Tras los golpes rosas, podrían estar
pensando algunos. Pero lo cierto es que no hubo dos cumbres sino una. Los
foros, actos y acontecimientos que la precedieron puede decirse que en cierta
medida complementan el evento y casi “lo adornan”, pero son ciertamente
secundarios.
La Cumbre de las Américas se llevó a cabo
entre el viernes 10 y el sábado 11 en Panamá y lo demás resulta accesorio. Hay
que agregar que resultó un éxito tanto para el presidente estadounidense Barack
Obama como para el gobernante cubano Raúl Castro, aunque uno no esté de acuerdo
con ese éxito.
Eso sí, un triunfo de palabras,
intenciones y gestos, ¿pero para qué otra cosa sirven las cumbres?
El presidente Obama logró que Caracas no
le descarriara su intención principal, al aceptar participar en el evento junto
a Castro: vender la imagen de Estados Unidos como una superpotencia posterior a
la guerra fría y a la época del “imperialismo yanqui”.
Para ello, y desde el inicio, contó con
la “complicidad” de La Habana, que en
buena medida debe haber actuado para que el presidente venezolano Nicolás
Maduro moderara no su discurso sino sus acciones.
Nadie le iba a robar el show a Obama y
Castro, y así fue. Para ello trabajaron unidos. Una vez más quedó demostrado un
hecho paradójico: pese a su petróleo, Venezuela no es más que una colonia de
Cuba y Caracas no pasa de ser una sucursal de La Habana. Hay que decirlo desde
ya: el gran perdedor de la cumbre fue Maduro, y en parte se lo debe a Castro:
fue utilizado de peón, como un gritón de barrio que se saca para intimidar un
poco y luego se echa a un lado a la hora de una conversación seria.
Poco importa que, para salvar la cara, el
mandatario venezolano salga ahora con el argumento de que EEUU echó para atrás
en la declaración de agresión. Seguramente repetirá una y mil veces este
argumento porque no puede quedarse callado un momento.
Desde el principio quedó claro que tal
declaración no era más que una simple fórmula de procedimiento y la sanción se
limitaba a siete miembros de la camarilla chavista.
Lo importante es que no logró una
reacción hemisférica conjunta de rechazo a las sanciones estadounidenses. Que a
cambio de ello no se produjera una declaración final del evento resulta secundario,
porque no es la primera vez que ocurre. Lo básico aquí es que Maduro no se
salió con las suyas. Hay que agregar, de paso, que quedó como un patán durante
su discurso.
Raúl Castro ganó también, no solo por la
inclusión de Cuba en el evento —algo que se venía fraguando hace tiempo— sino
por dosificar, siempre a su conveniencia, un discurso al que no se le puede
reprochar un retroceso en los “principios revolucionarios”, pero al que tampoco
se pueda atacar por falta de flexibilidad. Más aún si se toma en cuanta la
inclusión, tras la reunión aparte con Obama, de unas palabras que si no son
enigmáticas, dejan abierto el juego a las especulaciones: “Podemos estar en
desacuerdo en algo hoy y en un breve tiempo podríamos estar de acuerdo”, algo
de lo que pidió tomaran nota tantos los miembros de la delegación norteamericana
como cubana. Sin duda el conspirador por excelencia.
Castro hizo una defensa ideológica en su
discurso, y por el tono de sus palabras y su recapitulación histórica pudo
sonar menos pragmático que Obama y aún apegado al pasado —todo lo contrario al
norteamericano—, pero en conjunto, su presencia y
carácter desplegaron al mismo tiempo un
mensaje similar, aparentemente de cara al futuro: “Hay que apoyar a Obama, es
un hombre honesto”, sentenció.
Al exonerar al presidente estadounidense
del historial “imperialista” realizó una pirueta antimarxista pero muy
castrista: en última instancia, todo depende del hombre. No fue más que la
confirmación de que compartía la creencia de una nueva era estaba en marcha
para Cuba (eso sí, que a nadie se le ocurra pensar que sin su protagonismo y el
de los suyos).
Sus palabras no fueron decisivas, pero
contribuyeron al espíritu de una reunión latinoamericana donde, por primera vez
en décadas, más allá de las críticas puntuales esperadas, hubo un clima de
aceptación, e incluso de reconocimiento, a una nueva era en que EEUU resurge a
jugar un papel fundamental en la política y la economía de la zona, con la
estadounidense en alza, mientras la China ha bajado el ritmo y da muestras de
fatiga. En última instancia, la Cumbre fue también un intento de freno, por
parte de Washington, a la expansión china.
Por supuesto que en la lista de
perdedores se pueden apuntar —además de la moral estricta que siempre queda
fuera de estas reuniones— los avances en la lucha en favor de la democracia y los
derechos en Cuba.
Previo a la Cumbre, el gobierno cubano
hizo política en Panamá, no de cara al futuro sino para mantener su propio
pasado. Para ello le bastó recurrir a los procedimientos simples y torpes de
siempre: algarabía, actos de repudio y golpes. Hasta participó un viejo alto
oficial de la inteligencia cubana, al parecer en plan de retirada cuando se
lanza o le destinan a estos menesteres menores (en Miami han enfatizado la
presencia del coronel Alexis Frutos Weeden, en plan de destaque a sus
represores).
Por lo demás, las perspectivas tampoco
resultan muy buenas para el exilio tradicional de esta ciudad.
Horas antes del encuentro con Castro en
la inauguración de la Cumbre, Obama estuvo en el Foro de la Sociedad Civil, al
que asistieron la abogada Laritza Diversent y Manuel Cuesta Morúa.
Cuesta Morúa es un activista socialdemócrata,
opuesto al embargo y con ideas poco afines con el llamado “exilio histórico“ de
Miami.