(Pre)Conclusiones de un añorado encuentro.
La primera viene por el lado negativo.
Washington y La Habana acaban de mostrar su acuerdo unánime en que no están de
acuerdo en nada. Lograr tan poco y brindar algo tan conocido no requería de
tantos viajes y tantas reuniones. Los detalles del desacuerdo se cuidaron al
máximo, al punto que por un momento lograron eclipsar que lo importante no fue
el ahora sino la manera de definirlo.
Para comenzar, el sitio del encuentro. Esas
dos mesas largas separadas por un amplio trecho, donde un absurdo anuncio
floral en el centro recuerda tanto las reuniones del comité central del partido
chino como los decorados de una cinta de Esther Williams. Casi para anunciar
que a partir de este momento, Cuba estaba lista para aceptar “lo mejor de dos
mundos”. Parecía más bien el escenario de un filme de Hollywood, lástima que en
Hollywood ya no se hagan películas.
La publicidad, sin embargo, superó a la
ficción cinematográfica: la foto de Roberta Jacobson tomando un “café cubano” junto
a Josefina Vidal pide a gritos un anuncio de venta con un eslogan creado
décadas atrás.
Lo demás fue también mucho cuidado en
citar conferencias de prensa independientes y en horarios distintos. Evitar así
que los periodistas tuvieran la oportunidad de asistir a ambas como impedir engorrosos
encuentros en los pasillos.
La disidencia no mostró igual gentileza:
un acto organizado por Antonio Rodiles tuvo lugar casi a la misma hora en que
Elizardo Sánchez, José Daniel Ferrer y Héctor Maseda habían organizado una
rueda de prensa, a la que estaban convocados los mismos medios de prensa.
Mucho ruido de prensa y pocas nueces de
efectividad probada.
Cuidado con las apariencias. Porque si
algo se ha demostrado en estos días es la necesidad de cubrir apariencias, pero ello no implica un resultado único. Por detrás se ha iniciado una vía larga y
tortuosa, pero marca el camino a seguir por ambos gobiernos.
La
Habana y Washington repiten al unísono el ambiente “constructivo”, pero no muestran
haber construido nada ni planes para edificación alguna en el futuro. Todo
vuelve a girar sobre reclamos conocidos, por parte de ambos gobiernos, y una
especie de paráfrasis: no es la humanidad la que ha echado andar sino la
celebración de reuniones, una tras otra, entre Estados Unidos y Cuba. ¿Es eso
todo?
Más allá de la satisfacción mediática,
era tonto esperar mayores resultados. Desde el principio estaba claro el juego
de apariencias iba a dominar. Para dos países tan acostumbrados a utilizar al máximo
el valor de la imagen, la posibilidad de un encuentro presidido por figuras
femeninas era demasiado visual para pasar por alto, y lo que es más: ese
titular dorado del destino de dos países en manos de dos mujeres.
Por lo demás, quien conoce que a Raúl
Castro le gusta conspirar hasta para elegir un plato de sopa, sabe que pocos
resultados inmediatos hay que esperar de una reunión pública.
Las conclusiones del encuentro en La
Habana hay que buscarlas en ese afán por las demostraciones de ambos gobiernos,
más de cara a brindar reafirmación y hasta consuelo a los partidarios, que a
repetir posiciones frente a adversarios.
El gobierno cubano dijo una vez más lo
que se esperaba dijera y los funcionarios estadounidenses realizaron un desfile
casi exhaustivo —fotografías incluidas— en que se preocuparon mucho en dejar
saber que habían viajado a Cuba para conocer personalmente los puntos de vista
y opiniones diversas de la oposición —para lo cual, por supuesto no era
necesario el viaje: se sabe que este tipo de encuentro tiene el objetivo de
mostrar apoyo— y que tales reclamos no serían ignorados en su agenda.
¿Pueden dormir ahora tranquilos los
simpatizantes de ambos bandos, después de tanto barniz de reafirmación revolucionaria
y opositora? Todo lo contrario, si se tiene en cuenta la casi complicidad de
ambos bandos para que todo ocurriera sin el menor percance. Sí, nos preocupamos
por los disidentes. Sí, hay que levantar el embargo. Sí, debe desaparecer la
Ley de Ajuste y la política pies secos/pies mojados. Sí, todo eso está muy
bien, pero es un discurso para los de fuera y adentro, lanzado para los otros,
porque más que apuntar diferencias lo que se
hace eco de lo ya expresado públicamente por ambos mandatarios. Así que
en lugar de reafirmar diferencias, como reflejan las agencias cablegráficas, lo
que patentiza es un lenguaje común: enfatizar que no se está dispuesto a
cambiarlo todo, para al final dejarlo todo distinto.
Se inicia así, y esto es quizá la única
conclusión novedosa, una etapa de desacuerdo “civilizado” entre las posiciones
de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, donde los “ruidos” a lo que será un
largo proceso no tienen cabida.
Quien mejor lo resumió fue un funcionario
del régimen cuando dijo: “Cuba no está normalizando relaciones con Estados
Unidos. Cuba está restableciendo relaciones diplomáticas con Estados Unidos”.
Así que la diplomacia en las diferencias va a imponerse sobre las diferencias
diplomáticas.
Después de todo, dentro de poco es
posible que uno recuerde con nostalgia la torpeza y brusquedad de la respuesta
de Berta Soler.
Porque ponerse de acuerdo en que no se
está de acuerdo es sin duda un paso de avance entre dos naciones que por años
prefirieron cada cual gritar por su lado. Y algo más importante aún: los
funcionarios norteamericanos han comenzado a conocer que el café cubano puede
resultar amargo en ocasiones, pero también que es sabroso, “hasta el último buchito”.
Para algunos en el exilio, la única
esperanza es que venga otro Bush a demostrar lo contrario. Ello también debe
mantener encendida más de una alerta en Cuba.