La invitación oficial del gobierno panameño,
para que Cuba participe en la Cumbre de las Américas, va más allá de una
muestra palpable de la pérdida de influencia de Estados Unidos en la región.
Eso se sabe desde hace años. Tampoco se limita a ser un ejemplo de lo sencillo
que les resulta a muchos países latinoamericanos el utilizar el caso cubano
para dictar cátedra de independencia frente a Washington. Es, ante todo, una
bofetada a la democracia.
Sacar a relucir un argumento moral en
política conlleva a esta alturas apostar al fracaso. A la hora de decidir su
participación, el presidente Barack Obama tendrá en cuenta otras
consideraciones, como cualquier mandatario mundial, y de momento el argumento
más decisivo para declinar su participación tiene nombre y apellido: Alan
Gross.
Es posible de que antes del evento la
situación del contratista preso en Cuba se defina de alguna manera. Sólo cabe esperar
que de forma satisfactoria, porque de lo contrario —es decir, que ocurra su
fallecimiento o un grave deterioro de salud física o mental— casi se puede dar
por descontado que Obama no irá.
Pero incluso si se asume un final feliz
para esta situación, con la salida de Gross de la isla, poco cambiaría desde la
óptica que debe ser determinante a la hora de asumir una decisión, por parte
del gobierno estadounidense: el gobierno cubano no tiene el menor interés de
iniciar reformas democráticas, no hay nada que indique una disminución del
mecanismo represivo y el uso del terror para mantenerse en el poder continúa
siendo su instrumento preferido. De ahí que considerar que en las circunstancias
actuales en pocos meses va a producirse un cambio notable al respecto es
demostrar demasiado optimismo o mala fe.
Lo que sí está demostrado, más allá de
cualquier duda posible, es que ha producido un cambio de enfoque, por
oportunismo político, conveniencia económica y hasta desidia, que ha desviado
lo que debería ser un acoso al régimen de La Habana en una presión sobre la
Casa Blanca.
Porque el argumento de que lo más
adecuado es sentar a Cuba junto a gobiernos electos —más o menos democráticos
algunos de ellos, pero con espacios, estructuras económicas y de poder distintas
a las imperantes en la isla— como la vía más adecuada para impulsar cambios
políticos que La Habana no tiene ninguna intención de acometer no solo es
irrisorio sino nocivo: lo único que se busca por esa vía es legitimar una
dictadura.
Esto resulta más paradójico aún si se
tiene en cuenta que este foro nació por iniciativa de EEUU para discutir
acciones concertadas en el continente por parte de los gobiernos democráticos.
Así que si Obama va a Panamá y también lo
hace el gobernante Raúl Castro, bajo las condiciones que actualmente existen en
Cuba, no haría más que destruir lo que otro mandatario demócrata —Bill Clinton—
creo. Y eso, por supuesto, no tiene nada que ver con la necesaria
transformación que requiere la política estadounidense hacia Cuba. Eso es
sencillamente un retroceso.
Para añadir burla al escarnio, habría que
recordar que la primera Cumbre de las Américas se realizó en Miami, en
diciembre de 1994.
De hecho la burla ha comenzado, al ser
Cuba uno de los primeros países en recibir la invitación al evento que tendrá
lugar entre el 10 y 11 de abril.
Se sabe que la participación de Castro
cuenta con el apoyo de muchos países latinoamericanos y el silencio cómplice de
otros. Y por supuesto también que el reclamo cuenta también con el apoyo de voces
influyentes en este país.
Además del caso de Gross, hay un problema
clave para la asistencia de Obama a la reunión, En los términos actuales de la
política de EEUU hacia la isla, el presidente estadounidense no puede asistir a
la Cumbre de Panamá. Por un hecho sencillo: no puede sentarse en la misma mesa
en que esté el representante de un país que esta nación considera apoya el
terrorismo internacional.
Pero si la salida de Cuba de dicha lista
es una premisa, no constituye, ni mucho menos, una solución. Si bien se puede
argumentar que la lista se ha convertido más en un pretexto que en un objetivo,
y cuestionarse el papel de Washington para confeccionar tal listado, ello no
convierte al gobierno cubano en una democracia.
Y es este el punto primordial: la falta
de democracia. Un requerimiento que figura en las normas de participación. Si
EEUU se hace partícipe de la aberración que significa darle carta de
reconocimiento a un régimen militar —que acudiría al encuentro no para recibir
lecciones sobre los derechos humanos sino para imponerse—, estaría despojando
de valor la cita.
La política es la vía para intentar la
solución de conflictos de forma práctica, pero no se debe reducir a un
ejercicio estéril, porque entonces carece de sentido ejercerla.