Cuando a finales de abril del 2014 Moscú
anunciaba que estaba “alarmada” por el movimiento de tropas de la OTAN cerca de
sus fronteras, el canciller Sergei Lavrov abordaba un avión para comenzar una
visita oficial de trabajo. Su destino no era Kiev ni alguna conferencia de paz
para resolver las crecientes tensiones entre su país y Ucrania, sino América
Latina. Su primera escala: Cuba.
Lavrov volvió a visitar la isla el 24 de
marzo de este año, en un nuevo recorrido latinoamericano, y otra vez la primera
parada fue Cuba. La estrategia de Rusia con Ucrania siempre ha pasado por
Latinoamérica, y La Habana constituye la cabeza de playa de ese esfuerzo. La
recién concluida del gobernante Raúl Castro a Moscú es simplemente otro
capítulo del mismo objetivo.
No resultó extraño entonces que durante
la segunda visita de Vladimir Putin a la isla como presidente —y la cuarta de
un mandatario ruso en los últimos 15 años— se revisaran y ampliarán los acuerdos
firmados con anterioridad, que deben haber incluido pactos militares. Tampoco
se aparta de ese camino que la delegación cubana a Rusia incluyera al ministro
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, general del cuerpo de ejército Leopoldo
Cintra Frías.
Castro, inició el miércoles una visita a
Rusia llamada a reforzar en el plano económico la alianza estratégica con Rusia
tras el inicio del proceso de deshielo con Estados Unidos. Invitado por Putin, participó el sábado en un grandioso desfile
militar en la Plaza Roja de Moscú para conmemorar el 70 aniversario de la
victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Todo es parte del
mismo “juego de tronos”: ambos aprovecharon un hecho del pasado para reforzar
una alianza presente, y además reafirmar que el deshielo entre Washington y La
Habana no desvía un ápice el propósito enfatizado por el presidente ruso
durante el último encuentro en la isla, en el 2014, cuando calificó de
“estratégicas” las relaciones entre los antiguos socios comunistas.
Por supuesto que la visita a Moscú no fue
solo de índole militar, sino proyectos comerciales, energéticos y en general vinculados
con la economía y las finanzas, pero el fundamento de tales planes contempla no
solo una alianza entre las dos naciones, sino una esencia militar de
propósitos.
“La asistencia de Castro a la parada
demuestra que, pese a los intentos de EEUU de normalizar las relaciones con
Cuba, la prioridad estratégica para La Habana sigue siendo Rusia”, aseguró a la
agencia Efe Leonid Ivashov, antiguo general soviético y jefe de la Academia de
Asuntos Geopolíticos de Rusia.
En su opinión, Cuba “es la plataforma”
desde la que Rusia ampliará la cooperación en América Latina, desde los países
bolivarianos –Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua– hasta Brasil o
Argentina.
Si bien tanto China como Rusia contemplan
la fortaleza militar como eje fundamental en sus planes de avance y desarrollo,
Moscú no solo prioriza el aspecto bélico sino se mantiene fiel a una concepción
propia de la Guerra Fría, en su ideal de expansión territorial: Putin quiere
volver a la vieja época imperial, no importa que ahora el imperio sea simplemente
ruso y no soviético.
El reforzamiento de los vínculos
políticos de Rusia con Latinoamericana y la posibilidad de plantarse de cara a
EEUU, en las propias fronteras estadounidenses, lleva también —como soporte— la
ampliación de la presencia militar rusa en la región. Y aquí Cuba es la pieza
fundamental.
Buques de guerra rusos visitan con
frecuencia La Habana, una nave espía de ese país viajó a la capital cubana el
pasado año; en varias ocasiones Moscú ha mencionado su intención de establecer
bases militares en territorio cubano.
En el 2013, el ministro de Defensa ruso
Sergei Shoigú anunció planes de su país para construir bases militares en
Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Ese mismo año, Rusia y Brasil finalizaron
un acuerdo para la venta de 12 helicópteros militares rusos con un valor de
$150 millones. Seis meses después el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigú,
volvió a Brasil para finalizar la venta de sistemas de misiles para reforzar la
capacidad de defensa del gigante sudamericano con un valor de $1.000 millones,
según BBC Mundo.
El alarde bélico del desfile en la Plaza
Roja, con la exhibición de nueva y poderosas armas para cualquier ofensiva
terrestre —como la plataforma universal de combate “Armata“ y los tanques de
nueva generación— son una muestra de ello.
El tanque T-14 Armata es un buen ejemplo
de la rápida modernización de las fuerzas armadas rusas. No todos los días los
ejércitos lanzan una nueva línea de tanques. El tanque alemán Leopard-2 fue
desarrollado hace 35 años, al igual que los estadounidenses M1 Abrams. Las
versiones actuales tienen muchas mejoras, pero las características básicas no
difieren mucho de las originales.
Los rusos están renovando completamente
su material bélico, una clara indicación de que se preparan cada vez más para
la guerra, y Cuba forma parte de esa ecuación.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 11 de mayo de 2015.