Entre los hechos y los discursos de la
prensa de Cuba y Miami hay una distancia que refleja un fenómeno único. Ignorarla no salva
de la complicidad, más bien precipita un aislamiento torpe.
La entrada de Netflix en Cuba cuenta más
que cualquier declaración al uso de la disidencia; vale por encima de pagar
anuncios en periódicos importantes o no tan importantes; supera advertencias,
reclamos y regaños en los diarios oficialistas del régimen y hacen superfluas
las tan repetidas declaraciones de congresistas de cualquier bando; los
intentos cursi de quedar bien con todo el mundo de los funcionarios de esta
administración y las advertencias castristas.
Cuba se ha puesto de moda para las
corporaciones norteamericanas y lo demás no cuenta o importa poco. Pero
repetirlo es ver la realidad a medias. Estados Unidos desborda cada vez más el
imaginario de quienes viven en la isla. No se trata de una presencia nueva sino
de una avalancha hasta ahora reprimida. Banderas que ayer yacían escondidas o
mantenidas en la cautela invaden balcones y taxis. De pronto la imagen del
presidente estadounidense ocupa la camiseta de un niño. El águila imperial se
despliega en una espalda cualquiera y las franjas y las estrellas cubren los
pantalones de las cubanas.
La llegada a la isla del servicio de
alquiler de películas y series de televisión que brinda Netflix implica el
porvenir de una ilusión, que desborda el duro vivir diario. Abre la puerta a disfrutar
dentro, lo que hasta semanas atrás se prometía en la otra orilla. Como ilusión
puede decirse que actúa en favor del gobierno de La Habana, pero no acaba ahí. También
es fuente de frustración, de carencia, de preguntarse por qué ellos sí y yo no.
Una interrogante al interior del país, no extrapolada a una eventual salida.
Algo que ya no depende de la espera infinita. Porque Netflix ya está en Cuba.
No hay que esperar a la muerte de nadie ni al triunfo de otros. Eso sí, de
momento contar con el servicio posiblemente recaiga en gran medida en la
benevolencia de los parientes de afuera.
“Las rebeliones no estallan cuando las
cosas están realmente mal, sino cuando la gente tiene la sensación de que sus
expectativas no se cumplen”, dice el filósofo Slavoj Zizek. Y Netflix crea
expectativas. Apostar a un supuesto empeoramiento de la situación cubana —que
siempre ha sido en gran medida la sustentación del embargo— es una táctica
fallida, aunque resulte difícil de reconocer por algunos.
Aquellos que viven en la isla quieren
poder disfrutar de Netflix, como ocurre con unos 57 millones de clientes en
unos 50 países, entre ellos 5 millones en América Latina. En el mundo actual
puede considerarse un derecho. Y ese derecho le es todavía vedado a la mayoría
de los cubanos por el régimen de los hermanos Castro. Pero hasta hace poco el
gobierno de Estados Unidos era cómplice de esa negativa, como aún son cómplices
los que se oponen a los cambios en la política hacia Cuba.
Entre los intereses de los cubanos está
el poder contar con algo tan simple —para quienes viven en esta ciudad— como
ver una película por internet. Y hay que dejar claro quienes son los que se
oponen a esos placeres modestos y quienes están a favor.
También resulta necesario el deslinde
entre las grandes batallas y las pequeñas conquistas. Puede que desde Miami,
con la comida cotidiana resuelta y la televisión encendida en las noches las
arengas cumplan ese objetivo borroso entre la acción notable, la añoranza y la
frustración. Sin embargo, la realidad impone limites a los que tampoco nadie es
ajeno aquí cuando tiene que obedecer al jefe en el empleo o buscarse otro
trabajo para cubrir el fin de mes. Rebelarse contra Castro está muy bien, pero:
¿qué hay con plantarle cara al impertinente que te manda? No solo se aguanta en
Cuba. Exigir sacrificios ajenos para conseguir una recompensa emocional propia
es un acto de cobardía. Al menos se impone el respeto antes de dictar
soluciones en ausencia.
Lo que aún resulta difícil de entender en
Miami es que han cambiado los marcos de referencia de quienes viven en la isla.
Hay dos razones al menos que explican este hecho. Uno es la distancia temporal
en la visión del país que mantiene un sector de la comunidad cubana, disminuido
demográficamente por consecuencias biológicas pero aún dominante en la
representación mediática del exilio. Otro es el auxilio que en la
retroalimentación de esa visión aportan disidentes, activistas, opositores y
miembros de la llamada sociedad civil independiente, quienes por convicción o
intereses secundan una representación de
Cuba que tiene poco que ver con la
realidad nacional, pero que les sirve para encontrar un apoyo aquí del que
carecen allá.
Las consecuencias son la repetición de
actitudes, palabras y conceptos que remiten a marcos conceptuales propios de
ciertas organizaciones, políticos y sectores de poder de esta ciudad, que
funcionan acordes a la realidad de Miami pero ajenas por completo a la
cotidianidad cubana, y que en última instancia solo encuentran su justificación
en un ejercicio de política local y nacional que puede resultar efectivo a la
hora de agilizar o retardar iniciativas de momento, pero poco eficaz en cuanto
a una estrategia de largo alcance.
A partir de un objetivo especifico, el
lograr el regreso del excontratista Alan Gross, el presidente Barack Obama está
intentando la puesta en marcha de un enfoque más actualizado sobre la situación
cubana. Más allá del destino de Cuba, el intento se conecta con un enfoque
totalizador que precisamente ha marcado los logros y fracasos de su
administración: la puesta en marcha de una política más acorde al siglo que se
inicia.
Aquí, con sus diferencias puntuales, el
cambio de política hacia el gobierno cubano —más de táctica que de estrategia—
entraría dentro de un análisis común sobre lo que ocurre en Grecia con el
partido Syriza y Alexis Tsipras al mando en Atenas, la amenaza de Podemos y
Pablo Iglesias en España, así como la formación de una nueva corriente
ideológica dentro del Partido Republicano en Estados Unidos con pensadores como
Arthur Brooks y Yuval Levin. Ese denominador común es el intento de una
formulación novedosa, que no tiene garantizado el éxito y que por otra parte no
rompe por completo con esquemas anteriores, pero que demuestra una resistencia
notable a los ataques desde una óptica tradicional, al tiempo que con aciertos,
limitaciones y muchas dudas no deja de responder a una realidad actual.
Tal como ocurre en Europa, que desde una
formulación ideológica a Syrza no se hace mucha mella con los criterios de una
óptica neoliberal que repite sofismas a favor del capital financiero, ni
tampoco Podemos pierde simpatizantes con las prácticas caducas del Partido Popular
y el Partido Socialista Obrero Español, al intento de Obama de revertir las
reglas del juego sobre el caso cubano no es fácil despacharlo con argumentos
manidos de que solo sirve para darle “oxígeno” al régimen. Otra cosa es, por
supuesto, lograr resultados inmediatos. A estas alturas, creer en el progreso
histórico es más locura que ilustración.
Por supuesto que Netflix no espera en sus
inicios contar con muchos clientes en la isla. Descontado que buena parte de
las cuentas de los pocos privilegiados del servicio se pagarán en Miami. No hay
que decir que beneficiará particularmente a extranjeros, “nuevos ricos” y
miembros y familiares de la elite gobernante. Nada de ello impide afirmar que
es el futuro de Cuba. Nos guste o no.
Esta es una versión ampliada de mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 16 de febrero de 2015.