domingo, 18 de octubre de 2015

El disparate en campaña


Para Max Weber el sentido de la proporción es una de las cualidades indispensables de un político. Aunque en la actualidad asistimos a un derroche de declaraciones sin pies ni cabeza, por parte de un grupo de aspirantes a la nominación presidencial republicana, que compiten por llegar a dominar los destinos de este país mediante el ascenso a saltos por la escalera del absurdo.
Olvídese por un momento de Donald Trump. Ben Carson afirmó en una entrevista reciente que si el pueblo alemán hubiera estado armado dentro de sus casas, las posibilidades de que Hitler alcanzara sus objetivos habrían disminuido notablemente. ¿Es que Carson no tiene la más mínima idea de lo que significó el nazismo: las condiciones imperantes para su surgimiento, su apoyo inicial por buena parte de la población y el poder de su maquinaria represiva y bélica? O lo que parece más probable, que simplemente se está agarrando de un ejemplo histórico asociado al mal para tergiversarlo y hacer campaña en favor de la tenencia de las armas de fuego y propaganda (¿gratuita?) a la Asociación Nacional del Rifle.
El ejemplo ilustra el asalto al que a diario nos someten políticos y analistas ultraderechistas, empeñados en repetirnos que “el cielo se está cayendo”, para que le entreguemos el poder y luego no dejar títere con cabeza sobre la tierra.
Por su parte Trump ―no hay que olvidarse de él por mucho rato― afirma que el senador Bernie Sanders debería ser llamado “socialista-comunista”, sin detenerse en la diferencia o incluso la contradicción en los términos. El legislador que aspira a la nominación presidencial demócrata se inclina por un punto de vista político que en Europa cae dentro del  socialismo, el laborismo y la social-democracia, y que en ningún momento guarda relación alguna con una posición “comunista”. Pero también Trump lo que busca es meter miedo y advertir sobre la caída del cielo.
Desde hace años una partida de fanáticos intentan apropiarse del Partido Republicano. Lo han logrado en parte. Todo comenzó con un desplazamiento geográfico pero en realidad ideológico. El ala sureña del partido desplazó a los del norte, que lo habían guiado por años. Pero la llegada a la presidencia de Barack Obama puso de cabeza lo que hasta entonces se consideraba un cambio acorde a las circunstancias del momento.
La respuesta no fue una rectificación de rumbo sino empeñarse en el error. Los triunfos parciales durante las elecciones legislativas parecieron confirmar en un sector republicano que el extremismo ideológico es la carta de triunfo en las urnas.
El cambio en el Partido Republicano, de un conservadurismo pragmático norteño a un fundamentalismo rural sureño, ha sido a la vez causa y consecuencia de una polarización ideológica en un sector electoral que se define mejor por sus intereses parroquiales que nacionales. No es extraño que dicho cambio se concretara en una redefinición de distritos y como resultado en la llegada a la Cámara de Representantes de políticos que se aferran a posiciones ideológicas extremas y rechazan el compromiso, que pueden complacer a un número limitado de electores, pero se aparta del espíritu moderado y centrista de la ciudadanía en su dimensión nacional.
Una mirada tenue de lo que podría ocurrir el próximo año la tuvimos durante el primer debate demócrata, donde más allá de las naturales diferencias, la discusión se centró en los temas que realmente preocupan a los electores. Por supuesto que Trump se apresuró a catalogar dicho debate de “aburrido”. Claro que para él son más entretenidos el circo en que unos cuantos niños malcriados compiten por la rabieta mayor, o simplemente las peleas de perros.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 19 de octubre de 2015.

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