Las palabras del gobernante cubano en el
Vaticano tienen un significado muy preciso: en lo adelante y sobre todo después
de la anunciada visita del papa Francisco este año a la Isla la Iglesia
Católica verá ampliada su esfera de acción, en cuanto a misión evangelizadora.
Pero deducir de ellas una mayor apertura en lo social y político resulta una
apuesta muy arriesgada.
Tras una audiencia privada con el Sumo
Pontífice, Castro declaró en conferencia de prensa que quedó “muy impresionado
por su sabiduría, su modestia, y todas sus virtudes que conocemos que tiene”. Y
remató: “Como el Papa siga así, yo vuelvo a rezar y a la Iglesia. ¡Y no es
broma!”.
Contrario a lo que viene ocurriendo en el
diálogo iniciado con Washington, el régimen de La Habana sí le ha hecho concesiones
a la Iglesia. Claro que dichas concesiones no son más que el levantamiento de
restricciones y el fin de un clima de hostilidad mantenido por décadas.
Sin embargo, la Iglesia Católica todavía
tiene por delante un largo camino a recorrer, para lograr disfrutar de
condiciones al menos cercanas a las que disfrutaba antes del primero de enero
de 1959. Es por ello que desde hace tiempo dedica todos sus esfuerzos para que
la cordialidad trascienda los mensajes y se convierta en hechos concretos.
Uno de los avances que es posible consiga
Francisco es el permiso para establecer emisora radial propia, o incluso quizá
un canal de televisión. La enseñanza privada en colegios religiosos es aún mi
pronto para ser aprobada, pero dentro del terreno de las especulaciones cabe la
posibilidad de la realización de seminarios en centros universitarios. Por otra
parte, la edificación de nuevos templos —ya hay dos en construcción— casi se
puede dar por descontado.
Conjeturas a un lado, la Iglesia obtendrá
avances para promover su labor evangelizadora, que es su objetivo fundamental,
y tendrá un papel mayor como interlocutor con el gobierno. Es en este sentido
que en cierta medida contribuirá a la defensa de los derechos humanos —o de
algunos derechos humanos, los acorde con su credo, es mejor enfatizar—, pero no
mucho más.
No hay que menospreciar la labor
desempeña por la Iglesia en la liberación de presos políticos en Cuba, aunque
más allá de esta labor meritoria tampoco ha hecho mucho y no se le puede pedir
que lo haga, por dos razones fundamentales.
La primera porque el principio de acción
que la rige es la cautela y no el desafío.
La segunda viene dada por el simple hecho
de que la Iglesia Católica no es una institución democrática, nunca lo ha sido
ni pretende serlo.
En esa rara mezcla de Estado soberano y
sede ideológica que es el Vaticano no hay mucho campo para las libertades
individuales, más allá de la doctrina, pero no la práctica, del principio del
libre albedrío.
Así que si Francisco puede desempeñar un
papel en la transformación de la sociedad cubana es precisamente porque el
propio régimen se siente a gusto con dicho papel. Ello no le resta méritos,
simplemente define términos.
Más allá de puntos de contactos en una
supuesta filosofía social —que el régimen no practica y la Iglesia solo en
ocasiones—, la crítica común al neoliberalismo solo sirve para realzar
similitudes oportunas, un poco al igual que en lo anecdótico se repite ahora la
enseñanza recibida por los Castro de manos de los jesuitas. Si de algo sirve
ese acomodo jesuítico que oportunamente ha salido a relucir —en primer lugar
por el propio gobernante cubano— no es para definir vocaciones sino para
enfatizar una actitud pragmática, acorde con los tiempos.
Por lo demás, el encuentro con el Papa no
debe eclipsar el viaje de Castro en su conjunto, y dentro de este recorrido la
parada fundamental fue Moscú, no el Vaticano.
Raúl Castro no fue a Moscú solo a
participar en un desfile militar para conmemorar el 70 aniversario de la
victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Fue a estrechar
aún más las relaciones con Rusia.
Castro, reforzar en el plano económico la
alianza estratégica con Rusia tras el inicio del proceso de deshielo con
Estados Unidos. Todo es parte del mismo “juego de tronos”: Vladimir Putin y
Castro aprovecharon un hecho del pasado para reforzar una alianza presente, y
además reafirmar que las conversaciones entre Washington y La Habana no desvían
un ápice el propósito enfatizado por el presidente ruso durante el último
encuentro en la Isla, en 2014, cuando calificó de “estratégicas” las relaciones
entre los antiguos socios comunistas.
Tampoco se aparta de ese camino que la
delegación cubana a Rusia incluyera al ministro de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, general del cuerpo de ejército Leopoldo Cintra Frías, y que
Castro viajara acompañado de su hijo.
Por supuesto que la visita a Moscú no fue
solo de índole militar, sino proyectos comerciales, energéticos y en general
vinculados con la economía y las finanzas, pero el fundamento de tales planes
contempla no solo una alianza entre las dos naciones, sino una esencia militar
de propósitos.
“La asistencia de Castro a la parada
demuestra que, pese a los intentos de EEUU de normalizar las relaciones con
Cuba, la prioridad estratégica para La Habana sigue siendo Rusia”, aseguró a la
agencia Efe Leonid Ivashov, antiguo general soviético y jefe de la Academia de
Asuntos Geopolíticos de Rusia.
En su opinión, Cuba “es la plataforma”
desde la que Rusia ampliará la cooperación en América Latina, desde los países
bolivarianos –Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua– hasta Brasil o
Argentina.
Si bien tanto China como Rusia contemplan
la fortaleza militar como eje fundamental en sus planes de avance y desarrollo,
Moscú no solo prioriza el aspecto bélico sino se mantiene fiel a una concepción
propia de la Guerra Fría, en su ideal de expansión territorial: Putin quiere
volver a la vieja época imperial, no importa que ahora el imperio sea
simplemente ruso y no soviético.
El reforzamiento de los vínculos
políticos de Rusia con Latinoamericana y la posibilidad de plantarse de cara a
EEUU, en las propias fronteras estadounidenses, lleva también —como soporte— la
ampliación de la presencia militar rusa en la región. Y aquí Cuba es la pieza
fundamental.
Buques de guerra rusos visitan con
frecuencia La Habana, una nave espía de ese país viajó a la capital cubana el
pasado año; en varias ocasiones Moscú ha mencionado su intención de establecer
bases militares en territorio cubano.
El alarde bélico del desfile en la Plaza
Roja, con la exhibición de nueva y poderosas armas para cualquier ofensiva
terrestre —como la plataforma universal de combate “Armata“ y los tanques de
nueva generación— son una muestra de ello.
El tanque T-14 Armata es un buen ejemplo
de la rápida modernización de las fuerzas armadas rusas. No todos los días los
ejércitos lanzan una nueva línea de tanques. El tanque alemán Leopard-2 fue
desarrollado hace 35 años, al igual que los estadounidenses M1 Abrams. Las
versiones actuales tienen muchas mejoras, pero las características básicas no
difieren mucho de las originales.
Los rusos están renovando completamente
su material bélico, una clara indicación de que se preparan cada vez más para
la guerra, y Cuba forma parte de esa ecuación.
Frente a estos hechos, no hay que esperar
demasiado del efecto catalizar del papa Francisco en la ya desde antes
florecientes relaciones entre La Habana y el Vaticano, Porque también desde
hace mucho tiempo se sabe la respuesta a la pregunta de “¿con cuántas
divisiones cuenta el Papa?”.