La prensa oficial en Cuba no cumple la
función de informar, es más bien un órgano de orientación. Sólo que a la hora
de desempeñar la función orientadora lo hace mal, tarde y por omisión.
No se aparta de otros ejemplos que
existieron mientras duró la Unión Soviética y el campo socialista. Es por ello
que luce tan anacrónica. Pero lo peor es que resulta inútil salvo por un
aspecto: ocupa un lugar. No es que logre ocultar una carencia. Se trata de algo
más simple: su ineficiencia contribuye a mantener el statu quo, y en ese
sentido su desempeño es perfecto.
Desde hace algún tiempo se habla en Cuba
de incrementar las denuncias de lo mal hecho, así como publicar y dar a conocer
ineficiencias, sobre todo en el campo económico y administrativo. Si bien este
esfuerzo —de llegar a producirse realmente— resultaría beneficioso, en el
mejoramiento de algunas deficiencias administrativas locales y hasta
nacionales, no deja de eludir el problema fundamental.
La noticia tiene un valor jerárquico en
sí misma, dada por su importancia, las condiciones en que se produce, su
singularidad, procedencia y otros factores. La lista podría ser larga, pero hay
algo común en todos los elementos: el valor noticioso es intrínseco al hecho y
no debe estar determinado o adulterado por factores externos.
Para decirlo de forma más simple: la
noticia surge o se descubre, pero no se fabrica. Al incurrir en esto último se
cae en la tergiversación y el engaño. En el mejor de los casos, se entra en el
dominio de la publicidad y la propaganda, pero casi siempre se acaba en el
fraude.
Distinciones de este tipo tienen un
carácter político, y de inmediato puede surgir una contraparte que argumente
que en los países democráticos, y en general en el capitalismo —desde las
grandes cadenas noticiosas hasta los periódicos de provincias— sobran ejemplos
de ocultamiento de informaciones, desplazamiento de noticias importantes a los
lugares menos visibles y simple alteración de contenidos. También puede afirmarse
que la llamada “objetividad” periodística y el balance informativo se han visto
reducidos en los últimos años, en particular por la crisis que impera en la
prensa escrita. Es cierto, pero lo que constituye un defecto o una limitación no
crea una norma o precepto.
Por principio, y desde la época
leninista, se estableció que la prensa en un país socialista, que avanzaba
hacia el comunismo, tenía que orientar y cumplir una función ideológica. De ahí
la asignación de grandes recursos a los periódicos partidistas.
Como ocurre en muchos otros aspectos en
Cuba, el despilfarro ha sido enorme y los resultados de miseria. La prensa permitida
en la isla —un país con un sistema que a estas alturas no es ni un remedo de
socialismo— permanece condenada al lastre de limitar la información a sus
ciudadanos, de una forma torpe y con el mayor desprecio. Ni siquiera ha sido
capaz de desempeñar esa labor orientadora que siempre ha asumido públicamente.
Salvo la divulgación de leyes y algunos
discursos del gobernante, poco más de importancia dan a conocer los dos
principales periódicos cubanos. Por otra parte, hablar de la función
informativa de la radio y la televisión es un ejercicio estéril.
En un periódico de limitadas páginas como
Granma, buena parte del contenido informativo
no tiene actualidad y otra buena parte está referida a noticias baladíes —en
que la intrascendencia del hecho pasa a un segundo plano frente a la
conveniencia política de darlo a conocer— e informes que carecen de
sustentación, simple repetición de datos ofrecidos por determinada instancia o
funcionarios, a los que nunca se les cuestiona o se verifica si lo que dicen es
cierto.
A esto se añade una carga de documentos y
recopilaciones de lo ocurrido en los largos años del proceso revolucionario, o
el relativo corto tiempo que necesitó Fidel Castro para derrotar militarmente
al gobierno de Fulgencio Batista, que mejor tendrían cabida en una publicación
especializada en temas históricos.
En este sentido, Granma actúa como biblioteca y mausoleo anticipado, no como un
contenido noticioso.
La prensa de hoy, en todos sus formatos,
es prensa del instante. Sin embargo, en buena medida, Granma no le dice al lector lo que está ocurriendo, sino le
reafirma lo que pasó: es prensa del recuerdo.
Esto ha creado un tipo de prensa que más
bien parece salida de una película de los hermanos Marx, donde el lector va de la inercia a una
lectura entre líneas y por omisión: lo que no aparece cuenta más que lo que se
publica.
Entramos así en un mundo torcido donde el
eslogan perfecto para vender el periódico Granma es: “Entérese aquí de lo que
no está ocurriendo en el mundo; busque en los espacios en blanco la información
de actualidad; manténgase al día de todos los asuntos sin importancia”.
No es un mal chiste, es la realidad
cubana.