Disidentes, activistas y legisladores
cubanoamericanos repiten a diario una contradicción que la prensa digiere y
amplifica sin criticar: hablan de fortalecer o fomentar la sociedad civil en
Cuba y al mismo tiempo se refieren a la naturaleza totalitaria del régimen,
mientras califican de “cosméticos” los cambios realizados.
Si en la isla hay un régimen totalitario
—y por una parte poco apunta a considerar que esta no es la condición nacional—,
quedan pocas esperanzas para la elaboración de dicha sociedad civil, que sería
más bien parte de la tarea de reconstrucción del país tras una transición. Así
lo indica la historia: no existía sociedad civil en la Unión Soviética (URSS) o
en la Alemania nazi.
Cuando se mira desde otro ángulo, y se
reconoce cierto cambio en la isla de un régimen totalitario a otro autoritario,
donde determinadas parcelas de autonomía —otorgadas por el gobierno o
adquiridas circunstancialmente— permiten un desarrollo propio, se hace
necesaria entonces una mayor precisión, para evitar caer en una repetición
hueca.
Bajo el mantra de sociedad civil se
cobijan los intereses y aspiraciones más diversos. Así el invocar la sociedad
civil en Cuba se ha convertido en criterio de moda o alcancía en la mano. Sin
embargo, más allá de una discusión sobre el concepto, vale la pena analizar
cuánto avanza una táctica que busca establecer ese tipo de sociedad en las
condiciones actuales cubanas, y aventurar su futuro.
El problema fundamental es que el totalitarismo
implica por naturaleza la absorción completa de la sociedad civil por el Estado.
Ha ocurrido en Cuba, donde unas llamadas “organizaciones de masas”, y los satélites
que se desprenden de ellas, por décadas se definieron con orgullo militante
como simples correas trasmisoras de las “orientaciones” del partido.
Ello no ha impedido la impudicia de que
en la actualidad reclamen un papel civilista e incluso aspiran a ser
consideradas —y financiadas desde el exterior— como organizaciones no gubernamentales
(ONG). Si bien ahora buscan venderse con sones para turistas, no dejan de ser
las mismas marionetas que cuando se crearon a imagen y semejanza de las existentes
en la URSS.
Si burdo es el régimen cubano al intentar
subirse ahora al tren de la sociedad civil, tampoco la originalidad caracteriza
al gobierno estadounidense y a quienes apoya financieramente bajo el manto de
la disidencia.
Ante todo porque el proyecto no es nuevo.
El empeño se origina en la Europa del Este —donde existía un régimen represivo
al igual que en la URSS, aunque no con igual absolutismo—, cuando los
disidentes de esos países comenzaron a hablar de las posibilidades de un
restablecimiento democrático mediante el resurgimiento de la sociedad civil.
En la práctica dicha sociedad nunca fue
establecida, no ejerció mayor incidencia en la desaparición del “socialismo
real” y los movimientos opositores tuvieron
una vida efímera, algunos un paso fulgurante por el gobierno y una vida por
delante para vivir de la nostalgia. También para fundamentar falsas esperanzas.
Largo
es el rosario que tiene el caso cubano, por intentar trasladar modelos foráneos.
En el camino de la transición se parte de la falacia de que existen constantes
en las políticas de cambio y se descuida el análisis de las circunstancias
específicas.
Por
encima de otras consideraciones, destaca el hecho de algunos de los que
reclaman el “empoderamiento de la sociedad civil” se niegan al mismo tiempo a
facilitar mayores recursos para el avance de lo que pueden ser sus factores
esenciales o al menos contribuyentes: la promoción de negocios particulares, el
refuerzo a la labor de emprendedores y otros aspectos de ayuda a una reforma
económica.
Tenemos
entonces dos visiones disímiles —y en ocasiones contradictorias— sobre una
posible sociedad civil cubana. Una enfatiza el plano político y destaca la
existencia de grupos de denuncia de abusos, que en buena medida justifican su
existencia mediante la retorica de la victimización y dependen del financiamiento
de Washington y Miami para su existencia. La otra apunta al plano económico y
ve el surgimiento de una esfera laboral independiente del gobierno como la vía
necesaria para el fundamento de una sociedad más abierta.
En
ambos casos, las limitaciones sobresalen por encima de los logros actuales.
Mientras
la promoción de la sociedad civil cubana por la disidencia no trascienda el
discurso de Miami y destaque las necesidades de la población, no solo sus
alcances sino sus propios objetivos serán en extremo limitados.
Por
otra parte, el surgimiento de un limitado sector de trabajadores privados, en una sociedad con
un grado extremo de control estatal como la cubana, no garantiza un futuro de autonomía
del gobierno, ya que persiste la dependencia, tanto para mantener el nuevo
estatus laboral adquirido como para simplemente poder caminar por las calles.
Persiste
entonces la limitante fundamental que la creación de una verdadera sociedad
civil buscaría eliminar: el mantenimiento de una doble moral, donde la
hipocresía publica constituye uno de los principales recursos del régimen para
sobrevivir.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 8 de junio de 2015.