Lástima que no viva Miguel Matamoros,
porque seguro le habría puesto música. El son de la transición, un éxito
seguro. Sobre todo en las discotecas de Miami. Tanto se ha hablado de
transición y sucesión (y sigue la rima), y las palabras están tan viciadas, que
ya ni siquiera vale la pena recurrir al diccionario. Al final todo empezó con
otro estribillo: eran de la loma, pero terminaron cantando en el llano. Así ha
seguido en Cuba hasta hoy, donde la voz cantante la impone La Habana en
Washington.
Cuando se conoció que Fidel Castro cedía
transitoriamente el mando a su hermano Raúl, varios grupos de exiliados y los
congresistas cubanoamericanos comenzaron a llamar a un levantamiento cívico y
militar en Cuba.
En Cuba el fallecido líder opositor Oswaldo
Payá adoptó una posición bien distinta. Dijo que el mensaje del gobierno de
Estados Unidos debía enfatizar que no había intenciones de intervenir
militarmente y que Washington no representaba una amenaza para La Habana. Pidió
además el evitar situaciones que pudieran “perjudicar la paz social en Cuba”.
A los pocos días la secretaria de Estado,
Condoleezza Rice declaró: “No vamos a hacer nada para atizar una sensación de
crisis o una sensación de inestabilidad en Cuba”.
El presidente George W. Bush fue más
allá, al decirle a los exiliados que se abstuvieran de participar en los
asuntos políticos de la isla hasta tanto no se produjera un cambio.
Desde la Proclama de “traspaso temporal”
del 31 de julio del 2006 hasta hoy, con Raúl Castro convertido en gobernante de
Cuba, la política de la Casa Blanca ha demostrado guardar una identidad
bipartidista que trasciende las barreras políticas: la estabilidad por encima
de la libertad. Ahora Barack Obama se ha limitado a dar un paso más allá en
igual dirección: los negocios por encima de las quejas.
Hannah Arendt escribió sobre el juicio a
Adolf Eichmann en Jerusalén que el “error básico” del proceso era que “los
judíos querían arrojar toda su pena al mundo”, aunque “por supuesto —añadía–,
estos habían sufrido más que Eichmann”.
Para la disidencia y los exiliados
cubanos la lección es oportuna. Los negocios no tienen ideología. O tienen
simplemente la ideología de hacer negocios, sin detenerse en otro tipo de
razones. No es un problema de partido político, es una razón de ser.
Ha tendido a verse lo que ocurre en la
isla con una óptica pendular, cuando la realidad y la historia cubana tienden
al círculo o a la espiral. Primero fueron los innumerables comentarios sobre
dos conceptos supuestamente antagónicos: sucesión y transición. La sucesión
como el legado hereditario, el paso de un monarca a otro, el feudalismo cubano
en su mejor representación.
De esta manera, la transición vino a definirse
como todo lo contrario: el paso o el salto de un sistema a otro. Sólo que la
realidad es mucho más compleja y estamos asistiendo a una sucesión que es,
hasta cierto punto, también una transición. Todo mezclado. Si la sucesión ya se
ha producido, la interrogante que continúa en pie es el momento y alcance de
los cambios inevitables.
Pocas perspectivas de avances
democráticos con una sucesión exitosa; gobiernos dispuestos a verse de frente,
pero también a mirar hacia otro lado
cuando resulte conveniente; negociantes de Estados Unidos y Europa ansiosos
por tocar a la puerta de Raúl y un énfasis en la victimización opositora que
cumple objetivos antagónicos y complementarios: por parte del régimen un
ejercicio de control que minimiza o evita los escándalos —detenciones
temporales que palidecen ante otros actos represivos en todo el mundo— y para
la disidencia una denuncia justa pero también justificativa.
La consecuencia es un alargamiento —¡aún
mayor!— a esa distancia imperante entre la realidad y la palabra, que ha
caracterizado no sólo la vida cotidiana en Cuba durante todo el proceso
iniciado el 1 de enero de 1959 sino también en el exilio. En vez de reducirse,
nuevas formas de retórica han venido a complementar tanto las consignas ya
gastadas como a las diversas mezcolanzas e incongruencias surgidas tras el
llamado “período especial”, y ahora hay también una disidencia viajera que le
ha otorgado un nuevo uso al discurso de Miami, y se apropia de él para una
reafirmación extramuros.
Persistencia de Berta Soler, al frente de
las Damas de Blanco, en una postura de rechazo a la eliminación o alivio de un
embargo estadounidense que cuenta con pocos simpatizantes dentro de la isla,
para citar un ejemplo.
“El restablecimiento (de relaciones) solo
empoderará económicamente al gobierno cubano”, cuando “la que tiene que salir
beneficiada es la sociedad civil”, acaba de declarar la opositora en Los
Ángeles, y cabe preguntarse si por “sociedad civil” entiende algo más que su
organización.
Porque pese a continuar aferrada a un
modelo totalitario y con pocas perspectivas para el avance de la democracia, la
situación cubana no es la misma que hace apenas un par de años. De lo
contrario, Soler no estaría visitando Europa y Estados Unidos.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 1 de junio de 2015.