Un viejo axioma plantea que la política exterior de
un gobierno es una prolongación de su política nacional. No parece cumplirse
siempre en la Cuba de los hermanos Castro, donde con frecuencia parece que
ocurre precisamente lo contrario. La paradoja es que esta inversión de las
leyes les ha permitido sobrevivir a más de un cambio en el equilibrio de las
fuerzas internacionales.
Por regla general, la política exterior del régimen
cubano transita por varios caminos al mismo tiempo —en ocasiones
contradictorios—, donde lo que se destaca en la prensa nacional es secundario y
el objetivo principal se oculta o rebaja de categoría. A veces da la impresión
que el interés del mandatario se concentra en un asunto —al que dedica la
máxima atención en público—, cuando en realidad solo está aprovechando una
ventaja momentánea mientras elabora una estrategia a largo plazo por un camino
paralelo.
Basta recorrer las páginas del diario Granma en
estos días y de pronto tener la impresión que el diario se hace desde un
supuesto Ministerio del Tiempo: “Para la juventud latinoamericana que lucha por
un mundo mejor el Che sintetiza los más puros ideales éticos y revolucionarios
de hoy y de siempre”.
Pero un momento, ¿hemos regresado a la década de
1960? ¿Dónde están las guerrillas? Porque más allá de algunas camisetas
descoloridas —por regla general en individuos al que el propio Guevara no
hubiera dudado un momento en enviar a campos de trabajo forzado o al pelotón de
fusilamiento—, la retórica guevarista no sirve ni para vender perfumes. Así que
vale la pena preguntarse por el destino estos esfuerzos, y la conclusión es que
no están destinados a volver a incendiar Latinoamérica sino a opacar cualquier
intento de disidencia en la Isla: con su vehemencia acostumbrada el gobierno
cubano hace política en Panamá, no de cara al futuro sino a mantener su propio
pasado.
Lo que vemos, y continuaremos viendo hasta el
comienzo de la verdadera cumbre, es la marcha de nuevo de un viejo engranaje,
al que se consideraba oxidado y gastado: la ideología en acción. ¿Reverdece la
lucha ideológica en preparación al anunciado estrechón de manos del presidente
estadounidense Barack Obama y el gobernante cubano Raúl Castro? Sí y no. Sí, en
cuanto al mensaje para consumo interno en la Isla. No, si se refiere a colocar
impedimentos —más allá de los que el régimen considera indispensable para no
ceder parcelas de poder— durante el proceso complejo y difícil de
restablecimiento de vínculos diplomáticos.
El gobernante Raúl Castro ha limitado las
definiciones políticas al mantenimiento del statu quo. Para ello tiene que
apelar al espejismo de una retórica de confrontación que prescinde de la
palabra y la idea para limitarse al insulto y el golpe. La ideología reducida a
la gritería callejera y una actitud soez.
A primera vista puede parecer incluso pueril: enfatizar
la presencia en Panamá de Félix Rodríguez, catalogarlo de “terrorista”, que no
lo es en la definición actual del término; de agente de la CIA, que sí lo fue y
él mismo no lo niega, y de ser uno de los “implicados directamente en el
asesinato en Bolivia de Ernesto Che Guevara”, algo que tampoco es cierto,
aunque por otras razones: no es lo mismo participar en la captura de un
guerrillero, que entró en un país extranjero con la intención de derrocar por
las armas a un gobierno, que tomar parte en la decisión de ejecutarlo. Es
conocido que la decisión de ultimar al Che de inmediato, sin celebrarle juicio,
fue del gobierno boliviano, no de la CIA.
Toda una operación del órgano oficial del Partido
Comunista de Cuba, a la cual puede contraponerse fácilmente un historial de
subversión, injerencia, terrorismo y asesinato en Latinoamericana llevado a
cabo por el régimen de La Habana, precisamente durante la época en la que
Rodríguez llevó a cabo esas actividades por las que ahora lo condena el Granma. No se trata de respaldar su presencia en
Panamá, por lo demás inoportuna, sino de aclarar la verdad histórica.
Así que lo menos que podría decirse del gobierno
cubano es que se ha presentado en Panamá con una actitud y una estrategia
política esquizofrénica: terroristas buenos y terroristas malos; lenguaje de la
época de la guerra fría, que por otra parte se intenta desterrar durante el
evento con la presencia conjunta de Washington y La Habana; intimidación y
actos de repudio. Es decir, que ha trasladado a otro país lo que practica en la
Isla: tratar de adaptar a su conveniencia presente, pasado y futuro, como si
fuera el dueño del tiempo. Nada sorprendente por cierto.
Solo que en este caso lo hace no con el interés de
volver de nuevo a una política de subversión latinoamericana sino como un
recurso interno. Pretende mantenerse gobernando en Cuba como en el pasado, a la
vez que busca una nueva relación con Estados Unidos. Por eso Granma habla de “Una cuestión de principios”, mientras
olvida los fines.
Lo que
preocupa a Cuba y Venezuela
La verdadera preocupación del gobierno cubano
aparece bajo otro titular: Recelo por escala caribeña de Obama, donde se señala que
el “paso del mandatario
estadounidense por Jamaica como antesala de su asistencia a la VII Cumbre de
las Américas, es un evidente movimiento para tratar de atraer a las naciones de
Caricom antes de los debates de la cita continental”.
De acuerdo al diario oficial cubano, se trata de “un
evidente movimiento para tratar de atraer a las naciones de la Comunidad del
Caribe (Caricom) antes de los debates de la cita continental, el jefe de la
Casa Blanca llega a esa región con el objetivo de discutir temas de energía y
seguridad, según sus voceros oficiales”.
Lo que ciertamente interesa a La Habana —Caracas
interpuesta— aparece en otro párrafo: “El tema energético está relacionado con
las intenciones de EEUU de romper el esquema de colaboración petrolera
Petrocaribe, desarrollado por Venezuela a favor de los países del área desde el
2005 e integrado hoy por 18 estados”.
En realidad, lo que intenta Washington es ofrecer
más apoyo a los países caribeños para reducir su dependencia energética de
Venezuela.
La mayoría de los países del Caricom se beneficia de
Petrocaribe, lanzado en 2005 por el entonces presidente venezolano, el
fallecido Hugo Chávez, para exportar petróleo barato a esa región a cambio de
efectivo, bienes y servicios.
Sin embargo, en la actualidad Venezuela se ha visto
obligada a reducir sustancialmente sus entregas de crudo debido a la caída del
precio del combustible y a la crisis económica por la que atraviesa el país.
Incluso hay dudas de que el plan pueda continuar para la mayoría de los países.
Es cierto que EEUU está interesado en romper la dependencia política
establecida por Chávez a cambio de crudo, pero también hay una realidad: a
partir de la caída del precio del combustible Caracas no puede continuar con el
plan en las mismas condiciones. Más allá de estos dos aspectos, lo primordial
puede ser un objetivo más largo y difícil: tratar de contener al menos la
penetración económica de China, que busca convertir a Venezuela en un simple
testaferro suyo.
Llama la atención por otra parte, esa vocación
desmedida de Granma y toda la prensa
oficialista cubana en destacar cualquier noticia que indique una posible
recuperación del precio del petróleo, más o menos inmediata o futura, como si
en lugar de una isla caribeña con pobres recursos energéticos fuera un emirato
árabe.
Así que bien el gobierno cubano cuenta con una
estrategia definida para enfrentar la oposición interna, y desplegarla con
comodidad en Panamá con argumentos tan insólitos como resaltar una figura como
Félix Rodríguez —que no tiene nada que ver con la disidencia, mucho menos la
apenas incipiente sociedad civil cubana y posiblemente sea un desconocido para
la mayoría de la población en la Isla—, en el terreno económico los aspectos
son de otra índole. Estos constituyen los temas de la verdadera cumbre, que se
inicia el viernes.
Vuelta
al pasado
El intento de
una commonwealth “bolivariana” para
el Caribe y Latinoamérica fue un plan del fallecido presidente venezolano Hugo
Chávez, que contó con el único atractivo del alza vertiginosa y temporal del
precio del petróleo. Pero siempre estuvo fundamentada en una concepción
errónea. El freno a un neoliberalismo sin límites debe producirse mirando al
futuro y no intentando la vuelta a políticas populistas, de amplia aceptación
entre los más pobres cuando las escuchan por vez primera, pero carentes de una
base sólida que permitan el desarrollo económico. Ahora que la utopía chavista
es parte del pasado, los países latinoamericanos deberían lograr una reformulación
más realista del compromiso entre desarrollo y justicia social. Hay pocas
esperanzas de que lo hagan.
En el caso concreto de Cuba, desde hace años la
propia élite en el poder sabe que no hay que confundir una ventaja
circunstancial con un destino. Lo sabe el gobernante Raúl Castro y también lo
conoce su círculo más cercano. El puente hacia el futuro de una Cuba sin Castro
se está construyendo por otro rumbo —que de momento no excluye a Venezuela,
pero que la integra en una ecuación mayor— y se dirige hacia Estados Unidos por
la vía China (no el modelo chino). Lo demás es retórica y los trucos usuales
para mantener el poder.
Isaac Deutscher cita a León Trotsky, quien afirmó en
una ocasión que la revolución rusa corría el peligro de ser derrotada no sólo
por una invasión armada, sino por una “invasión de mercancías extranjeras
baratas”.
El vaticinio de Trotsky resultó correcto. Al final
fueron los objetos de consumo y no los misiles los que hicieron polvo al
imperio soviético. Es de esperar que igual ocurra en Cuba, aunque no es una
certeza de democracia y al igual que en la Rusia actual, la desaparición de los
Castro no implica obligatoriamente el final, no de su legado sino de una
persistencia gansteril, que es en última instancia su esencia.
Así que la esquizofrenia castrista puede resultar,
lamentablemente, en dos senderos aparentemente divergentes que se bifurcan: al
tiempo que se practica sin vergüenza alguna las formas más burdas de aferrarse
al poder, representada aquí por el traslado a Panamá de los nefastos actos de
repudio, de forma pausada se intenta un acomodo con EEUU que permita la
supervivencia a los herederos de la élite en el poder. Al final el beneficio
para la población de la Isla habría que preguntárselo no solo a los cubanos
sino a los rusos: ¿Mejor con Putin que con Stalin o con Brézhnev?
El
tema de la Cumbre
Más allá de la esperada foto, el tema de la Cumbre
trasciende a Cuba y Venezuela: es China lo que importa. Que el país asiático se
haya convertido en una forma peculiar de capitalismo de Estado no resta
importancia al hecho de que, en una confrontación entre democracia y
totalitarismo, la opresión conserve la delantera. Los esquemas ideológicos
continúan limitando la comprensión de los procesos políticos. China se ha
beneficiado en gran parte de la derrota de la URSS. Su éxito es la consecuencia
lógica de apartarse del proyecto soviético en lo económico, pero las
estructuras de dominación política se conservan casi intactas y son similares a
las existentes en Moscú hasta hace pocos años.
A diferencia de la época soviética posterior a la
Segunda Guerra Mundial, donde el juego por el predominio mundial entre las dos
superpotencias se resolvía en movimientos que siempre terminaban en un
estancamiento forzoso de ambos contendientes —para iniciarse de nuevo una y
otra vez—, ahora la jugada en tablas no es un resultado sino el punto de
partida. China está aún lejos de alcanzar al poderío norteamericano, pero ya ha
iniciado la larga marcha para lograrlo, y su presencia en Latinoamérica es un
buen ejemplo de ello.
En el nuevo ajedrez político, la cada vez más
poderosa China está jugando con otro tablero: invertir en Latinoamérica forma
parte de una extensa campaña de expansión económica. Dentro de este nuevo
orden, La Habana no es el peón de cambio donde establecer bases de cohetes para
retirarlos después, sino parte de un plan de desarrollo y ampliación de
mercados. Sin embargo, Obama considera que Cuba no es más que un país
“minúsculo” —un juicio que, por otra parte, puede ser cuestionado por la
historia— y el verdadero objetivo, tanto de Pekín como de Washington, es
Venezuela.
Por lo que todo apunta hacia una ecuación simple:
que en Panamá Cuba aporte la algarabía, Venezuela se esfuerce por seguir
representando el pasado y EEUU ponga el petróleo. Está por verse el resultado.