Me preocupa el silencio de los
psicoanalistas estadounidenses. No entiendo ese cruzarse de brazos de los
psiquiatras. Donald Trump amenaza con dejarlos a todos sin pacientes, o lo que
es peor: poner a los enfermos al mando del sanatorio.
Aunque no estamos ante un alucinado que
aspira a convertirse en candidato presidencial, sino frente a un embaucador que
se aprovecha de las frustraciones ajenas, un explotador de las emociones de
otros. Y ello es mucho más peligroso.
Alguien puede pensar que dedicarle dos
artículos seguidos a un político indica una fijación en su contra, pero hay una
diferencia clave entre uno y otro texto: el primero se escribió antes de que se
hiciera pública su propuesta migratoria.
Hay un hecho fundamental, que a la hora
de enfrentar a Trump los otros aspirantes a la nominación republicana aún se
niegan a reconocer. Este país no está en crisis, ni económica, ni política ni social.
Estados Unidos hoy no es la Alemania de 1933. Existen diferencias raciales,
discriminación y diversas formas de odio. Sin embargo, no hay arraigada una
xenofobia que dé paso al crimen, generalizado en toda la nación. Pero
precisamente a dar aliento a esos sentimientos es a lo que está contribuyendo
Trump.
Lo que existe es un estancamiento en las
leyes, creado por los republicanos, que se refleja en el obstruccionismo que
han ejercido en el proceso legislativo, tanto cuando eran minoría como al
lograr la mayoría en el Congreso. Ello ha llevado a la percepción de que en
Washington nada funciona y nada se logra.
De ello no hay mejor ejemplo que la
imposibilidad de sacar adelante una reforma migratoria. Una ley que no habría
dejado el asunto en el limbo para provecho de Mr. Trump, que más que aspirar a
la presidencia busca establecer una dictadura.
Cuando se produce un estancamiento, es
lógico que surja un candidato populista. Aquí se tiende a asociar al populismo con
la izquierda, debido al ejemplo latinoamericano. Pero basta mirar a Europa para
recordar que también hay un populismo de derecha y de ultraderecha.
La propuesta de Trump para combatir lo
que él considera un grave problema migratorio sólo puede llevarse a cabo mediante
la fuerza.
Un plan que no busca exclusivamente redactar
nuevas leyes y medidas, y expulsar a millones, sino también cambiar la
Constitución: modificar la Enmienda 14 para revocar la “ciudadanía por
nacimiento”, otorgada sin importar el estatus migratorio de los padres.
Lo peor es que hay otros políticos
republicanos que no solo comparten la idea, sino que incluso reclaman que a
ellos se les ocurrió antes.
En noviembre de 1938 Alemania conoció la “Noche
de los Cristales Rotos”. Millones fueron privados de su nacionalidad y
expulsados del país. Puede pensarse que es un ejemplo exagerado, lejano en el
tiempo y la geografía. No es así.
En República Dominicana una disposición
constitucional del 2010 considera que la ciudadanía radica en la sangre y no en
el lugar de nacimiento. Millones de haitianos, residentes por décadas en el
país, han sido declarados “visitantes de paso”. No importa si sus orígenes se
remontan a una fecha tan lejana como 1929. Tienen que inscribirse como
extranjeros los que nacieron en ese pedazo de isla caribeña, de padres
haitianos con un status inmigratorio irregular.
Así que cuando Donald Trump habla de restablecer
la “grandeza americana” no está pensando en ese pasado idílico, con el que
pueden estar soñando algunos de sus simpatizantes, sino intentando crear un
panorama mucho más tétrico, y ajeno por completo a la tradición y la historia
estadounidense.
Lo que hace más alucinante esa propuesta
no se limita a lo disparatado de las “soluciones” sino es también irreal en sus
premisas: ¿dónde está la crisis migratoria y de protección de fronteras?
Los indocumentados se han reducido en cerca
de un millón durante los últimos años, según el Pew Research Center. La
seguridad fronteriza es la mejor en mucho tiempo. Los cruces ilegales en la
frontera con México están en su nivel más bajo en dos décadas, de acuerdo a un
análisis de The Washington Post. Este
gobierno es el que más inmigrantes ilegales ha deportado.
Por supuesto que cifras y hechos no
sirven para curar los trastornos emocionales. Trump apela a convencer no con
datos sino con exabruptos, y hay quien se divierte con ellos o se identifica
con los mismos. El peligro no sólo radica en sus aspiraciones presidenciales,
sino en que la notoriedad de su campaña puede alentar los sentimientos en
contra de los latinos o los extranjeros en general, y desembocar en delitos de
odio.
El sueño de la razón produce monstruos,
pero más aún los crea la sinrazón. Para comprender a Trump y a los que votan
por él no hay que leer tratados políticos, sino contemplar los grabados de Goya. Y recordar
que para destruir a un país poco vale haber nacido en él. En fin de cuentas,
Hitler no era alemán, pero quienes lo apoyaron sí.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 24 de agosto de 2015.