubiera sucedido con lluvia. Y eso que en Miami no nieva
ni hace frío. Pensar por un momento en el efecto de un trueno. No hay duda que
el anticastrismo vertical ha vivido épocas más felices en esta ciudad.
Da la impresión que la noticia no se ha
asimilado por completo. Washington y La Habana, enemigos declarados por
décadas, inician el camino para la reconstrucción de las relaciones con los
hermanos Castro aún en el poder.
Esto quiere decir simplemente que la
transición en marcha en Cuba ha recibido el visto bueno de la Casa Blanca. Esa
transición es, por supuesto, la dictada desde la Plaza de la Revolución. Nada
de participación de la disidencia. Ni siquiera ha sido necesaria la “oposición
leal”, tan comentada en determinados círculos. No han hecho falta promesas de
cambios políticos. Leyes de amnistía. El surgimiento de espacios alternativos
reconocidos.
Con una pasividad aplastante, el exilio
ha presenciado la “última victoria de Fidel Castro”.
El empecinamiento en el intercambio, la
captura de Gross, la campaña internacional: todo condujo al resultado esperado
por el gobierno de La Habana.
Después del regreso del niño Elián, “Los
Cinco” se convirtieron en el centro de esa campaña de propaganda perenne, que
por décadas ha conducido el régimen bajo el nombre pomposo de “batalla de
ideas“.
Con Raúl, un general, se acabaron las
“batallas” y las “ideas”, pero esta lucha final quedaba por concluir.
Nos guste o no, el gobierno cubano ha
logrado una victoria a toda regla.
En el terreno diplomático, con el rechazo
internacional al embargo: el rechazo de gran número de países latinoamericanos
a la política estadounidense hacia La Habana; el silencio de las naciones
restantes del hemisferio y la adopción de una política de acercamiento crítico
por parte de Europa. Tras décadas en que Washington practicó con relativo éxito
una política de aislar al régimen cubano, desde hace años terminó aislándose
cada vez más.
A los efectos del cubano de a pie,
también el gobierno de La Habana sale ganando, y esta victoria es aún más
importante.
El gobierno de Obama le ha regalado una
nueva ilusión con que alimentar la espera de quienes viven en la Isla. Primero
fue la aún fiel Venezuela. Después el petróleo, que nunca apareció; Luego las
inversiones extranjeras, que aún no han florecido. Ahora llega la ilusión del
fin del embargo. Los cubanos tienen algo para soñar mientras hacen fila para
adquirir productos o estiran sus salarios, que no les bastan. Gracias al
gobierno que hasta ayer se consideraba el archienemigo del régimen. No han
hecho falta ni Caracas, ni Moscú, ni Pekín para que renazca la esperanza, y con
más razón, porque ahora viene del “Norte revuelto y brutal”.
Puede argumentarse que en ambos casos son
victorias temporales: dentro de unos meses nadie comentará sobre “Los Cinco” y
falta mucho para el fin del embargo.
Sin embargo, el triunfo más importante no
es para Cuba sino para Raúl Castro. Por primera vez en casi 56 años un
gobernante cubano y un presidente estadounidense dialogan. Raúl y su
circunstancia lo han conseguido sin perder la cara en el intento. “Sin
renunciar a uno solo de nuestros principios”, ha dicho.
Todo ello sin que en Miami los exiliados
se lancen a la calle. Los días en que “luchábamos por Elián” son un pasado
lejano.
Si la respuesta emocional ha sido nula,
los razonamientos se han caracterizado por su torpeza. En la prensa y la radio
de esta ciudad se han escuchado las más diversas razones —en buena parte
girando sobre una actitud de rechazo a la acción presidencial—, pero todas con
un denominador común: el negarse a aceptar un hecho consumado.
Este hecho es que, más que un cambio de
política hacia el régimen de La Habana, lo que se ha producido es el establecimiento
de una nueva estrategia dentro de esa política.
Esa actitud negativista de los exiliados
encierra una motivación irracional: el negarse a aceptar lo que ha dictado un
presidente democráticamente electo, con un mandato definido. Así ha salido a
relucir una y otra vez el poder del Congreso, no en su función legislativa sino
convertido en la ilusión exiliada en un poder ejecutivo. El consuelo del
instante, para quienes defienden esta argumentación, es que todo lo dicho por
el Presidente cuenta poco a partir de que el próximo año el Congreso estará
dominado por el Partido Republicano, que echará por tierra todo lo dicho hoy.
Aquí el absurdo se mezcla con la
ignorancia, como desconocer que la colocación de una nación en la cuestionable
lista de naciones que apoyan el terrorismo es una prerrogativa del Departamento
de Estado, quien confecciona el listado, no el Congreso.
Si Cuba es retirada del listado, como
debió hacerse desde hace años, la exclusión no será muy diferente a lo ocurrido
con otros países. Corea del Norte fue retirada de la lista en el año 2008 (lo
que por otra parte convierte en poco convincente el argumento de mantener a
Cuba debido al caso de las armas encontradas en un buque norcoreano). Libia en
2006, cuando la entonces secretaria de Estado Condoleezza Rice, certificó su
renuncia sostenida del terrorismo como política de Estado (¿hay que recordar
que quien gobernaba el país árabe para esa fecha era Muamar el Gadafi?). Yemen
del Sur fue suprimido en 1990 luego de su fusión con Yemen del Norte. Como dato
adicional, vale la pena recordar que Afganistán nunca estuvo en la lista.
Así que la salida de Cuba de la lista no
será difícil de argumentar para el Departamento de Estado, a partir de dos
argumentos —o pretextos, según quiera verse— claves, como son el proceso de paz
colombiano en La Habana y la participación de la Isla en la lucha contra el
ébola en África.
La negatividad señalada, por parte de los
exiliados cubanos de Miami, también ha llevado a olvidar todo lo que la acción
presidencial conserva sin alteraciones, desde la Ley Helms-Burton y la
Torricelli —así como la fundamental de Comercio con el Enemigo— como la
prohibición de turismo para los norteamericanos. Ha quedado en pie, por lo
tanto, incluso un aspecto tan controversial de las medidas como es su carácter
extraterritorial.
Si bien es cierto que con la ampliación
de ciertas normativas Obama hace más permisible el embargo, no hace con ello
más que prolongar una vía iniciada con anterioridad.
El embargo fue relajado por el Ley de
Reforma de Sanciones y Mejora de las exportaciones, que fue aprobada por el
Congreso de los Estados Unidos en octubre de 2000 y firmada por el entonces
presidente Bill Clinton. Esta medida permitió la venta de bienes agrícolas y
medicinas por razones humanitarias, pero el gobierno cubano la rechazó
inicialmente. Fue en noviembre de 2001, y tras el paso del huracán Michelle,
que Fidel Castro aceptó la compra de productos a los granjeros estadounidenses.
Y entonces el presidente de EEUU era George W. Bush. Así que lo que Obama ahora
amplía es lo que se inició bajo Bush.
Sin embargo, todo lo anterior no omite
que lo fundamental ahora es que Cuba y Estados Unidos tendrán relaciones
diplomáticas plenas en un futuro cercano, con independencia de si el Congreso
republicano se decide por la torpeza de no confirmar un embajador para Cuba.
En ese caso, lo más probable que ocurra
entonces es que este país tendrá un embajador cubano en Washington y ninguno en
La Habana, ya que Alexander Hamilton describió que la forma más conveniente era
dejar al poder del presidente el recibir a los embajadores, en lugar de tener
que citar a la legislatura para esos fines.
Queda entonces solo en pie el argumento
moral, y es el derecho en el exilio a protestar por el acuerdo para el
restablecimiento de relaciones diplomáticas. Protestas que hasta ahora no se
han siquiera insinuado, más allá de la algarabía breve en el Versailles.
Exilio que debe comenzar a prepararse
ante el hecho de que es muy probable que el camino iniciado ayer lleve a un
viaje del presidente Obama a Cuba en los próximos dos años.
Falta solo por añadir un punto, y es el
señalar que Obama ha hecho lo necesario, imprescindible e inevitable.
Más allá de iniciar el restablecimiento
de relaciones, el Presidente ha dado un giro a la política del embargo, para
convertirla en un verdadero instrumento de presión y no en un principio
estancado. Sus resultados pueden estar llenos de incertidumbre, pero el camino
actual desde hace años no producía avance alguno para los objetivos de
contribuir a la democracia y el respeto de los derechos humanos en la Isla.
En este sentido, vale la pena mirar por
un momento a la distante Birmania, porque es un buen ejemplo a tener en cuenta
Birmania o Myanmar inició su
transformación política en 2011, tras medio siglo de dictadura militar (¿no
suena esto familiar a los cubanos?). Su presidente, Thein Sein, liberó a los
presos políticos, relajó la represión y dio los primeros pasos hacia una
transición democrática. En vista a eso, EEUU levantó algunas de las sanciones
impuestas durante el régimen dictatorial. Pero dichos comicios no han resultado
en todos los cambios esperados.
Obama realizó recientemente su segunda
visita al país. En ella reafirmó que la transición parece haberse estancado. Incluso
en algunas áreas han ocurrido retrocesos y las violaciones a los derechos
humanos continúan.
¿Fue un error entonces la política de la
Casa Blanca? La respuesta no es fácil porque un análisis del panorama birmano,
bajo una óptica bipolar, sólo lleva a justificar una posición partidista. De
adoptarse, todo se reduce a la vieja disyuntiva de la mitad del vaso de agua:
¿medio lleno o medio vacío?
Dos posiciones, en el Congreso de EEUU,
definieron la discusión a la hora de imponer restricciones a la junta militar
de Birmania.
Una planteaba que la medida debía
someterse a una revisión anual. La otra estaba a favor de adoptar algo similar
al embargo contra el gobierno cubano: el sostenimiento indefinido de las
sanciones hasta que no se produjera un completo cambio democrático. Nada de
pasos equilibrados, sino una apuesta de todo o nada.
Al final se impuso la primera posición.
En el 2003, el senador republicano Mitch
McConnell —quien el próximo año será el presidente del Senado— trabajó junto al
exsenador demócrata Max Baucus y los senadores Dianne Feinstein (demócrata) y
Chuck Grassley (republicano), y llegaron al acuerdo de que las sanciones serían
sometidas a una evaluación anual.
En enero del 2011, la entonces secretaria
de Estado, Hillary Clinton, declaró que las sanciones serían levantadas si se
producían cambios “reales”.
En el 2012 Aung San Suu Kyi —premio Nobel
de la Paz— fue liberada y en abril del 2012 elegida diputada del Parlamento
Nacional. La oposición entró al Parlamento con 43 diputados, pero el Ejército
se reservó un cuarto de los escaños, lo que garantizó que los opositores no
fueran capaces de hacerle sombra al gobierno.
En mayo de ese año Clinton anunció el
relajamiento de algunas sanciones —entre ellas restricciones financieras—, para
facilitar la transición.
Al año siguiente, se eliminaron las
restricciones vigentes contra los funcionarios birmanos. En igual sentido, ese
mismo año, 2013, la Unión Europea levantó todas sus sanciones, salvo el embargo
de armas (¿también esto no suena familiar a los cubanos?).
Sin embargo, las esperanzas del cambio se
han visto opacadas en los últimos tiempos.
Obama reconoció, en una entrevista con la
revista The Irrawaddy, que en Birmania “el progreso no ha sido tan
rápido como muchos habían esperado, cuando empezó la transición”.
El 9 de agosto de este año, el secretario
de Estado John Kerry pidió al gobierno de Birmania acelerar las reformas
democráticas. Una semana antes, varios senadores estadounidense habían
solicitado nuevas sanciones y en mayo Obama extendió por un año más algunas de
las restricciones económicas aún vigentes (prohibición de inversiones
norteamericanas y de las exportaciones de ese país a EEUU).
Durante su reciente visita, Obama
presionó al presidente Sein para reformar la norma que impide postularse a Suu
Kyi, así como eliminar la represión étnica.
Si se compara la situación existente en
Birmania con la imperante durante la junta militar, es indudable que se han
producido ciertos avances que justifican el fin de algunas de la sanciones. De
igual forma hay motivos para mantener otras.
Cuba podría estar iniciando un camino
similar a Birmania, solo hay que esperar que no sea tan lento, pero pocas son
las razones para dicha esperanza.
Lo fundamental aquí es que si los avances
son pocos, en Birmania o Cuba, el estancamiento no es la respuesta. Cierto que
dicho estancamiento lo dicta fundamentalmente el régimen gobernante en dichos
países, pero ampararse en la ilusión de que la democracia está a la vuelta de
la esquina en la Isla, ya sea en el caso cubano porque se agotan los recursos
de la ayuda venezolana o por pequeñas protestas esporádicas es pecar de iluso.
Ni el reloj biológico ni el precio del crudo deben servir de fundamentos para
decidir o esperar el futuro. La realidad es que cada vez más quienes viven en
Cuba y en el exilio responden a otras expectativas y no a un discurso agotado.
El uso de sanciones nunca debe ser una
medida de todo o nada, sino de estímulo y respuesta. El camino hacia la
democracia es largo y difícil, y la cautela siempre debe acompañar al
optimismo. Ello no debe impedir el intentarlo.