Se acaban de cumplir dos años del
fallecimiento de Oscar Espinosa Chepe, y el esfuerzo por construir un futuro
mejor para Cuba, sin mezquindades, odios y venganzas, no ha perdido vigencia.
Aunque los resultados continúan igual de distantes que en los tiempos en que el
economista y disidente publicaba sus trabajos en diversos medios de prensa,
entre ellos este periódico.
Por esa labor Chepe fue a la cárcel en
Cuba, durante la ola represiva del 2003, conocida como “Primavera Negra”, que
llevó al arresto de 75 opositores pacíficos y desencadenó el movimiento de las
Damas de Blanco.
Nadie pudo acusarlo nunca de terrorista.
No existió jamás la más mínima sospecha de que al periodista independiente le
pasara por la cabeza poner una bomba. Imposible que se alzara una voz para decir
que era un fanático peligroso. Sin embargo, fue condenado a 20 años de prisión
(después de pasarse 19 meses en la cárcel, fue liberado debido a su pobre
estado de salud).
La enormidad de la condena, la ausencia
de delito, la injusticia en fin, no lograron que Chepe escribiera o pronunciara
una palabra de odio.
Dos cualidades, entre otras, siempre
destacaron en sus escritos. El difícil equilibrio que le permitía presentar un
artículo o un análisis balanceado, pero donde al mismo tiempo dejaba claro su
punto de vista, fue una.
La otra fue el uso de los datos suministrados
por el gobierno cubano —apoyados por otros de organismos internacionales— para
sustentar sus análisis.
Nunca cedió al socorrido recurso de que
toda la información procedente de la isla es falsa. Un argumento en que puede
haber cierta verdad pero también que lleva a un negativismo fácil y
complaciente con ciertos sectores del exilio.
No es que Chepe creyera todo lo que decía
el régimen, más bien lo contrario. Pero sabía qué cuestionarse y cómo. En este
sentido, él y el profesor Carmelo Mesa Lago han sentado cátedra, y logrado
sacar información valiosa donde otros se negaban a mirar.
Esa labor equilibrada y realista —de
denuncia firme pero no altisonante—, frente a la irracionalidad que caracteriza
a la situación cubana desde 1959, fue causa para que se le castigara con abuso
y saña.
Hay un despotismo esencial en el régimen
de La Habana —por años simbolizado en la figura de Fidel Castro, pero que se
extiende a todos sus componentes— que imprime siempre su sello en desafío a
toda explicación lógica.
Es lo que podría resumirse un poco
melodramáticamente cuando se señala el carácter profundamente malsano del
proceso.
Miriam Leiva, activista, periodista
independiente y viuda de Chepe, acaba de sufrir —una vez más— ese actuar
prepotente, donde lo permitido y prohibido se determina a partir del
mantenimiento de un poder férreo y obsoleto, que en buena medida se sustenta en
la represión y el aniquilamiento de las individualidades.
Según ha contado ella misma, Leiva fue
detenida por varias horas en dos ocasiones en que se dirigía a saludar al Papa
Francisco, tras ser invitada en ambos casos por la Nunciatura Apostólica en La
Habana. Algo similar le ocurrió a la disidente Martha Beatriz Roque.
¿Por qué el régimen persiste en tales
alardes de torpeza represiva? ¿Qué daño a su poder significan estas dos
mujeres, que incluso en el caso se Leiva se ha mostrado partidaria del
acercamiento entre Obama y Castro?
Nada y mucho. Una de las puertas que Raúl Castro mantiene cerrada, más allá de las maniobras diplomáticas, es la que daría entrada a la sensatez. Un déspota puede temer a muchas o pocas cosas, pero la razón es siempre una de ellas.
Nada y mucho. Una de las puertas que Raúl Castro mantiene cerrada, más allá de las maniobras diplomáticas, es la que daría entrada a la sensatez. Un déspota puede temer a muchas o pocas cosas, pero la razón es siempre una de ellas.