El triunfo electoral de Barack Obama
nunca se ha visto libre de la paradoja de ser la mejor salida —la más práctica
y eficiente— de que disponían los conservadores en ese momento, para intentar
al menos poner freno a la decadencia de esta nación y limitar en lo posible una
pérdida de hegemonía mundial, que por otra parte ya no era posible aspirar en
los términos que soñaron los neoliberales y neoconservadores tras la
desaparición de la Unión Soviética.
Obama cumplió ese objetivo a cabalidad.
Por ello —y también como otra paradoja política—, es muy posible que los dos
últimos años de su mandatito sean los más importantes de su paso por la Casa
Blanca, luego de reconocer el significado histórico de la ley de salud, el
llamado “Obamacare”, que de apelativo despreciativo avanza hacia convertirse en
marca.
Pese a su triunfo electoral en las
pasadas elecciones legislativas, el futuro del Partido Republicano está lleno
de interrogantes y hasta este momento los aspirantes a la candidatura presidencial
republicana que se perfilan no son más que rezagos del pasado: ni Jeb Bush, ni Mitt
Romney, ni Chris Christie, ni Ron Paul tienen nada nuevo que ofrecer; eso por
no hablar de los improvisados —Marco Rubio, Ted Cruz— ni de los alocados y
desgastados —Michele Bachmann, Rick Santorum, Mike Huckabee, Newt Gingrich y similares— quienes son incapaces
de aportar algo más que algún titular de 24 horas, color local y breve
entusiasmo parroquial.
Sin embargo, la búsqueda de un candidato
presidencial apto es un problema que cuenta a su favor con la ventaja de unos
18 meses —o algo menos— para encontrarse. Pero hay un problema más grave que
amenaza al Partido Republicano, y es su posible escisión. Es apresurado
aventurar si esta se materializará o no, pero de lo que no hay duda es que
existen dos fuerzas enfrentadas que pugnan por el control del partido: un republicanismo
revolucionario en su acción y reaccionario y revanchista en su esencia —cuya
mejor definición es el Tea Party— capaz de movilizar electores que no solo se
destacan por su carácter vocinglero sino por su activismo, y con los cuales hay
que contar, sobre todo en los procesos electorales primarios, pero que por su
carácter minoritario no pueden alcanzar un triunfo nacional y por definición
están imposibilitados de una alianza con las minorías —algo que por otra parte
tampoco les interesa—, y un conservadurismo reformista capaz de convertirse en
una poderosa fuerza política si logra conquistar a la clase media y ganarse a
los hispanos —una posibilidad real—, pero que de momento enfrenta el reto de
una recuperación económica nacional cada vez más fuerte, y un renacimiento de
Estados Unidos como poder financiero de primer orden —además de bélico— en la
arena internacional, todo ello logrado gracias a los dos períodos de
administración demócrata, lo cual llevaría a la clásica pregunta de recordar
donde estaba el país cuando los republicanos salieron de la Casa Blanca.
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