lunes, 4 de mayo de 2015

Sin Hitler


El 30 de abril se cumplieron 70 años desde la desaparición física de Adolf Hitler. Quizá sea mejor escribir “la supuesta desaparición física”, porque desde entonces y hasta hoy no han dejado de multiplicarse las teorías conspirativas de que el canalla más grande que ha dado la humanidad —este título, también, es por supuesto disputado— no murió en el búnker sino escapó: logró huir y viajó primero a España, luego a Argentina y posiblemente falleció muchos años después en Uruguay.
Las especulaciones no se limitan a la literatura ni al periodismo, sino que existen informes, indagaciones realizadas por diversas embajadas, comisiones de investigación y agencias policiales y de inteligencia sobre el destino del hombre que trató de construir un imperio. No lo logró, pero consiguió destruir a su país, medio mundo y casi aniquiló a uno o varios pueblos. 
Un nuevo libro revisa más de tres mil páginas oficiales en las que se habla de la posible huida de Adolf Hitler hacia Sudamérica. Su autor, Eric Frattini, tuvo acceso a documentos de los archivos del FBI, CIA, MI6, OSS, KGB, FSB y CEANA (Comisión de Esclarecimiento de Actividades Nazis en Argentina), pero no ofrece resultados concluyentes. Tras la lectura de ¿Murió Hitler en el búnker? (Editorial Temas de Hoy, 2015), queda al lector decidir si el hombre más odiado del mundo acabó sus días de un disparo en Alemania o en algún paraje perdido de la Patagonia.
Todas las elucubraciones, que principalmente deben su origen a que nunca ha aparecido el cadáver —algo también cuestionado con la sospecha de que los soviéticos lograron trasladar algunos huesos e incluso la calavera a Moscú— chocan contra la evidencia: difícil que con el paso de los años no se hubieran filtrado o hallado algunos datos más conclusivos y la propia personalidad de Hitler llevan a dudar que Hitler no escribiera unas memorias, de publicación póstuma, para demostrar que al final había logrado burlarse de todos.
La supervivencia de Hitler queda pues sobre todo en el terreno literario, y la mejor novela al respecto la escribió hace años George Steiner, The Portage of San Cristóbal of A.H. (The University of Chicago Press 1979), una obra controversial hecha por un destacado intelectual judío.
“No se puede escribir poesía después de Auschwitz”, afirmó Theodor Adorno, pero la realidad es que no solo se ha continuado escribiendo versos sino que la industria editorial sobre el nazismo, su líder y el Holocausto es una fuente inagotable. Acaba de aparecer un libro formidable sobre esa industria del mal que fueron los campos de exterminio. KL: A History of the Nazi Concentration Camps (Farrar, Straus & Giroux), de Nikolaus Wachsmann, analiza las diversas etapas de desarrollo de aquellos lugares infernales y destaca dos aspectos. Uno es conocido, pero que no se enfatiza: el exterminio sistemático de los judíos, tuvo lugar en gran medida fuera de los campos de concentración. Los campos de la muerte en que fueron gaseados más de medio millón de judíos —at Belzec, Sobibór y Treblinka—nunca fueron oficialmente parte del sistema de los Konzentrationlager, o KL.
Auschwitz, cuyo nombre ha pasado a ser sinónimo del Holocausto, nunca fue oficialmente un KL. Fue establecido en junio de 1940, para encerrar a los prisioneros polacos. Los primeros asesinados con gas allí, en 1941,  fueron inválidos y prisioneros de guerra soviéticos. La mayoría de los judíos que llegaron a Auschwitz nunca sufrieron los rigores del campo como prisioneros; más de 800,000 fueron gaseados de inmediato, a su llegada, en la vasta extensión del campo original conocida como Birkenau. Wachsmann considera que a finales de1942 “los judíos constituían menos de 5,000 de los 80,000 prisioneros de los KL”.
El segundo aspecto que destaca Wachsmann es más novedoso. Aunque se tiende a pensar en la Alemania nazi como un sistema totalitario reglamentado hasta en los detalles más mínimos y con una organización perfecta, en la práctica el gobierno de Hitler se caracterizó en muchas ocasiones por el caos y la desorganización, y los campos fueron un buen ejemplo de ello: cuando se intentó convertirlos no solo en un mecanismo se muerte sino también en un conjunto industrial y económico, el fracaso fue total en el segundo objetivo, aunque no en el primero.
El sistema de los KL, que duró 12 años, llegó a incluir 27 campos principales y más de mil subcampos y en su momento cúspide contó con 700,000 prisioneros, fue al mismo tiempo el símbolo principal del régimen nazista, aunque Hitler jamás visitó campo alguno. Fue Heinrich Himmler, el jefe de las tropas S.S., quien estuvo a cargo del sistema, y su crecimiento se debió en buena medida a la ambición de Himmler por convertir a los S.S. en la fuerza más poderosa de Alemania.
Los últimos días de Hitler en el bunker estuvieron marcados por el caos, las borracheras, el desenfreno sexual y el miedo. Se cuenta que el Führer recorría los pasillos presa del delirio, amurallado entre la ira y el pánico. 
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 4 de mayo de 2015.

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