¿Tienen
posibilidades los planes y las ideas de izquierda en la época actual en Estados
Unidos? Sí, de acuerdo al debate de los aspirantes a la candidatura
presidencial demócrata trasmitido por la cadena CNN.
De Wall Street y
el capital financiero a los grandes culpables de la contaminación ambiental no
quedó títere con cabeza entre los contendientes, que a veces daba la impresión
de competir por el derecho de situarse más a la izquierda.
Salario mínimo,
el derecho a elegir, permisos labores de maternidad, mayores impuestos para los
ricos, la negociación diplomática de los conflictos internacionales, el rechazo
a imponer la preponderancia bélica de Estados Unidos al resto del mundo, la
división entre bancos comerciales y de inversiones, la reforma del sistema
penal (incluso para algunos de los participantes la despenalización del consumo
de marihuana).
La agenda fue
extensa: un rosario completo de capítulos sociales acompañado de enfoques que
fueron del progresismo al socialismo democrático. Aunque no faltaron las
variaciones sobre un mismo tema ―Sanders a la cabeza de una visión izquierdista
tradicional a la que volvió una y otra vez―, ninguno se quedó sin recitar lo
que había hecho o aspiraba hacer en favor de las causas liberales.
Esta definición,
clara y precisa de la tendencia en la campaña inicial demócrata, junto al fuego
nutrido contra los republicanos, fue la característica primordial de un debate
que se caracterizó por el tono civilizado y del que Hillary Clinton salió como
vencedora indiscutible.
Por muy a favor
que uno esté con los puntos de vista del senador Bernie Sanders, no hay que
pensar ni por un segundo que puede llegar a la presidencia de este país, y lo
que es más importante: alegrase de que así ocurra pese a las simpatías.
Hubo un momento
digno de elogio en que Sanders rompió los patrones tradicionales del
comportamiento político y se unió a la exsecretaria de Estado en un apoyo poco
usual entre contrincantes, al declarar que también él estaba harto de oír
hablar del tema de los famosos emailes, cuyas investigaciones por un comité
senatorial a estas alturas se limitaban al clásico rejuego republicano para hacer
descender en las encuestas a la demócratas (un truco que por lo demás ha sido
ampliamente empleado por ambos partidos en diversas ocasiones). Pero poco más
que llamara la atención durante hora y media. Aunque la falta de excitación no
debe confundirse con la ausencia de entusiasmo. Daba la impresión de estar
frente a un espectáculo en otra América, un país diferente al que nos presentan
a diario los medios de prensa y entretenimiento.
El debate ―sobre
el cual no existían muchas esperanzas de que resultaría un evento
extraordinario― sirvió fundamentalmente para dos cosas: demostrar que Clinton
es la candidata única, y que lo demás no pasa de un temporal entretenimiento
propio del juego democrático en este país, y mostrarle al Partido Republicano
que lo que hay que hacer es discutir los temas o aspectos sobre los cuales va a
girar la elección presidencial de próximo año. Si los republicanos continúan
aferrados al circo de Trump por mucho tiempo, se enfrentan a un serio problema
de campaña.