El paso de un huracán es fortuito,
inevitable e incierto. La metáfora del ciclón, recurrente no solo en la
literatura sino también en el imaginario cubano, vuelve estos días no con afán
simbólico sino como ejemplo práctico. Un fenómeno atmosférico cuyas
consecuencias muchas veces se comparte. Claro que al mencionar el hecho es indispensable
dejar fuera a un protagonista de antaño: Fidel Castro.
Con el título Meteorología, un vínculo mutuamente ventajoso, el diario Granma publicó un artículo el 17 de
febrero destinado a recalcar los vínculos mutuamente ventajosos de una
colaboración estrecha entre Cuba y Estados Unidos, al tiempo que recuerda las
quejas por las limitaciones tecnológicas impuestas por el embargo. Vale la pena
enfatizar estos dos puntos, porque sobre ellos gira en buena medida el discurso
que poco a poco se va estableciendo en la prensa oficialista cubana:
conveniencia y reclamo.
Atrás va quedando —al menos por el
momento— no solo la beligerancia sino también los antiguos portavoces.
Científicos, escritores e historiadores explican ahora los cambios que se
avecinan. Ese recurrir a nuevos voceros —de apariencia neutral aunque fieles a
las nuevas pautas— ejemplifica una clave importante: la voluntad de establecer
un nuevo rumbo. Lo que dicen es tan importante —o más— que las consignas y
discursos que aún se escucharán por algún tiempo desde las voces de mando. No
es que ocupen ahora el poder. Simplemente que lo representan en una esfera que
seguramente aún preocupa a quienes realmente gobiernan: el cambio de discurso
de plaza sitiada a plaza visitada.
La atmósfera no reconoce fronteras,
afirma José Rubiera, jefe del Centro de Pronósticos del Instituto de
Meteorología. No hay que detenerse en lo elemental del planteamiento, más bien
destacar el razonamiento que implica: marchando juntos, aunque independientes,
no irá mejor.
“El hecho de estar amenazados por idénticos
peligros naturales ha sido clave en el mantenimiento de sistemáticos
intercambios entre los meteorólogos de ambos países, incluso en etapas
históricas bastante alejadas de la
actual”, dice Rubiera.
No es casual que la misma idea aparezca
en otra publicación oficialista, Cubadebate,
señalada por otro científico.
“En décadas de enfrentamiento entre ambos
países siempre ha habido cercanía entre la comunidad científica norteamericana
y los científicos cubanos. Eso no ha
dejado de existir. Por supuesto, matizado o limitado por el bloqueo y la hostilidad
de la política norteamericana hacia Cuba”, afirma Agustín Lage Dávila, director
del Centro de Inmunología Molecular (CIM), de La Habana.
Iguales coincidencias, el mismo reclamo.
Un médico y un meteorólogo. Vuelve la república de generales y doctores, que en
corto tiempo ha encontrado lo que parece ser una vía no solo de asimilar la
nueva situación sino de afianzarla.
La referencia a los ciclones tiene al
menos dos lecturas importantes.
En el año que se produjo un cambio en la
presidencia de la isla —con mucho de continuidad, pero también con el
establecimiento paulatino de una nueva dinámica de gobierno, que avanza muy
lenta pero constante—, la nación sufrió el azote de tres ciclones y el gobierno
de La Habana no solo avanzó notablemente en el terreno diplomático, sino
demostró una capacidad de organización, control (en buena medida represivo) y
adaptación.
La segunda referencia es histórica. Con
la llegada de Fidel Castro al poder, los huracanes dejaron de ser fenómenos
atmosféricos. La retórica militar —repetida una y otra vez para encasillar el
paso de la tormenta— evidencia un afán de enfrentamiento opuesto a la sabiduría
campesina del “vara en tierra”: agacharse hasta que pasen los fuertes vientos,
mientras uno se cubre de la lluvia. Mientras el mayor de los Castro estuvo de
manera visible al frente del país, todo ciclón era un enemigo que si bien no se
podía dominar y guiar, al menos había que impedir se convirtiera en
protagonista de la historia.
El exgobernante desplazaba la atención
ciudadana: del pronóstico meteorológico y la opinión de los expertos a la
palabra del líder. La población debía estar consciente no sólo de que estaba
bien informada, sino sentirse además estimulada a depositar su confianza en la
capacidad del máximo dirigente, quien permanecía en el puesto de mando como un
capitán de navío.
Ya no. El paso del huracán ha vuelto al
terreno de los expertos. Se fortalece una tormenta tropical en el Caribe y la
catástrofe amenaza con llegar a Estados Unidos. Hay mucho de advertencia en las
palabras de Rubiera.
“De contar Cuba con mejores y más seguros
sistemas de comunicación meteorológica, nuestros datos llegarían a ellos [los
especialistas de EEUU] de manera más rápida, lo cual beneficiaría la eficiencia
y confiabilidad de los pronósticos de huracanes”, afirma en una referencia al
embargo.
Basta recorrer en estos días la prensa
oficial cubana y es notable la disminución o ausencia de ataques —e incluso
críticas— hacia el enemigo por décadas.
El proceso apenas iniciado de
acercamiento entre Washington y La Habana es también inevitable e incierto,
como un ciclón.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 23 de febrero de 2015.