¿Constituye el envío de remesas a Cuba
una fórmula para el financiamiento del régimen, como desde hace años vienen
afirmando en Miami, o es simplemente una ayuda humanitaria?
La pregunta nace viciada por el giro
torcido que adquieren las palabras en que se presenta.
Hablar de financiamiento del régimen
implica un esfuerzo consciente dirigido a sostenerlo. Como aún gran parte de la
economía del país está en manos del Estado ―es decir, del gobierno― resulta
inevitable que cualquier envío de dinero contribuya a la economía nacional y
por supuesto a las ganancias del gobierno de los hermanos Castro.
Hay, sin embargo, un matiz que vale la
pena enfatizar: convertirse en cliente obligatorio de determinada empresa ―no
importa que este caso si esa empresa es el Estado― no significa financiar un
gobierno hostil.
Con el énfasis que se le otorga a la
palabra por el exilio recalcitrante —que rechaza los envíos de dinero y los
viajes a Cuba—, lo que se intenta es reducir a colaboracionista del régimen de
Castro a cualquier hijo, hija, padre o madre de familia, tío o vecino que
visite la isla.
Esto no es más que un simple acto de
intimidación verbal.
En este sentido, se trata de enmarcar en
una disyuntiva política lo que cada vez se convierte en un asunto familiar para
quienes decidieron o se vieron obligados a irse de Cuba.
El imperativo moral cuenta como paradigma
o ideal ciudadano, pero en la práctica determina poco en las decisiones
cotidianas de quienes viven bajo una dictadura o gobierno totalitario.
Así ha sido siempre y Cuba no es la
excepción.
En medio del estancamiento que desde hace
décadas enfrentan las diversas confrontaciones, que en un primero momento
definieron la situación cubana ―exilio-patria, Cuba-Estados Unidos,
castrismo-anticastrismo― apelar al sacrificio y al sentimiento moral resulta
hipócrita mientras se vive fuera de la isla.
Al final, lo que aún sustenta la retórica
en contra de los viajes y las remesas es una actitud revanchista, inútil por
completo como estrategia a la hora de buscar el fin del castrismo; inservible
como táctica si se quiere crear una situación que provoque una revuelta en la
isla.
Porque lo que se busca es eso: hipotéticamente
es crear una situación de carencia que obligue a la gente a tirarse a la calle.
No de otra cosa se habla cuando se condena el darle “oxígeno” al régimen o al
declarar que con la crisis en Venezuela este es el momento de “aumentar la
presión”.
Más allá de la crueldad implícita en la
idea, deben señalarse dos puntos, que demuestran la estrechez de mente de
quienes alientan un aumento del embargo y el aislamiento económico del régimen
cubano.
Uno es que ya está más que demostrado que
cualquier cierre económico total sobre Cuba no solo es imposible, sino que el
país ha atravesado por diversas crisis en este sentido, tras las cuales el
gobierno castrista ha demostrado su fortaleza.
El segundo punto es que ha sido
precisamente el gobierno de la isla quien ha utilizado la escasez como una
forma de represión.
¿Por qué entonces este empecinamiento en
fórmulas caducas? Por empecinamiento y soberbia. Empecinamiento que viene
determinado por la falta de voluntad e imaginación para buscar fórmulas mejores
en el camino hacia la democratización de Cuba. Soberbia como única vía de
escape antes de reconocer el fracaso.
El problema es que la fundamentación
repetida por años, de que el dinero del exilio sirve para financiar el régimen
de Castro, se está quedando sin sentido, a partir del surgimiento y desarrollo
de un sector económico que opera dentro del sector privado.
No importa lo limitado que este sector
resulta aún, no se trata tampoco de formular pronósticos sobre su futuro. La
realidad actual es que se han introducido elementos en la economía cubana
―cuentapropismo, compra y venta de casas y automóviles― donde el dinero
proveniente de Miami está llamado a desempeñar un papel fundamental.
Dinero de Miami, hay que enfatizarlo.
Otras ciudades, otros ámbitos, es posible que contribuyan, pero el centro se
encuentra aquí, en esta ciudad. Y lo que está ocurriendo es que las remesas
están financiando menos al régimen y más al movimiento reformista.
La pregunta ahora es otra: ¿queremos o no
queremos reformas en Cuba? Discutir el alcance de estas reformas es válido,
pero aquí ya entramos en otro terreno y debate.