Si de algo sirvió el tercer debate
republicano, celebrado en la Universidad de Boulder, Colorado, fue para mostrar
lo incómodos —e incluso agresivos— que se sienten los aspirantes presidenciales
con la prensa estadounidense. No deja de ser una queja conocida, y en muchos
casos falsa, pero que en la noche del miércoles se hizo evidente una vez más.
Conocida porque desde hace muchas décadas
se repite el lamento y rechazo hacia la llamada “prensa liberal”; falsa porque
dicha prensa en muchos casos responde a grandes consorcios y juntas de
accionistas que no tienen nada de “liberales”, fenómeno que se ha ido
agudizando con los años, aunque por otra parte es cierto que en este país sí
hay periodistas —en muchos casos buenos periodistas— a los que dicho
calificativo les aplica y no les preocupa.
Pero esta noche del 28 de octubre fue
algo especial. El senador Ted Cruz comenzó su primera respuesta no refiriéndose
al tema sino enunciando una especie de rosario de todas las preguntas
anteriores y dedicando su tiempo a atacar al moderador del programa. La
impresión es que si Cruz llegara a ser presidente de Estados Unidos —algo
bastante improbable en los próximos cuatro años—, su relación con la prensa
sería similar a la del presidente ecuatoriano Rafael Correa.
Lo que más llama la atención es que el
tiempo dedicado por los aspirantes a dichos ataques contra prensa y periodistas
mostró una clara confusión en los políticos —o en algunos casos aficionados a
la política, ejercicio del que no pasan algunos de los postulados— entre lo que
es propaganda y noticia, dar a conocer su plataforma y exponerse al escrutinio
público, responder con consignas, mitos y frases hechas y arriesgarse a ser
rebatidos. Curioso que quienes en todo momento se mostraron partidarios de la
reducción del gobierno —y por supuesto con ello del poder del Estado—
reaccionaran así ante la posibilidad de que sus palabras fueran cuestionadas o
refutadas con datos.
Este tercer debate sirvió para que conocer
algo al menos de las ideas o los planes económicos de los aspirantes
presidenciales republicanos, más allá del circo que hasta el momento había
caracterizado tanto sus campañas como los dos debates anteriores.
Poco pudo avanzarse en dicho conocimiento
tras la conclusión del evento, más allá del concurrido y esperado ataque a
Hillary Clinton; el típico lo que yo hice bueno y lo que voy a hacer mejor, que
define los discursos de cualquier ideología; un poco de táctica de meter miedo,
por aquí y por allá, y el mantra de que el mejor gobierno es el menor gobierno:
esa invocación casi sagrada a Ronald Reagan.
Por lo demás no hubo sorpresa. Los
políticos con experiencia mostraron que no van más allá de lo que han hecho
siempre, lo que los anula como candidatos del cambio, y los que han entrado en
la contienda como outsiders una vez
más dejaron en claro que ellos no tienen la más remota idea de lo que es
gobernar un país. Para alguien que no estuviera al tanto de las encuestas en
los últimos meses, la presencia de Donald Trump y Ben Carson podría
significarle que se equivocó de canal, y en lugar del debate presidencial estaba más bien presenciando un programa cómico (malo).
Si a primera vista hay que señalar
ganadores y perdedores, el senador Marco Rubio estaría entre los primeros y el
exgobernador Jeb Bush entre los segundos. Bush no solo fue incapaz de lograr el
impulso que con tanta premura necesita su campaña sino que realmente lució mal:
aprovechar una pregunta a Rubio para criticarlo por no haber renunciado al
Senado dio la impresión de un ataque desesperado y mostró un rencor que puede
estar más o menos justificado pero que a la larga resultó contraproducente. La
respuesta del senador fue clara, algo no común en un político que articula muy
bien su discurso pero que en muchas ocasiones no trasciende los lugares comunes
(las referencias a su padre cantinero, su madre camarera, el sueño americano,
el mito de la familia exiliada). Por su parte, al parecer Carly Fiorina cree
que la capacidad de memoria del televidente no supera el minuto y medio, porque
una y otra vez volvió a decir lo mismo: en el mismo orden, con las mismas
palabras.
Si toma en consideración que Chris
Christie, Rand Paul, Mike Huckabee y Cruz no tienen mayores posibilidades de
ganar una elección, el Partido Republicano se enfrenta a una disyuntiva
reducida: John Kasich y Rubio. La pregunta entonces sería: ¿cuál de los dos de
vice?