Tres artículos, dos de mayo de 2011 y
otro de noviembre de 2012, sobre el surgimiento del partido Podemos, y más
indirectamente de Ciudadanos, así como de los multiples movimientos sociales
que amenazan —o ya lo han hecho— con poner fin al bipartidismo dominante en las
urnas españolas. Con sus pocos aciertos, dudas que aún persisten, errores de
cálculo y falta de perspectiva en aquellos días, meses y años que aún conmueven
a España.
Huelga en Madrid
Madrid
– El hombre se sienta en una silla de tijera y
comienza a tocar. Durante años vengo escuchándolo, a la entrada de la tienda El
Corte Inglés, en la plaza Callao en Madrid, frente a la librería fnac. Ahora
interpreta el preludio de la Suite No.1 para Violonchelo, de Johann Sebastian
Bach. Al terminar intercambio unas frases con él y le dejo un euro o algo más.
Nunca mucho, nunca quizá lo suficiente. No sé quien es. Por el acento me parece
que es alguien que hace tiempo dejó Europa Oriental. Quizá era miembro de una
orquesta sinfónica en su país, y no ha regresado. Me ha dicho que con los años
ha ido perdiendo memoria. Nunca su interpretación ha sido ejemplar pero siempre
es digna. No deja de ser una ilusión volver a escucharlo.
Esa España de detalles es la que siempre
me ha gustado. Lástima que esté desapareciendo.
No es que la cultura se extinga o
disminuya en Madrid. Todavía no. Es muy probable que por algunos años el
violonchelista continúe tocando a Bach, al igual que los guitarristas que
interpretan obras de Tárrega y Albéniz a la entrada del Museo del Prado. Mejor
es pensar que el país volverá a ser como antes. Pero no es posible ser tan
optimista. Los cambios en España no parecen ser reversibles. No hay que dudar que el país saldrá de la
crisis. Lo que nadie sabe es cuándo y cómo. Lo que también resulta difícil
pronosticar es cuánto esta crisis, que en la actualidad no brinda una esperanza
de salida, va a cambiar no solo el carácter de muchas instituciones sino incluso
de los ciudadanos.
Por lo pronto, hay una señal que
preocupa. El español está cada vez más amargado, y no se detiene a la hora de amargarle, un poco
también, la vida a los demás. Pequeños gestos, actitudes, prohibiciones recién
descubiertas, descuidos y omisiones.
Lo peor es que no se percibe una solución
política de los problemas.
El miércoles hubo huelga general en España,
la segunda contra los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy, en menos de un
año de mandato, y la tercera desde el inicio de esta crisis. El paro no se
produjo sólo aquí, sino también en otras naciones europeas. Pero las imágenes
de la huelga española fueron las que llenaron las portadas de los periódicos de
Europa, incluso en países donde igualmente se fue al paro.
Esa tarde decidí no salir a la calle. La
razón fue muy simple: temor.
Con los años he visto diversas huelgas en
Madrid, así como manifestaciones y marchas diversas, celebraciones por el
Primero de Mayo y protestas variadas. Durante los meses en que los “indignados”
ocuparon la Puerta del Sol presencié diversas reuniones, asistí a debates y
discusiones públicas. En todos los casos, siempre como espectador. Nunca he
participado en una actividad que no me corresponde.
Ahora, sin embargo, cabe la posibilidad,
cada vez más segura, que una marcha o
manifestación se convierta en un acto violento. En parte ha sido la represión
policial, en algunos casos excesiva. En parte también la participación de
extremistas y miembros de grupos antisistema en las protestas, que inician
actos de violencia con el único objetivo de generar caos y más violencia.
Por otra parte, la huelga general de
miércoles sirvió para expresar un sentimiento de frustración, rechazo y
protesta, pero por lo demás no parece que va a lograr cambiar nada. Salvo una
prueba de poderío de los líderes sindicales, que actúan más bien como partidos
políticos, el resultado se midió más bien términos de una mala imagen para
España. Además, si el derecho a la huelga es válido, en igual medida lo es el
derecho al trabajo. No se trata de defender a esquiroles, pero con los ingresos
familiares cada vez más reducidos, hubo quien sencillamente no pudo sumarse al
paro. Se produjeron actos hostiles y de repudio hacia esas personas y
comercios, y ello es condenable.
España ha comenzado a dar una imagen
similar a la de Grecia: disturbios frecuentes, enfrentamientos callejeros y un
gobierno incapaz de encaminar al país. Por supuesto que una situación de este
tipo no solo aleja al tan deseado inversionista extranjero, sino también al
turista.
Con la economía de la zona euro de nuevo
en recesión, tras una caída del 0.1% del producto interior bruto (PIB), según
anunció el jueves el instituto europeo de estadísticas (Eurostat), el
pronóstico para Europa, sobre todo en los países del sur, resulta desalentador.
En estas condiciones, España no sólo
sufre un deterioro del bienestar de una parte cada vez mayor de la población,
sino que de forma progresiva está dejando de ser una nación de esperanza, como
en su momento debe haber sido para ese violonchelista que ahora toca en una
calle de Madrid.