Lo que hace que una democracia sea tal no
es el gobierno de las mayorías, sino el respeto y la participación de las
minorías. Si se limitara a las mayorías, Hitler, Mussolini y otros tantos
sátrapas habrían sido demócratas por excelencia.
En Estados Unidos, los fundadores de la
democracia se preocuparon en dividir los poderes y dar representación y
controles a la oposición, como garantías de buen funcionamiento del sistema.
En la mejor tradición latinoamericana, el
teniente coronel bolivariano y primer socialista del siglo XXI, el fallecido
presidente venezolano Hugo Chávez, ignoró las minorías y aplicó la dictadura
del número. En la mejor tradición de líderes como Perón o Getulio Vargas, logró
aprovecharse de los errores de la oposición y lograr una mayoría absoluta en la
Asamblea Constituyente. Luego fue fabricando otras “mayorías”. que le
permitieron no solo mantenerse en el poder hasta su muerte, sino nombrar
heredero político.
Pero la dictadura del número se debilita
cuando los números cambian, y eso es lo que ocurre ahora en Venezuela.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro,
enfrenta su peor momento de popularidad, con una aprobación de tan solo 22,6%
según una encuesta de la firma consultora Datanálisis elaborada en diciembre
pasado.
La popularidad de Maduro ha retrocedido
considerablemente desde que asumió la jefatura en abril de 2013, cuando ganó
las elecciones con 50,6% de los votos y una diferencia de apenas 223.000 votos
sobre el líder opositor Henrique Capriles Radonski.
También está por el suelo la economía
venezolana.
El Banco Central de Venezuela confirmó a
finales de año que la economía del país cayó en una profunda recesión en 2014.
En el tercer trimestre de 2014 se registró
una contracción de 2,3%, informó el BCV. Fueron las primeras y únicas cifras
oficiales sobre el comportamiento económico de Venezuela ese año.
En el segundo trimestre se reportó una
caída de 4,9%, luego de registrar una contracción de 4,8% en los primeros tres
meses del año. De acuerdo con los parámetros internacionales, dos trimestres
continuos con contracciones económicas apuntan hacia una recesión.
La contracción se produce en una época en
que los precios internacionales del petróleo caen constantemente.
Venezuela tiene una fuerte dependencia
del crudo, el cual genera cerca del 96% de los ingresos que recibe por
exportaciones. La caída de precios ocurre en momentos en que el país enfrenta
una inflación galopante —la cual alcanzó en noviembre una tasa anualizada de
63,9%— y severos problemas de escasez de productos básicos.
Chávez mantuvo su popularidad e
influencia en Latinoamérica gracias a los miles de millones de dólares que pudo
dedicar a ese, fin debido al elevado precio del combustible.
El mandatario venezolano hizo todo lo que
pudo en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), para promover junto con Irán un aumento del
barril que ya rondaba los $100 en 2007.
En aquel entonces incluso la presidenta
chilena, Michelle Bachelet en su primer mandato de gobierno, le había pedido
interceder para aumentar la producción y bajar los precios, que fue finalmente
la postura de Arabia Saudita.
El precio del petróleo, que por oferta y
demanda sería de no más de $60 en esas fechas, resultaba una carga pesada para
los países latinoamericanos que estaban tratando de salir de la pobreza y el
subdesarrollo. Pero a Chávez poco le importó aquello. Lo que quería —y obtuvo—
era un precio estratosférico del combustible, para luego utilizarlo como arma
de dominación y chantaje.
También soñó con extender ese chantaje
hacia Estados Unidos, sin considerar que esta nación estaba mejor preparado que
ningún otro país, debido a su poderío económico, para afrontar los precios del
petróleo, la calamitosa gestión del presidente George W. Bush y la crisis
hipotecaria.
Los resultados de todos esos errores de
Chávez los ha tenido que cargar Maduro, que por su parte ha agregado otros
propios
Mientras Chávez colocaba en el
presupuesto fondos para interferir en los asuntos internos de otros países, no
hacía nada por aliviar el desabastecimiento de productos elementales, así como la
inseguridad sin precedentes que azota a Venezuela.
Tras la llegada al poder, Maduro ha
demostrado no solo ser incapaz de siguiera afrontar estos y otros problemas,
sino que los ha agudizado.
La pregunta a formularse a finales del
pasado año —cuando los medios de prensa hacen análisis de lo transcurrido en
los últimos 12 meses, seleccionan noticias y revisan cifras— era muy sencilla:
¿cómo el presidente venezolano ha logrado sostenerse en el poder? Nadie la puso por escrito, lo cual no implica que deje
de estar latente.
De acuerdo a la más reciente evaluación
sobre la situación del país, el 86% de los entrevistados dio una respuesta
negativa.
Una encuesta realizada por la misma
consultora entre septiembre y octubre de 2014 mostraba que la aprobación de
Maduro llegaba a 30,2%; mientras que en las simpatías partidistas los adeptos
al chavismo eran 28.9%, uno de los niveles más bajos en la década. Asimismo, en
ese entonces el 81,6% de los encuestados consideraba de regular a muy mala la
situación del país.
Si la tendencia de los número continúa,
dentro de pocos meses la aprobación de Maduro será 0 y todos los venezolanos
considerarán que el país se encuentra en una situación pésima.
En su último mensaje de 2014, Maduro afirmó
que en este año se ejecutaría un programa de recuperación económica, aunque
sólo presentó algunas metas sin anunciar ninguna medida concreta.
“Estoy convencido de que el año 2015 es
el año del gran cambio del modelo económico”, dijo el mandatario.
¿Implican estas palabras la puesta en
marcha de un modelo económico de corte similar al que existió en la
desaparecida Unión Soviética, y en gran medida aún pervive en Cuba?
Es poco probable. En primer lugar cabría
preguntarse cuán popular sería.
No hay que olvidar que la izquierda nunca
fue una opción de poder en Venezuela. Entre la caída de Pérez Jiménez y el
ascenso de Chávez, el poder se repartió en socialdemócratas, adecos, y
socialcristianos, copeyanos. El discurso de izquierda, encarnado en partidos como
el MAS, no superó el 10%. Es legítimo preguntarse si los venezolanos van a sentirse
cómodos con una economía socialista, cuando nunca votaron por ello en el
pasado.
Cuando en 2007, en plena salud y con el
precio del crudo en alza, Chávez lanzó un referendo para aprobar una
constitución socialista, el “no” se
impuso por un estrecho margen.
Si en circunstancias más favorables tanto
Chávez como Maduro no pudieron dar el necesario paso del autoritarismo al
totalitarismo —no por falta de voluntad sino por incapacidad políticas y época
distinta a la que propició en el pasado este tipo de régimen—, lo cual
convertiría en prescindible cualquier consulta popular, mucho menos es ahora el
momento.
El segundo aspecto es aun más importante.
Más allá de la altisonancia del discurso presidencial, nadie en Venezuela,
incluido el propio mandatario, apuesta en favor de una profunda revisión
económica en la actualidad. El único posible intento está en movimientos
pequeños, actuaciones limitadas y acciones a corto plazo.
Debido a que la contracción de la
actividad económica ocurre en medio de un contexto de aceleración de baja de los precios,
Venezuela entró en un ciclo de "estanflación", que implica
contracción económica e inflación alta.
Este tipo de situación no es nueva ni
limitada a un país como Venezuela. Ha ocurrido y volverá a ocurrir en las
naciones más diversas, incluso en aquellas con mayor desarrollo económico
capitalista. El problema mayor de Venezuela no es solo la crisis en sí. Es la
carencia, por parte del gobierno, de instrumentos adecuados para resolverla, a
lo que se une su autoritarismo para impedir el desarrollo de otros medios que
serían capaces de enfrentar el problema, pero que por su naturaleza quedarían
fuera del control del gobierno.
Para decirlo con palabras más simple: el
gobierno de Maduro ni arregla ni deja arreglar.
La visión que llega del Palacio de
Miraflores es limitarlo todo a una cuestión de control, precios y cambios.
Sin embargo, este enfoque no es la
solución, sino precisamente la causa de los problemas.
El estricto control gubernamental de
divisas ahuyenta la inversión y provocar una escasez generalizada. En Venezuela
rige un férreo control de precios y de cambio desde 2003. De nuevo estamos ante
las culpas de Chávez que ha agrandado Maduro.
Precisamente el mandatario ha anunciado
que establecerá un nuevo sistema cambiario, cuyos detalles serán dados a
conocer en enero. Se va a "optimizar el sistema cambiario, perfeccionarlo",
aseveró.
Pero lo más probable es que se produzca
una nueva devaluación monetaria.
El líder opositor Henrique Capriles acaba
de declarar que de nuevo “huele a devaluación” en el país, al comentar el
anuncio de Maduro sobre reformas en el sistema cambiario.
La estrategia económica del chavismo
siempre ha sido el intenta combatir a los números con otros números, pero con
lo que se combaten las cifras es con hechos.
Chávez realizó todos sus cálculos apostando
solo a un número: el precio del petróleo. Le salió bien, pero los tiempos han
cambiado. Maduro no sabe salirse de esa pauta trazada y está hundiendo a
Venezuela en una crisis de la que tardará decenas de años en recuperarse.
Con independencia de las medidas a
adoptar por el gobierno, lo que parece seguro es que resultarán insuficientes.
En primer lugar porque la crisis económica de Venezuela es también una crisis
política, lo que hace indispensable dar los pasos necesarios para recuperar un
clima de confianza, negociación y libertad. Es decir, el restablecimiento de la
democracia. Y eso, por supuesto, no lo va a llevar a cabo Maduro. Lo que nos
devuelve a la pregunta que debieron haber formulado los periódicos a finales
del año pasado, y nadie hizo.