El verano se acerca a su fin, y esto
tiene que ver no solo con la temporada de vacaciones sino con la categoría de
las noticias. A falta de mayores ataques de tiburones en las playas, Trump ha
llenado un vacío no necesario sino circunstancial.
Hay ciertos aspectos que deberían ser
obvios en un país donde el ejercicio democrático en las urnas es casi pan
diario, pero que cada vez resultan más oscurecidos por la tendencia de
convertir las elecciones en espectáculo.
Si bien las campañas son en buena medida shows,
la elección en sí misma —el momento en que el elector decide en las urnas— no
lo es. De lo contrario habría que afirmar que el sistema democrático no
funciona, y afortunadamente no es así. Tiene fallas, pero funciona.
Así que al emitir su voto, millones de
estadounidenses deciden de acuerdo a sus verdaderos problemas. Pueden tomar
decisiones equivocadas en cualquier momento, pero cuando se analiza el proceso
en su totalidad se reafirma su eficiencia.
Malo para Trump, porque el problema
principal de los ciudadanos de este país no lo constituyen los mexicanos sin
documentos, sino el estancamiento de la clase media. Lo menos que puede decirse
del aspirante republicano es que su campaña está desenfocada y que si llegara a
una verdadera confrontación nacional se haría pedazos.
¿Por qué entonces encuesta tras encuesta
lo sitúa por encima de sus contendientes y ocupa titulares en la prensa? La
respuesta a la segunda pregunta puede resumirse en un nombre: Miley Cyrus. A diferencia
de Cyrus, Trump no es extravagante en su imagen —del cuello para abajo— sino en
sus palabras, pero igualmente busca el mismo efecto: pavonearse y llamar la
atención.
La segunda respuesta, la que tiene que
ver con la popularidad en las encuestas, se relaciona también con la prensa,
que por lo general omite el tedioso ejercicio de explicar que en general dichos
sondeos no son determinantes, ni con vista a la verdadera contienda electoral —que
toma fuerza a partir de la nominación de ambos candidatos— ni en la medición de
tendencias respecto al electorado nacional.
Basta con darse una vuelta por el Parque
del Dominó en Miami para reconocer que lo que hace Trump es limitarse a mover
fichas, que ni siquiera sabe “botar las gordas”.
Quienes responden en esos sondeos que
prefieren a Trump como candidato tienen todo su derecho a hacerlo, pero no son
una muestra representativa dentro la población electoral del país.
A ello hay que agregar que buena parte de
dichas encuestas están realizando una medición de simpatías sobre los aspirantes
de un solo partido, además del hecho de que en muchos de ellas se recogen
opiniones de quienes ni siquiera se identifican como votantes habituales. Pueden
reflejar irritación pero no práctica cívica. No es lo mismo decir que me gusta
el chocolate que ir a la tienda a comprarlo.
A lo anterior hay que añadir también que
dichas encuestas son un elemento de una influencia relativa dentro del proceso
electoral; que no son el aspecto más determinante y que sirven para llenar
titulares pero no mucho más. Estas encuestas despiertan atención y generan especulaciones,
pero no son el factor de mayor peso en las primeras etapas de una campaña
presidencial. Las verdaderas encuestas importantes son los sondeos internos que
se llevan a cabo, tanto por los partidos como por los otros aspirantes o
candidatos, y esas no salen siempre a la luz pública.
Hay que esperar hasta una fecha más
cercana al inicio de las primarias, y ver si se producen anuncios de campaña de
otros aspirantes atacando directamente a Trump, y con cuánta intensidad se
realicen esos anuncios, para saber si se le toma en cuenta como un rival serio.
Dos cuestiones son claves en cualquier
proceso electoral estadounidense. Los apoyos de figuras predominantes dentro
del partido y el dinero para realizar la campaña.
De acuerdo a ambas, el próximo candidato
presidencial republicano será Jeb Bush. Olvídese de los dígitos que actualmente
marca Trump por encima de Bush. El exgobernador de Florida lleva la delantera.
Considere el factor dinero, que es más
importante que cualquier encuesta preliminar. En ese sentido Bush encabeza la
contienda con una ventaja considerable. De acuerdo a los informes a la Comisión
Federal de Elecciones, hasta el 31 de julio la recaudación a favor de Bush
alcanzaba los $120 millones (de ellos y sin desglosar gastos $11.4 millones
reunidos por el candidato y $108.5 millones debido a los Super PAC y otros
grupos), muy por encima de su supuesta contendiente demócrata Hillary Clinton,
que contaba con $67.8 millones, y que Trump, con apenas $1.9 millones.
Pero lo más notable es que ese dinero de
Trump era debido solo a él como aspirante, y que no contaba con grupo de apoyo
alguno.
Así que si el urbanista quiere dar un
paso más allá en su empeño político, tiene que estar dispuesto a arruinarse. De
lo contrario, su estridencia no pasará de una nube de verano, sin aguacero.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 7 de septiembre de 2015.