La pregunta que se hacen muchos es cuánto
va a cambiar en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos a partir de ahora,
cuando ya se restablecieron los vínculos diplomáticos plenos. Puede que mucho o
muy poco, pero en todo caso no es una respuesta fácil.
La apertura de las respectiva embajadas
de Cuba y Estados Unidos no se limita a la ceremonia de un día, que se realizó
solamente en Washington, porque la cancillería estadounidense prefirió esperar
al 14 de agosto, con un viaje del secretario de Estado, John Kerry, para izar
su propia bandera frente al Malecón —aunque a los efectos legales ya desde el
lunes la Sección de Intereses de EEUU en Cuba se convierte en embajada—, y
tampoco al reclamo de una supuesta victoria por parte del gobierno de La Habana
o al empecinamiento republicano en detener o dilatar lo más posible la
nominación de un embajador norteamericano.
Implica el inicio de un diálogo a un
nuevo nivel, que posiblemente lleve a un cambio en determinados aspectos de la
política migratoria de ambos países a mediano plazo; un largo proceso donde el
tema de las compensaciones económicas mutuas, ya sea por las nacionalizaciones
a propiedades estadounidenses o de cubanoamericanos o la queja cubana sobre
daños cuantiosos debido a la política de embargo/bloqueo, demorará posiblemente
años; una repatriación forzosa de miles de cubanos que viven en EEUU porque
hasta ahora ha resultado imposible devolverlos a su lugar de origen; una solución
negociada a los casos de extradición de prófugos norteamericanos que desde hace
décadas viven en la isla, así como una respuesta de Washington ante pedidos
similares por parte de Cuba ante los acusados por presuntas actividades
terroristas que también desde hace décadas radican en Miami o Nueva Jersey.
Hay además dos aspectos que particularmente
interesan a La Habana. Uno es el fin o la atenuación hasta dejarla sin sentido
de la Ley Helms-Burton, que no es solo una ley sino un paraguas que engloba
legislaciones anteriores como la Ley Torricelli, con su polémico alcance
“extraterritorial”, que impide no solo a los negocios con Cuba de empresas de
EEUU sino la compra y venta de productos de otros países que contengan al menos
un diez por ciento de componentes estadounidenses o cubanos. El otro es la
eliminación por completo de las normas que impiden a los turistas
norteamericanos gastar dinero en la isla, ya que Estados Unidos realmente no
puede impedir a sus ciudadanos viajar a otros países, salvo una declaración de
guerra de por medio, pero si puede prohibirles “hacer turismo“ o gastar dinero,
lo que en la práctica es lo mismo.
Por último, como si todo lo anterior
fuera poco, queda también pendiente la devolución del terreno que ocupa la Base
Aeronaval de EEUU en Guantánamo, que Cuba reclama y fue entregada a
perpetuidad.
Así que más que la conclusión de un
primer paso en el restablecimiento de los vínculos entre dos naciones enemigas
declaradas durante 54 años, lo que se ha abierto es una caja de Pandora, que
por largos años mantendrá ocupados a los negociadores de ambos países, ello si
el proceso no se interrumpe.
Para no abrumarse ante tantos problemas,
hay realmente dos motivos de esperanza: la conclusión de un proceso que hasta
hace poco parecía imposible, por lo que tiene sentido hablar de que se ha
concluido con éxito un primer paso, y la certeza de que por primera vez desde
la llegada de Fidel Castro al poder hay una voluntad comprobada de arreglar las
diferencias entre ambas naciones.
Pero las diferencias persistirán aun por
mucho tiempo. En primer lugar porque asistimos al aparente final de una confrontación,
donde la ausencia de cañonazos por décadas no le resta un ápice de belicosidad
mutua, y en segundo debido a que ese final se logra sin vencedores y vencidos.
Así, cuando La Habana reclama una cifra
de muchos millones como indemnización por daños sufridos resulta difícil que
esta sea aceptada porque no estamos ante la derrota o la victoria tras un
conflicto. Alemania perdió dos guerras mundiales, Vietnam le ganó la guerra a
EEUU, los aliados resultaron victoriosos frente al nazismo y el fascismo,
Washington venció a Tokio. Nada de ello ha ocurrido aquí. Cuba puede reclamar
con razón que ha logrado imponer la permanencia de su gobierno, pero también
del lado contrario cabe alegar que ese gobierno cubano ya no es el mismo de la
época de Fidel Castro.
Pero sobre todo hay un factor que se
impone sobre cualquier otro. En el caso de Cuba hasta ahora no es posible el
“borrón y cuenta nueva”, quizá para las grandes corporaciones, es posible que
entre los gobiernos, pero no así para la mayoría de los cubanos, donde cada
familia tiene su pariente en el cielo o en infierno, y no siempre es el mismo
cielo o el mismo infierno.
Este artículo fue solicitado por el diario mexicano La Razón.