Me gusta Trump porque ha puesto a las
claras lo que ha sido por décadas la campaña electoral a la presidencia de
Estados Unidos, tanto para demócratas como para republicanos: un espectáculo. Esto, por supuesto, no quiere decir que
comparta sus ideas ni que lo considere un candidato perfecto —creo que ni
siquiera es un candidato imperfecto—, así como tampoco creo que se ha
atrevido a ello por coraje. Simplemente es algo natural en él. No se puede esperar otra
cosa de alguien vinculado económicamente a los negocios del juego, los
concursos de belleza, los reality shows televisivos y los bienes raíces. Si el
electorado estadounidense carece tanto de juicio como para elegirlo presidente
es otra cuestión. No lo espero, pero es capaz de entretenernos por varios
meses, sobre todo en la época veraniega, que se caracteriza por la ausencia de
noticias. Así que para los periodistas Trump es una especie de bendición en
medio del bochorno y no debemos ser mal agradecidos.
Me gusta Trump porque está haciendo
bailar al tono de su música al resto de los aspirantes a la candidatura
republicana, y eso es bueno para poner fin a tanta hipocresía. El Partido Republicano es antiinmigrante y
punto. Lo demostró en la anterior campaña presidencial y no se puede quitar esa
carga de arriba. Estamos asistiendo a igual repetición de un fenómeno de
desgaste, que obliga a los políticos republicanos a competir por ver quien
asume una actitud retrógrada más fuerte durante las primarias, para luego
intentar quitarse el sombrero y mostrarse centrista y partidario de la clase
media cuando llega la contienda nacional, bajo la asunción de una falta de
memoria de memoria de los votantes —en el mejor de los casos— o simplemente
aferrados a la creencia de quienes acuden a las urnas son estúpidos.
Me gusta Trump porque hace un alarde de
que su pensamiento político es de una simpleza aplastante, y que todo puede juzgarse
bajo la óptica del alarde del dinero: “A
Hillary Clinton le dije ‘Ven a mi boda' y vino a mi boda. No tenía elección. Yo
había donado a su fundación”, explicó Trump, quien usó este ejemplo, protagonizado
por él mismo, para probar que “el sistema está roto”. Así de simple.
Me gusta Trump porque reivindica a Ernest
Hemingway, que cuando Scott
Fitzgerald le dijo que los ricos eran diferentes se
limitó a responder: “Sí, tienen más dinero”.
Me gusta Trump porque está haciendo
visible una realidad a la que vengo refiriéndome desde hace varios años —perdón
el comercial, pero estamos hablando de la política como espectáculo—, y es que
el Partido Republicano está fracturado y su final es dividirse, escindirse
irremediablemente. Trump amenazó con presentar una candidatura independiente si
no resulta nominado por dicho partido para ser el candidato.
Me gusta Trump porque a las claras
demuestra, con su popularidad en las encuestas, que los republicanos son en
buena medida homofóbicos, detestan a las lesbianas y no solo simplemente
rechazan el matrimonio homosexual sino son profundamente machistas, lo que
además servirá para que pierdan muchos votantes. Cuando la moderadora de Fox
News, Megyn Kelly, le preguntó por sus comentarios irrespetuosos hacia algunas
mujeres, a las que ha llamado “cerdas gordas, perras, guarras y animales
desagradables”, Trump respondió con un escueto “solo a Rosie O'Donnell”.
Me gusta Trump porque ha limitado el
debate republicano al tema de inmigración, que es un tema de desgaste para
dicho partido, y está encerrándolo en un escenario tipo western de los años
cuarenta: los mexicanos como peones o bandidos como único papel disponible. O
simplemente elevando a nivel de campaña presidencial aquel enunciado de Jorge
Luis Borges al referirse al número de muertes que achacar a Billy The Kid: “sin
contar mexicanos”.
Me gusta Trump, en fin, porque si logra
la candidatura republicana para la presidencia será una derrota total en las
urnas, Y eso me hace feliz.