Veo todo los días en la calle donde vivo
a los carros tratar de subir una ladera. Unos lo hacen con rapidez, otros se
demoran y algunos no pueden. ¿Por qué quienes tienen vehículos poderosos no
ayudan a los que solo cuentan con uno incapaz de llegar de la cima?
El diálogo, más o menos en la memoria, no
está tomado de un panfleto de Podemos en España ni del discurso de un político
“liberal” en Estados Unidos. Pertenece a Mr.
Deeds Goes to Town, de Frank Capra, y lo dice Gary Cooper.
“Quien está en contra de los bancos está
en contra de Estados Unidos”, exclama irritado el banquero al joven fugitivo en
La Diligencia, de John Ford. Pero al
final el banquero resulta un truhán y el fugitivo no solo es el héroe sino
también John Wayne.
Con la llegada al poder de Ronald Reagan
en 1981, le tocó a Estados Unidos —donde el mal es endémico— sufrir una
erupción virulenta de neoliberalismo. Desde hace pocos años asistimos al final
de la racha, pero es a los pobres y a la clase media a quienes les ha tocado
rascarse.
Es lo que viene ocurriendo en EEUU y
Europa: a la hora de las ganancias hay que respetar al capital privado, pero al
llegar el momento de las pérdidas ahí está el Estado benefactor corporativo
para cargar las cuentas sobre las espaldas de los contribuyentes.
Fue precisamente a partir del gobierno de
Reagan que comenzó en este país el gusto público a la ganancia sin límites, más
allá de las preferencias partidistas, sin considerarse un vicio y elogiándose
como una virtud: sin pudor ni decencia.
Lo cierto es que si teóricamente en una
economía de mercado libre la creación de mercancías está determinada por los
precios y el consumo, en la actualidad estos mecanismos ya no son regidos por
la simple oferta y demanda sino también por la publicidad, los grupos de
intereses que influyen en los órganos de gobierno y fundamentalmente las
grandes corporaciones que en la práctica actúan como lo que son: controladores
del Estado.
La intervención del Estado, a fin de
prevenir y solucionar las crisis económicas, fue la solución propugnada por
John M. Keynes para precisamente salvar al capitalismo y evitar un estallido
social que llevara a una revolución socialista. Se aplicó con éxito aquí
durante muchos años. Luego le llegó el turno a Milton Friedman, y sus principios
fueron puestos a funcionar con mayor o menor eficacia por los gobiernos de
Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Reagan en EEUU, así como por el equipo
económico imperante durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Lo
curioso es la aureola de éxito que conservan, aunque siempre acaban en crisis.
Con la llegada de George W. Bush a la
Casa Blanca, los neoliberales volvieron al poder como los herederos perfectos
de la teoría que lo dejaba todo en manos del mercado, y se acabó con una gran
recesión y una enorme crisis financiera.
De nuevo la economía estadounidense
marcha a la cabeza del mundo, el desempleo ha disminuido sustancialmente y el
déficit se ha reducido así como la dependencia energética, pero ni la mesa ni
al bolsillo del ciudadano de a pie se han visto beneficiados como en ocasiones
anteriores, al superar el país una recesión.
Lo que vuelve a colocar sobre el tapete
las necesidades de la clase media, que se avizora como un tema fundamental de
la próxima campaña por la presidencia de este país (en dependencia, por
supuesto, de lo que ocurra en la arena internacional).
En este sentido, no solo la creación de
empleos, sino de puestos de trabajo bien remunerados y facilidades al pequeño
empresario, dominarán buena parte del debate político.
Uno de los peligros en este sentido es la
corta memoria del electorado estadounidense, abrumado entre la televisión (los
más viejos) y los mensajes de texto, Twitter y Facebook (los jóvenes).
En la actualidad el Partido Republicano se
debate entre su ala más radical y otra moderada. Los radicales quieren
simplemente implantar una especie de ley de la selva, y cuando hablan de disminuir
el papel del gobierno tras sus palabras está el afán de desmontar cualquier
mecanismo de protección y ayuda a la población, para imponer con absoluta
libertad sus proyectos de beneficio personal.
Los moderados expresan un conservadurismo
más preocupado por los problemas de la clase media y menos ortodoxo en sus postulados.
Lástima que su mejor representante sea el exgobernador de la Florida y ahora
aspirante presidencial Jeb Bush.
No es un empeño perverso en cierto
atavismo, pero cuesta trabajo diferenciar los postulados ideológicos,
económicos y políticos de los dos hermanos Bush, el ex y el pro.
Así que no es mala idea ir revisando
archivos, imágenes no tan viejas y datos bastante cercanos, para no olvidar que
hasta hace poco este país estuvo inmerso en una gran recesión. Y entonces el
presidente tenía ese apellido tan conocido: Bush.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 22 de junio de 2015.