No es una estrategia nueva. Desde la
época de Mao, China viene apostando fuerte en Latinoamérica.
Ahora esa apuesta se multiplica. Pekín
aportará $35.000 millones a través de diversos fondos para financiar proyectos
de infraestructura y desarrollo en la región, Es la consecuencia lógica de un
plan en marcha. No por gusto las visitas de Estado llevan sucediéndose sin
interrupción por más de una década.
Hay dos aspectos fundamentales en el foro
ministerial entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(Celac), que se celebrará en Pekín el jueves y el viernes.
Uno viene ocupando un lugar privilegiado
en los despachos de prensa. La desesperación del presidente venezolano, Nicolás
Maduro, por obtener fondos para aliviar la crisis que atraviesa el país. Su
visita fue anunciada a última hora y tiene a las claras el objetivo de
presionar al más alto nivel la obtención de una nueva línea de crédito. Esta por
verse si lo logrará, pero lo más probable es que obtenga un resultado mixto:
algo pero no tanto como quiere o necesita.
El segundo aspecto es más importante. Se
trata de una reunión ministerial a la que asisten solo tres jefes de Estado:
además de Maduro, los mandatarios de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, y de Ecuador,
Rafael Correa.
Poco añade a la reunión la presencia de
Solís. Correa, por su parte, además de buscar un incremento de la colaboración
económica, busca reforzar su imagen como potencial protagonista político dentro
de la Celac, algo que viene intentando desde la muerte de Hugo Chávez.
Lo demás será la presencia de una
veintena de cancilleres de toda la región.
Es, por lo tanto, una reunión destinada a
impulsar iniciativas y sobre todo a instrumentar su puesta en marcha. No es un
encuentro para lanzar nuevos planes, sino para desarrollar los creados con
anterioridad.
Poco cabe de que se produzca un cambio en
la relación entre China y Latinoamérica. Y en este sentido donde cabe la
pregunta que encabeza este comentario. Las intenciones de Pekín son continuar la
explotación de recursos naturales de la región, de acuerdo a sus intereses. En
lo fundamental, es continuar y expandir la adquisición de materias primas a
cambio de mercancías. En gran parte productos de calidad variable, desde
juguetes baratos y que se rompen pronto —en esencia para los padres lo que
importa es el precio, ya que de todas formas los niños “acaban con los
juguetes”— hasta tecnología electrónica.
Es un punto de vista válido para quien
aporta el dinero, pero que implica que el desarrollo industrial al que China
está dispuesto a contribuir se limita a las áreas que necesita para su propio
desarrollo. La conclusión es que Latinoamérica continuará transformando su
dependencia histórica con Estados Unidos —que en lo político se ha visto
mermada, pero en lo económico ha sido incrementada— hacia una segunda
dependencia, en este caso con China.
Aquí entran en juego principalmente
factores económicos, pero también políticos.
China se reúne con los países
latinoamericanos sin la presencia de EEUU.
No hay que ver en ello un fenómeno
similar a la expansión soviética de años atrás. No. China no está creando
nuevos lazos comerciales en Centroamérica y América Latina como parte de una
campaña de estilo soviético para establecer una cabeza de puente en el patio
trasero de Washington. China y las empresas chinas están desarrollando también
cada vez más actividad en África, Oriente Próximo, el sureste asiático y
Europa, donde buscan obtener beneficios de sus inversiones, tener acceso a un
número cada vez mayor de consumidores capaces de comprar las exportaciones
chinas y asegurar a largo plazo el abastecimiento de los recursos que necesita
el país para sostener el crecimiento, crear nuevos puestos de trabajo y
reforzar la estabilidad interna. Se trata de un fenómeno, fundamentalmente, de
competencia comercial, aunque la política y la economía siempre han marchado de
forma conjunta. Solo que, ahora, y a diferencia de lo que ocurría con la
desaparecida Unión Soviética, no hay una ideología que domine: quienes mandan
son los negocios.
Aquí entra el segundo factor. China se
dice un país comunista, pero desarrolla un capitalismo de Estado que juega con
ventajas competitivas. Las empresas chinas utilizan el peso diplomático que brinda una gran potencia
para obtener las mejores condiciones comerciales.
El presidente chino, Xi Jinping, ha dicho:
“Cuanto más se desarrolle América Latina, mejor para China”, pero es una
declaración que hay que acoger con reservas.
Otra cuestión son las implicaciones
políticas.
De los países que acuden al encuentro, 12
de ellos —la mayoría centroamericanos— no han establecido oficialmente
relaciones diplomáticas con Pekín, sino con Taipei. De momento, eso no parece
ser una limitante para la obtención de dinero
“Todos los miembros de la Celac pueden
solicitar el uso de estos fondos”, remarcó en rueda de prensa Zhu Qingqiao, director
general del Departamento para Latinoamérica y el Caribe del Ministerio de
Asuntos Exteriores chino.
Una declaración que, también, hay que
acoger con reservas. Al menos si se toma en cuenta el desarrollo de los
vínculos entre China y los países latinoamericanos.
Cuando Xi Jinping viajó a
México en 2013, la visita de Estado, que duró tres días, culminó con el anuncio
de la expansión de los lazos comerciales, así como la garantía de que México
reconocía oficialmente que Tíbet y Taiwán formaban “parte inalienable del
territorio chino”.
Así que no cabe descartar que algunos de
los países centroamericanos también cambien su posición respecto a Taiwán en
los próximos meses.