Era de esperar. La Cumbre de las Américas,
a celebrarse del 10 al 11 de abril de 2015 en la Ciudad de Panamá, Panamá, es
uno de esos acontecimientos que provocan cientos de opiniones, análisis e
interpretaciones. Hasta un viejo zorro de la KGB ha salido de su madriguera
para decir lo que todos saben. Confieso no ser inmune y aquí van algunos
comentarios, a la espera de otros en los próximos días. No sin antes señalar
que en muchas ocasiones, eventos de esta naturaleza solo sirven para viajes,
reuniones, declaraciones y cocteles. Espero que estos últimos estén a la altura
de las circunstancias. Así que apuesto solo por aquellos en lo que siempre he
depositado mi confianza, no libre de desengaños: los cantineros.
La
Cumbre será un fracaso para Obama
Tiene todas las posibilidades de serlo. Por
respecto a la democracia, el presidente estadounidense no debía asistir a la
cumbre y mandar en su lugar al vicepresidente Joseph Biden, un hombre que tiene
fama de no pararse ante excusas protocolares a la hora de decir cuatro
verdades.
Eso es lo que pensaba hace varios meses y
lo que sigo opinando a pocos días de la reunión.
La invitación oficial del gobierno
panameño, para que Cuba participe en la Cumbre de las Américas, va más allá de
una muestra palpable de la pérdida de influencia de Estados Unidos en la
región, lo cual se sabe desde hace años, y es lo que acaba de recordarnos el ex
teniente general del KGB Nikolái Leónov, quien a sus 90 años no deja de opinar,
como Fidel Castro.
No hay que recordar aquí en detalle quién
es Leónov, su papel reconocido en la formación política de Raúl Castro, su
influencia sobre Vladimir Putin y su historial —no solo su rol activo en la
“entrega” de Cuba a la Unión Soviética, sino en México, Polonia y dentro de la
URSS durante diversos períodos, hasta llegar a Putin— porque todo ello está muy
buen documentado, en parte por él mismo.
Se puede considerar que Leónov es un
personaje tenebroso —es mi opinión—, aunque ese juicio es secundario y hasta
simple tratándose de alguien que es y fue mucho más que un espía. Lo importante
es que Leónov sabe lo que habla y lo que calla, y cuando ahora aparece con una
declaración de este tipo no es por gusto.
“Si yo fuera (el presidente de Estados Unidos, Barack) Obama, estaría sorprendido. Antes excluían a Cuba de todas las organizaciones y ahora forma parte de una en la que no aceptan ni a Estados Unidos ni a Canadá”, apuntó Leónov.
“Si yo fuera (el presidente de Estados Unidos, Barack) Obama, estaría sorprendido. Antes excluían a Cuba de todas las organizaciones y ahora forma parte de una en la que no aceptan ni a Estados Unidos ni a Canadá”, apuntó Leónov.
Tampoco la Cumbre se limita a ser un
ejemplo más de lo sencillo que les resulta a muchos países latinoamericanos el
utilizar el caso cubano para dictar cátedra de independencia frente a
Washington. La participación de Obama es, ante todo, una
bofetada a la democracia.
Sacar a relucir un argumento moral en
política conlleva a esta alturas apostar al fracaso. A la hora de decidir su
participación, el presidente estadounidense ha tomado en cuenta otras
consideraciones, como cualquier mandatario mundial, pero nada ha cambiado en la
esencia represiva del sistema cubano, aunque sí en sus particularidades: hasta
ahora el gobierno cubano no tiene la menor intención de iniciar reformas
democráticas; no hay nada que indique un abandono del mecanismo coercitivo y el
uso del terror para mantenerse en el poder continúa siendo su instrumento
preferido.
Confundir el cambio de táctica, de
encarcelaciones prolongadas a detenciones breves, con una transformación del
sistema es un error; dejar de mencionar esta evolución, no apuntar una
disminución de las presiones sobre algunos sectores, o considerarla irrelevante
a los efectos de una percepción exterior sobre el régimen, es muestra de
ceguera y de aferrarse al pasado como un recurso conveniente, y no como una
forma efectiva de denuncia.
Lo que sí está demostrado, más allá de
cualquier duda posible, es que se ha producido un cambio de enfoque —por oportunismo,
conveniencia económica y hasta desidia— que ha desviado lo que debería ser un
acoso político al régimen de La Habana hacia una presión sobre la Casa Blanca.
Porque el argumento de que lo más
adecuado es sentar a Cuba junto a gobiernos electos —más o menos democráticos
algunos de ellos, pero con espacios, estructuras económicas y de poder
distintas a las imperantes en la isla—, como la vía más adecuada para impulsar cambios
políticos que La Habana no tiene ninguna intención de acometer, no solo es
irrisorio sino nocivo: lo único que se busca por esa vía es legitimar una
dictadura. Lo cual resulta más paradójico aún, si se tiene en cuenta que este
tipo de cumbre nació por iniciativa de EEUU, para discutir acciones concertadas
en el continente por parte de los gobiernos democráticos.
Así que al ir Obama a Panamá, y acudir a
una reunión regional donde uno de los primeros invitados fue el gobierno de Raúl
Castro, bajo las condiciones que actualmente existen en Cuba, en parte está
destruyendo o transformando para mal lo que otro mandatario demócrata —Bill
Clinton— creó. Y este tipo de concesión no tiene que ser obligatoriamente el
resultado de la necesaria evolución que requiere la política estadounidense
hacia Cuba. Es sencillamente un retroceso.
Para añadir burla al escarnio, habría que
recordar que la primera Cumbre de las Américas se realizó en Miami, en
diciembre de 1994.
Es muy posible que antes de partir Obama para
Panamá quede resuelto lo que, por una cuestión de principios, es un problema clave
para su participación junto a Castro en la reunión: sacar a Cuba de la lista de
países que patrocinan el terrorismo.
Pero si la salida de Cuba de dicha lista
es una premisa, no constituye, ni mucho menos, una solución.
Si bien se puede argumentar que la lista
se ha convertido más en un pretexto que en un objetivo, y cuestionarse el papel
de Washington para confeccionar tal listado, ello no convierte al gobierno
cubano en una democracia.
Y este es el punto primordial: la falta
de democracia. Un requerimiento que figura en las normas de participación. Si
EEUU se hace partícipe de la aberración que significa darle carta de
reconocimiento a un régimen militar —que acude al encuentro no para recibir
lecciones sobre los derechos humanos sino para imponerse—, está despojando de
valor la cita.
Todo lo anterior no invalida el estar a
favor de la salida de Cuba de dicho listado, ni tampoco que se apoye el restablecimiento
de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana. Aunque vinculadas, se
trata de cuestiones de diversa índole: el mantenimiento de Cuba en dicho
listado no se ajusta a los parámetros actuales de la definición de terrorismo y
relaciones diplomáticas con dictaduras es algo que viene sosteniendo EEUU desde
sus inicios.
Pero si ambos hechos pueden justificarse
a partir de que uno responde a criterios que han perdido vigencia y el otro a
una situación de facto, la cuestión aquí no se reduce a darle solo la mano a
Castro sino a validar su existencia (para dejar en claro una consistencia de
opinión, algo que tampoco persigo, y aunque rechazo citarme, no tengo otro
remedio que especificar que criterios semejantes los expresé en una
columna en El Nuevo Herald el 7
de diciembre de 2014, antes del anuncio del “deshielo”).
El otro problema con la cumbre para Obama
es que el presidente venezolano Nicolás Maduro buscará utilizar el encuentro
para obtener también una legitimidad, de la cual en última instancia es capaz
de prescindir, pero que indudablemente necesita.
Aquí la farsa resulta incluso mayor que
en el caso cubano, porque todo indica que en lugar de acusado podrá presentarse
como acusador. En vez de provocar un rechazo generalizado por sus reiteradas
violaciones a los derechos humanos y la
represión que ha desatado en su país, y gracias a la complicidad de varios gobiernos
latinoamericanos, Maduro acude a la cita en el papel de víctima y no de
victimario, como señala Moisés Naím en un artículo del diario español El País.
El punto clave aquí es que el gobierno de
Maduro merece ser condenado por el resto de los mandatarios latinoamericanos,
al igual que el de Castro. El que se celebren eventos paralelos, con la participación
de disidentes cubanos, opositores venezolanos y activistas de la sociedad civil
de ambos países es loable pero secundario a los efectos de la Cumbre; en el
peor de los casos una justificación socorrida del país anfitrión y hasta para
los presidentes participantes, incluso el norteamericano.
Un simple requerimiento legal —que obliga
a que en EEUU los países sancionados sean declarados como amenaza nacional y
permite a su presidente imponer nuevas sanciones sin tener que consultar al
Congreso, un proceso largo y engorro— ha permitido al mandatario venezolano presentarse
a las puertas del campo de batalla: las palabras de Obama al declarar una “emergencia
nacional” frente al país sudamericano.
Sin embargo, ese anuncio no es ni mucho
menos algo cercano a una declaración de guerra de EEUU. Las sanciones han sido
contra un grupo reducido de funcionarios chavistas. Claro que esta explicación
no le interesa a quienes oportunistamente se colocan junto a Maduro.
Para empeorar la situación, las críticas
no solo han venido de los partidarios de Maduro sino de los enemigos de Castro,
al tomar el caso venezolano para volver a criticar a Obama por sus
declaraciones en contra del embargo.
El uso de sanciones nunca debe ser una
medida de todo o nada, sino de estímulo y respuesta. Washington no ha propuesto
un embargo, declarado su disposición de adoptar sanciones amplias contra
Venezuela ni estar dispuesto a cortar el comercio petrolero. Así que se puede
estar en contra del embargo a Cuba y en favor de las sanciones al gobierno de
Maduro, sin que ello implique contradicción alguna. Lo malo para Obama es que
todas esta explicación racional caerá en oídos sordos, de intentar realizarla
en la Cumbre.
Si lo que mayor peso tendrá en la reunión
presidencial es el show mediático, y la preocupación principal de los medios de
prensa internacionales es tener las cámaras listas para cuando se produzca el
esperado apretón de manos entre Obama y Castro —hecho por otra parte
repetitivo— no hay duda que el régimen de La Habana tiene todas las
posibilidades a su favor para salir airoso. Se ha preparado a fondo para la
ocasión, con una nutrida participación secundaria. Sus “teloneros” incluyen
desde “empresarios”, trabajadores por cuenta propia y miembros de supuestas
organizaciones no gubernamentales, que siempre han sido más que gobernadas por
el partido comunista cubano, hasta un concierto gratuito de Silvio Rodríguez.
Ya Fidel Castro se preocupó en aparecer “en público” para cumplir dos objetivos
primordiales: dejar bien en claro que está “vivito y colando” —y por lo tanto
que apoya o ha dado su consejo en todo lo que va a hacer o decir su hermano— y
al mismo tiempo respaldar el frente ideológico con su saludo a un grupo de
venezolanos en la isla. Difícil enfrentar a un país que lleva décadas especializándose
en este tipo de espectáculos. Obama no la tiene fácil, dirían los cubanos.
Obama
gana en la Cumbre
Por encima de discursos y declaraciones,
hay una realidad económica latinoamericana que juega en favor de Obama. Como ha
señalado Andrés Oppenheimer en El Nuevo
Herald, a diferencia de las anteriores reuniones, donde Venezuela, Ecuador,
Brasil, Argentina y otros países poco amigos de Washington estaban en pleno
auge, gracias a los altos precios de sus materias primas, la cumbre de Panamá
tendrá lugar en un escenario regional y mundial muy diferente.
“Hoy en día, con la caída de los precios
de las materias primas, las economías de Venezuela y Argentina están por el
piso, y Brasil está teniendo su peor crecimiento económico de los últimos 25
años. Con China creciendo menos, Rusia quebrada y Europa estancada, Estados
Unidos se perfila como el marcado más promisorio para las exportaciones
latinoamericanas”, señala Oppenheimer.
En este sentido, antes de viajar a Panamá
Obama visitará el jueves Jamaica, donde uno de sus objetivos principales es
ofrecer más apoyo a los países caribeños para reducir su dependencia energética
de Venezuela, de acuerdo a un cable de la agencia Efe.
A continuación, el presidente
estadounidense se reunirá con líderes de los países de la Comunidad del Caribe
(Caricom), como ya hizo en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago en 2009,
y participará después en un foro, abierto a preguntas, con jóvenes de la
región.
Sin dar más detalles, la Casa Blanca
indicó que Obama hablará con los líderes de la Caricom de una iniciativa de
seguridad energética para la región.
Esa iniciativa fue presentada en enero
pasado en Washington, dentro de la primera Cumbre de Seguridad Energética en el
Caribe, que estuvo liderada por el vicepresidente Biden.
Su propósito, en coordinación con el
Banco Mundial (BM), es crear una Red de Inversiones en la Energía Caribeña que
permita a los inversores públicos y privados en la región coordinar sus proyectos
y unificar sus objetivos.
“Ya sea en Ucrania o en el Caribe, ningún
país debería poder usar sus recursos naturales como herramienta de coerción
contra otro”, dijo Biden durante esa cumbre, en una aparente referencia a
Venezuela y a su programa de petróleo subsidiado conocido como Petrocaribe.
La mayoría de los países del Caricom se
beneficia de Petrocaribe, lanzado en 2005 por el entonces presidente
venezolano, el fallecido Hugo Chávez, para exportar petróleo barato a esa
región a cambio de efectivo, bienes y servicios.
Sin embargo, en la actualidad Venezuela
se ha visto obligada a reducir sustancialmente sus entregas de crudo debido a
la caída del precio del combustible y a la crisis económica por la que
atraviesa el país. Incluso hay dudas de que el plan pueda continuar para la
mayoría de los países, a excepción de Cuba, aunque se ha dicho que las entregas
de petróleo a la isla también han sido reducidas.
Aunque desde enero el gobierno
estadounidense trata de deslindar su iniciativa energética de cualquier
motivación política, lo cierto es que analistas y medios coinciden en que, en
última instancia, EEUU busca mermar la influencia de Venezuela en el Caribe,
pero también la de China y otras naciones asiáticas.
Tras la cumbre con los caribeños
celebrada en Washington, Maduro acusó a Biden de haber usado ese encuentro para
comentar a los mandatarios y primeros ministros asistentes un supuesto plan en
marcha para derrocarlo y apoyado por EEUU. Washington negó tajantemente esas
acusaciones.
Si tiene éxito con su iniciativa en
Jamaica, Obama acudirá a la Cumbre mejor preparado para enfrentar la posible
“avalancha” populista de Cuba y Venezuela.
Ni
gana ni pierde
Como suele ocurrir con Latinoamérica, lo
más probable es que se produzca una mezcla de los dos escenarios anteriores:
declaraciones reafirmando la “soberanía nacional” de los mandatarios
latinoamericanos, y su independencia de Washington, al tiempo que oídos atentos
a las ventajas que puedan obtener de la competencia entre las superpotencias,
China y EEUU. Nada nuevo sobre el tablero.
El zorro de Leónov solo se refirió a una cara
de al moneda en sus declaraciones. La realidad, desde hace décadas y sobre todo
tras el fin de la lucha guerrillera en Centroamérica, es que Latinoamericana ha
dejado de ser una prioridad para EEUU, salvo en aspectos puntuales, como el
narcotráfico, la inmigración y el terrorismo. Y ello no va a cambiar en Panamá.