Tres artículos, dos de mayo de 2011 y
otro de noviembre de 2012, sobre el surgimiento del partido Podemos, y más
indirectamente de Ciudadanos, así como de los multiples movimientos sociales
que amenazan —o ya lo han hecho— con poner fin al bipartidismo dominante en las
urnas españolas. Con sus pocos aciertos, dudas que aún persisten, errores de
cálculo y falta de perspectiva en aquellos días, meses y años que aún conmueven
a España.
Madrid es una feria
Madrid - ¿O no? Al menos el asistir a una fiesta casi provinciana es una
de las impresiones que quedan tras visitar la Puerta del Sol. Una imagen
acentuada el sábado, cuando payasos, guitarras y canciones adquirieron un
espacio mayor, en un día marcado por la negativa a cumplir con la prohibición
decretada por la Junta Electoral Central y el beneplácito ―obligado por circunstancias políticas― de una policía que se ha limitado a advertir pero no a desalojar.
Así que los asistentes a las concentraciones
que se están celebrando en toda España saben que éstas no cuentan con la
autorización administrativa, pero también conocen que no serán disueltas a
palos, lo que indudablemente acerca más a un paseo que a un acto de protesta la
participación ciudadana.
Reducida en gran medida la potencialidad
de violencia ―gracias a la
voluntad de La Moncloa―, el
acto pierde mucho de desafío y entra en la categoría de advertencia y protesta
consentida por el sistema; se deslinda por completo de las manifestaciones de
los países árabes y pasa a encuadrarse en una esfera más conocida. Solo la poca
memoria histórica explica que no se resalte que lo que ocurre en Madrid y otras
ciudades españolas no es nada nuevo ni espectacular, cuando se le compara, por
ejemplo, con las marchas por los derechos civiles en Estados Unidos.
En este sentido, estamos ante un fenómeno
que se define en buena medida por su carácter mediático, y de irrupción o
desvío de la campaña electoral para quienes prefieren las teorías
conspirativas.
Basta con recordar el aburrido Primero de
Mayo en Madrid ―donde
sindicatos y organizaciones de la izquierda tradicional mostraron una imagen
penosa, de consignas gastadas y caras mustias―, para darse cuenta que el fenómeno 15-M ha resultado una gallina
de oro para la prensa, en medio de una campaña electoral que nunca llegó a
despegar. Sumergido el país en una crisis que parece no tener salida, con
presupuestos reducidos para buscar el voto en los dos más poderosos partidos
políticos de España, poco interesante estaba ocurriendo en España hasta el
domingo 15 de mayo.
Concentrarse entonces en los nexos entre
la multitud en el kilómetro cero nacional y los resultados electorales ―que se producirán a relativamente pocas horas, tras la votación
del domingo― no deja de
ser tranquilizante. Porque uno de los factores del que apenas se habla es la
paradoja surgida a partir de unas manifestaciones pacíficas tan sencillas ―hablar de movimiento resulta aún anticipado― y una repercusión política tan grande. Repercusión que si en
parte hay que achacar a los medios, también hay que reconocer que se extiende
mucho más allá de Madrid, e incluso traspasa las fronteras de España y del día
electoral.
Surge entonces una situación nueva, en
que aún no se duda de la fortaleza de la democracia española, pero que se
acompaña ahora con una leve interrogación: ¿y si se crea un movimiento con
tanta fuerza que logre la caída del Gobierno? Más que de interrogantes, se
estaría frente a una alternativa desconocida, porque lo que vendría entonces no
sería un vacío de poder sino la disolución del poder tradicional.
Alternativa que ―y a pesar su utopía― ya en
estos momentos le ha dado un jaque al Partido Popular (PP), que desde hace
tiempo viene jugando retóricamente con la propuesta de elecciones anticipadas
(algo que en realidad no le interesa ni busca más allá de unas cuantas frases
de discurso). Porque si ocurriera la más que improbable situación de unas
manifestaciones populares que provocaran la caída del Gobierno, ¿quién ocuparía
entonces el poder?: ¿la derecha? Nunca se ha visto que un movimiento de
izquierda movilice al pueblo para regalarle el poder a la derecha.
¿Es realmente de izquierda el 15-M? Sí y
no. No lo es desde el punto de vista institucional ―y en cierto sentido político―, pero
sí lo es, y a plenitud, en cuanto a inspiración y proyección. Hasta el momento
carece de líderes y de lo que podría considerarse una plataforma política, y
sus reclamos están más cerca de una canción de Joaquín Sabina que de un
manifiesto, pero en mucho de lo que anhelan sus integrantes se retoma un
discurso abandonado por la izquierda establecida.
De esta forma, la irrupción de los
indignados en la recta final de las elecciones autonómicas y municipales abre
dos vertientes de análisis, en cuanto a la repercusión que puedan tener las
manifestaciones.
Una es muy inmediata y se definirá este
domingo. Tiene que ver con la posible influencia en las urnas y el peso
político que podría alcanzar una marcada votación en blanco o una fuerte
abstención. De ocurrir, estaríamos una vez más ante la ironía histórica de una
movilización anticapitalista ayudando a los mejores aliados del capitalismo más
tradicional. El PP es el único posible beneficiado en este caso.
Sin embargo, este domingo podría ocurrir
también el comienzo del fin del bipartidismo en España ―una consecuencia de la que el 15-M no sería el único responsable,
pero sí uno de los factores influyentes―, con
el aumento de votos para los partidos minoritarios. Un buen indicador en este
sentido serían las cifras de Izquierda Unida (IU), quien se ha arrimado con
fuerza a los manifestantes, no solo por simpatías sino porque los posibles
beneficios son muchos para ella, en especial si se logra el reclamo de un
cambio en la ley electoral.
La segunda vertiente de análisis se
relaciona con una pregunta muy directa, y tiene que ver con la supervivencia
del 15-M tras el domingo 22. ¿Cómo logrará estructurarse, para dar vía a un
movimiento político, lo que nació a partir de una serie de protestas?
No se trata de la pregunta simple de si
las manifestaciones continuarán después de las elecciones. Por supuesto que
habrá otras nuevas. Lo primordial es que éstas superen el limitarse a un acto
de catarsis. Porque eso ha sido fundamentalmente lo que viene ocurriendo en la
Puerta del Sol, y la democracia, el capitalismo y la globalización tienen una
gran capacidad para soportar y asimilar los actos de catarsis.
Desde muchos y variados ángulos ―del romanticismo y la juventud hasta la literatura y el cine― lo que viene ocurriendo en la Puerta del Sol despierta simpatías,
además de que un sentimiento anti Establishment siempre resulta refrescante,
pero limitarse a esos factores puede traer más de un desengaño.
Un recurrido por los círculos de debate
que se producen a diario en Puerta del Sol y en la Plaza del Carmen resulta
estimulante, en cuanto a poder presenciar un ejercicio de participación
ciudadana, en el cual se debaten algunos de los grandes problemas actuales en
España y el resto del mundo, a los que los políticos no han sabido o querido
dar la respuesta adecuada. Aunque también despierta al menos dos reservas.
Una es que las conversaciones en muchos
casos son superficiales y llenas de estereotipos de izquierda, que no superan
una charla de barberías. La otra es que estos debates son muy bonitos y estimulantes
mientras sean voluntarios, pero aterra pensar que de cumplirse una utopía de
este tipo, degenerara en una pesadilla estilo revolución cultural china. Por lo
pronto, confieso que me aburrieron a los pocos minutos, y preferí pasar el
tiempo en un restaurante italiano cercano.
Hasta el momento, las manifestaciones del
15-M se definen por lo que quieren y lo que no quieren, pero hay mucho que
decantar aún para que lo que puede llegar a ser un movimiento político cobre
mayor fuerza y transcienda la indignación ciudadana en un programa de acción
política real y efectiva.
No hay que dejar de reconocerle, sin
embargo, que en un breve tiempo han logrado colocar en un primer plano nacional
la indignación ciudadana y abrir una cuña entre los dos partidos tradicionales
más poderosos. Preguntas que a veces se hacía entre la ironía y la broma, en
reuniones caseras, ahora adquieren otro significado: ¿Podría Rosa Díez ser la
próxima presidenta de España?