La victoria de Jeremy Corbyn como líder
del laborismo británico vuelve a colocar en el tapete las dos caras de la
izquierda europea. Por una parte el debate sobre si continuar el rumbo de
acercamiento al rumbo, que en los últimos tiempos de crisis ha llevado a la
social democracia a perder parte de sus votantes tradicionales. Corbyn sería la
respuesta, al menos en el Reino Unidos. de un giro a la izquierda.
Pero al mismo tiempo ese giro a la
izquierda refuerza otra posición caracterizada por el inmovilismo y la
incapacidad de reconocer una dictadura o la falta de libertades políticas
cuando se trata de regímenes supuestamente “revolucionarios”, y que en la
actualidad lo que representan es a la reacción. Son, por supuesto, los casos
del chavismo y el castrismo.
Así Corbyn, que abogó —inútilmente y dentro de sus limitados medios como diputado de un pequeño municipio británico— para que el fallecido exdictador chileno Augusto Pinochet fuera juzgado en Inglaterra siempre se ha mostrado partidario de Hugo Chávez, Fidel Castro y los ahora gobernantes de Venezuela y Cuba. Esta dualidad al llevar a cabo una valoración, en que solo importa el aspecto político, mancha la trayectoria de cualquier aspirante al poder en Europa, por muy defensor de los desfavorecidos que se suponga sea.
Así Corbyn, que abogó —inútilmente y dentro de sus limitados medios como diputado de un pequeño municipio británico— para que el fallecido exdictador chileno Augusto Pinochet fuera juzgado en Inglaterra siempre se ha mostrado partidario de Hugo Chávez, Fidel Castro y los ahora gobernantes de Venezuela y Cuba. Esta dualidad al llevar a cabo una valoración, en que solo importa el aspecto político, mancha la trayectoria de cualquier aspirante al poder en Europa, por muy defensor de los desfavorecidos que se suponga sea.