Esta columna fue publicada el martes 18
de agosto de 1998 en El Nuevo Herald
Billy
el pequeño y Hillary la grande
Conste que no soy feminista, pero si se
comprueba que el presidente Bill Clinton tuvo relaciones sexuales con Mónica
Lewinsky, debe reconocerse que la verdadera heroína de la historia es Hillary.
Ella no solo ha antepuesto cualquier sentimiento de celo y desprecio y está
actuando como uno de los principales asesores de su marido infiel, sino que ha
demostrado ser el elemento de mayor estabilidad dentro del matrimonio y un
verdadero sostén para la carrera de su esposo. Si este país estuviera gobernado
por formas más simples de poder, como los consejos de ancianos sabios de
algunas tribus indígenas, y no por una compleja trama en que el Congreso y los
dos principales partidos están prisioneros en una red de intrigas, intereses y
componendas, se mandaría al “joven Bill” de regreso a Arkansas, o se le
castigaría con una temporada de aislamiento, cazando osos en cualquier montaña,
para que alcanzara mayor madurez de carácter. Luego se colocaría en la
presidencia a su esposa, con amplios poderes para llevar a la práctica la
transformación del sistema de cuidado de salud y para poner en práctica otras
medidas que el país requiere.
Escarceos
de adolescente
No se trata de si el Presidente cometió
un delito que merece ser castigado con un juicio político, porque ello carece
de sentido. Lo que resulta inaceptable es que el gobernante de la nación más
poderosa del planeta se comporte como un escolar sencillo, corriendo detrás de
una interna y aprovechando los lapsos entre reuniones importantes y encuentros
con dignatarios de otros países para entregarse a escarceos amorosos propios de
adolescente, que han dado pie a que los ciudadanos de este país y de gran parte
del mundo sigan día a día en la prensa —que evidentemente no encuentra o no le
interesa informar sobre nada mejor— los capítulos por entrega de una novela que
no es rosa sino mojada. Pienso en la explicación freudiana de los hechos:
Lewinsky, producto de un matrimonio donde el amor se fue perdiendo poco a poco
y criada en un hogar donde imperaban la desunión y las rencillas, encontró en
usted sabe dónde un sustituto del pezón materno que no supo nutrirla
adecuadamente. Luego de una transferencia afectiva de la madre al padre, halló
en el Presidente, transformado en amante-padre, solo un consuelo momentáneo. La
joven volcó en despecho el destete, y presa de los celos, sabiéndose utilizada,
contó la historia con la secreta esperanza de la venganza. Por supuesto, hubo
más, y el vestido que no se quitó, pero tampoco se lavó, se convirtió en prueba
poderosa. De ahora en adelante las tintorerías de Washington aumentarán las
concentraciones de sus detergentes y se dedicarán a la caza de manchas impuras,
o todo lo contrario. Seguro alguien inventa un detergente en spray a precio especial para
legisladores: no llegue a Washington sin su frasco.
Persecución
política
Es posible que al final el Presidente
salga bien parado del asunto. Puede que hasta retenga a su esposa. Quiero ver
detrás de la dureza de Hillary la generosidad de una madre bondadosa, dispuesta
al perdón de un marido que ya varias veces se comporta como un torpe
adolescente. A su vez, toda la persecución tiene un marcado carácter político,
y al final el inquisidor Kenneth Starr obtendrá un amargo triunfo: habrá
dedicado millones a encontrar lo que una madre descubre al registrar el cesto
de ropa sucia de una hija descuidada. El escándalo nada afecta por el momento
al Partido Demócrata, ni al vicepresidente, posible futuro candidato a la
presidencia.
Por lo demás, si al Presidente no lo
sacan de la Casa Blanca como merece, por tonto e inmaduro, al menos Hillary
debería transformarse en maestra e imponerle un castigo ejemplar: cien líneas
de “no debo manchar la ropa de mis compañeritas”.