Una apuesta difícil la de Felipe González
en Caracas. Más que hablar de la última carta para salvar a Venezuela del caos,
quizá lo mejor sea referirse a una repentina esperanza. Porque hasta hace unos
días crecía la duda de que el exmandatario español siquiera pudiera entrar al
país. Y uno se pregunta si lo que ocurre es que por vez primera —más allá de la
ilusión y las señales anteriores que terminaban por evaporarse al cabo de unos
días— el presidente Nicolás Maduro se encuentra arrinconado, abandonado a su
inteligencia, que es lo peor que podría pasarle y al inicio de la recta final
que podría llevarle a la salida del poder.
Porque antes de hablar de la posible
repercusión de la visita de González hay que referirse a otro hecho igual o más
significativo: la cancelación de la visita de Maduro al Vaticano, con una torpe
excusa de una gripe y otitis que nadie se cree.
En realidad lo que Maduro evitó fue que
el papa Francisco le pidiera personalmente la liberación de los presos
políticos. Y aquí es donde el asunto se ha complicado verdaderamente para el
mandatario venezolano, mucho más allá de la visita de González.
En primer lugar porque enfrentarse
directamente con este papa es una acción que ni siquiera Maduro, que construye
su política con vaivenes, portazos y palabrotas se atreve a llevar a cabo.
En segundo porque las fuerzas
internacionales en juego le son totalmente adversas —al contrario de lo que
siempre le ocurrió a Hugo Chávez—, con un obispo de Roma no solo reconocido
internacionalmente incluso por los frentes de izquierda sino que cuenta con los
apoyos más diversos, desde el presidente estadounidense Barack Obama hasta el
gobernante Raúl Castro.
Con una crisis económica galopante, la
popularidad por el piso y el precio del crudo en baja y sin horizonte de
recuperación, cada día que pasa Maduro se convierte más en un problema y no en
parte de la solución.
Si Washington y La Habana han iniciado un
proceso de acercamiento, le resulta muy difícil a Caracas mantenerse encerrada
en una política que no permite un gesto de distensión.
A ello se agrega que la campaña para
ganar la opinión pública internacional de la oposición venezolana avanza con
mayor éxito que los esfuerzos de la oposición cubana —para poner un ejemplo— y
ha llegado incluso a la plaza de San Pedro, donde dos
jóvenes concejales venezolanos permanecen
en huelga de hambre.
Así que finalmente González ha logrado
aterrizar en el país sudamericano con un entorno internacional favorable.
Varios son los puntos que tiene a su
favor el político español, desde su importancia como figura relevante para la
izquierda internacional hasta la adopción de una actitud que no busca en
momento alguno la confrontación directa con el chavismo sino el desarrollo de
un diálogo nacional al que busca ayudar pero no protagonizar.
Difícil de vender el argumento de asociar
a González con la “mafia de Miami” y el “imperialismo yanqui”.
No hay que olvidar que González pretende
participar no directamente sino como en la defensa de los presos políticos
Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos, todos cercanos a la socialdemocracia,
en la que el expresidente español también milita. En realidad, lo que cuenta
aquí primordialmente es la figura de González, pero ello no implica reducir su
labor a un papel simbólico.
Lo que la presencia de González trae a
Venezuela es el ensayo de una vía hacia la cordura que pone en entredicho la
actuación de Maduro, que hasta el momento ha respondido a la defensiva.
La misión de González busca además
convencer a los presos políticos de que depongan su huelga de hambre, algo en
lo cual está empeñada la Iglesia Católica venezolana. Todo ello en medio del
proceso de enjuiciamiento a Leopoldo López, líder de la opositora Voluntad Popular
(VP); Daniel Ceballos, exalcalde de San Cristóbal, y Antonio Ledezma, alcalde
metropolitano de Caracas, quien se encuentra recluido en su casa tras una
operación de urgencia.
Los dos primeros se encuentran en huelga
de hambre desde hace 15 y 17 días, respectivamente. Otras 29 personas
permanecen en ayuno: dos prisioneros políticos, un diputado regional, cuatro
concejales y 22 estudiantes.
Durante su primer día de visita, y en
medio de una conmoción mediática, González ha logrado moverse sin más dificultades
que algunos retrasos en sus citas, pero lo más difícil está por venir, y es
cuando se celebre la próxima audiencia contra López, el martes, a la que quiere
acudir el líder socialista como asesor de la defensa. También está por verse si
podrá visitar las prisiones donde permanecen el líder de VP y Ceballos.
Todo apunta a que el oficialismo impedirá
con “actos de repudio” esta actividades.
De momento, al parecer la única táctica
que piensa emplear Maduro contra González es la repetición del esquema cubano
de lanzar las turbas a las calles. Ello unido, por supuesto, a la
imprescindible campaña en las redes sociales y lo que parece ser el principal
aporte chavista a la chusmería cubana: unir la superstición y los atavismos a
los insultos.
Además de calificativos como “escoria”,
tan conocidos por los cubanos, Maduro agregó en su cuenta de Twitter una
amenaza chamánica: “El que se mete con Venezuela se seca”.
El problema para Maduro es si esta
táctica resultará efectiva. Puede servirle para el argumento torpe de que se le
permitió la entrada al país a González, pero que frente a la “ira” del pueblo
la visita fue un fracaso. Sin embargo, tal respuesta solo contribuiría a justificar
el planteamiento de que política intransigente lleva al país al caos.
De una forma o de otra, González le ha ganado la
batalla a Maduro con su presencia en Venezuela. Lo que cabe preguntarse
entonces es por las razones que llevaron a permitir su entrada. Pero esta
respuesta se irá elaborando en los próximos días, a partir de las consecuencias
del viaje.