El tercer debate republicano dejó a las
claras no solo lo incómodos que se sienten la mayoría de los aspirantes
presidenciales de ese partido con buena parte de la prensa estadounidense, sino
que esa aparente mala relación es a la vez excusa y reclamo que de ahora en
adelante incorporarán a su campaña.
No ha sido necesario mucho tiempo para
que ello ocurra. Al día siguiente del evento el presidente del Comité Nacional
del partido, Reince Priebus, indicó que consideraba que la CNBC “debería
avergonzarse“ por la manera en que se condujo. Así que la “actitud Trump”, esa
que desde el primer debate llevó al aspirante a una protesta por lo que él
consideraba un trato inadecuado recibido de los entrevistadores—en este caso
miembros de la conservadora y republicana cadena Fox— amenaza con
generalizarse.
En el debate del miércoles pasado el
asunto surgió casi de inmediato. Fue el senador Marco Rubio quien se lanzó al
ataque contra el mensajero, para eludir el mensaje.
Ante la pregunta de su opinión sobre un
editorial del Sun Sentinel, que le
reprochaba su ausencia de las votaciones del Senado y solicitaba una definición
necesaria —o renuncia al Congreso o hace la labor por la que le pagan— Rubio se
limitó a declarar su rechazo hacia la
llamada “prensa liberal”.
Un reclamo así rinde siempre ganancias
ante cierto número de electores y es al mismo tiempo conocido y en buena medida
falso.
La falsedad radica en esa invocación que
tiende a colocar a toda la prensa bajo un mismo manto y a los conservadores
como pobres infelices, ovejas perseguidas por el lobo feroz del periodista
“liberal”.
La respuesta del senador Rubio fue un
ejemplo de lo anterior. El legislador acudió a una táctica vieja pero efectiva:
“yo sí, pero ellos también”. Pese a lo
infantil del recurso —“Maestra, Pepito también lo hizo”— siempre ayuda.
Rubio se limitó a mencionar otros
senadores, demócratas y republicanos, que se habían comportado igual, y como
recurso para ganarse la audiencia y habilidad política resultó efectivo.
Olvidado y sin responder quedó un hecho.
Marco Rubio es un senador con un récord: la mayor cifra de ausencias a las
votaciones del Congreso este año.
Sin embargo, a los efectos del
espectáculo —lo que es en buena medida cualquier campaña electoral en este país—
mayor importancia tuvo que todo terminara en un áspero encontronazo entre Rubio
y el exgobernador Jeb Bush (en el que, por cierto, salió mejor parado).
Aunque el protagonismo contra la prensa
“liberal“ se lo llevó el senador Ted Cruz, quien en lugar de contestar la
primera pregunta dirigida a él específicamente, se lanzó al asalto de los
moderadores.
Lo que más llama la atención es que el
tiempo dedicado por los aspirantes a esa ofensiva contra la prensa mostró una
clara confusión en los políticos —o en algunos casos aficionados a la política,
ejercicio del que no pasan algunos de los postulados— entre lo que es
propaganda y noticia; dar a conocer su plataforma y exponerse al escrutinio
público; responder con consignas, mitos y frases hechas y arriesgarse a ser
rebatidos.
Malo para la democracia que quienes
aspiran a dirigir este país reaccionen así cuando sus palabras son cuestionadas
o refutadas con datos.
No fue un debate perfecto desde el punto
de vista periodístico. Por momentos el tono de los entrevistadores cruzó la
línea para bordear la agresividad y lo inquisitivo se tradujo en descortesía.
Pero fue el mejor de los tres celebrados hasta ahora. El enfrentamiento valió la
pena, para conocer mejor a quienes intentan gobernarnos ¿y callarnos?
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparecerá en la edición del lunes 2 de noviembre de 2015.