martes, 13 de octubre de 2015

La izquierda al debate


¿Tienen posibilidades los planes y las ideas de izquierda en la época actual en Estados Unidos? Sí, de acuerdo al debate de los aspirantes a la candidatura presidencial demócrata trasmitido por la cadena CNN.
De Wall Street y el capital financiero a los grandes culpables de la contaminación ambiental no quedó títere con cabeza entre los contendientes, que a veces daba la impresión de competir por el derecho de situarse más a la izquierda.
Salario mínimo, el derecho a elegir, permisos labores de maternidad, mayores impuestos para los ricos, la negociación diplomática de los conflictos internacionales, el rechazo a imponer la preponderancia bélica de Estados Unidos al resto del mundo, la división entre bancos comerciales y de inversiones, la reforma del sistema penal (incluso para algunos de los participantes la despenalización del consumo de marihuana).
La agenda fue extensa: un rosario completo de capítulos sociales acompañado de enfoques que fueron del progresismo al socialismo democrático. Aunque no faltaron las variaciones sobre un mismo tema ―Sanders a la cabeza de una visión izquierdista tradicional a la que volvió una y otra vez―, ninguno se quedó sin recitar lo que había hecho o aspiraba hacer en favor de las causas liberales.
Esta definición, clara y precisa de la tendencia en la campaña inicial demócrata, junto al fuego nutrido contra los republicanos, fue la característica primordial de un debate que se caracterizó por el tono civilizado y del que Hillary Clinton salió como vencedora indiscutible.
Por muy a favor que uno esté con los puntos de vista del senador Bernie Sanders, no hay que pensar ni por un segundo que puede llegar a la presidencia de este país, y lo que es más importante: alegrase de que así ocurra pese a las simpatías.
Hubo un momento digno de elogio en que Sanders rompió los patrones tradicionales del comportamiento político y se unió a la exsecretaria de Estado en un apoyo poco usual entre contrincantes, al declarar que también él estaba harto de oír hablar del tema de los famosos emailes, cuyas investigaciones por un comité senatorial a estas alturas se limitaban al clásico rejuego republicano para hacer descender en las encuestas a la demócratas (un truco que por lo demás ha sido ampliamente empleado por ambos partidos en diversas ocasiones). Pero poco más que llamara la atención durante hora y media. Aunque la falta de excitación no debe confundirse con la ausencia de entusiasmo. Daba la impresión de estar frente a un espectáculo en otra América, un país diferente al que nos presentan a diario los medios de prensa y entretenimiento.
El debate ―sobre el cual no existían muchas esperanzas de que resultaría un evento extraordinario― sirvió fundamentalmente para dos cosas: demostrar que Clinton es la candidata única, y que lo demás no pasa de un temporal entretenimiento propio del juego democrático en este país, y mostrarle al Partido Republicano que lo que hay que hacer es discutir los temas o aspectos sobre los cuales va a girar la elección presidencial de próximo año. Si los republicanos continúan aferrados al circo de Trump por mucho tiempo, se enfrentan a un serio problema de campaña.

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