viernes, 30 de octubre de 2015

Los candidatos republicanos, la prensa y el silencio


El tercer debate republicano dejó a las claras no solo lo incómodos que se sienten la mayoría de los aspirantes presidenciales de ese partido con buena parte de la prensa estadounidense, sino que esa aparente mala relación es a la vez excusa y reclamo que de ahora en adelante incorporarán a su campaña.
No ha sido necesario mucho tiempo para que ello ocurra. Al día siguiente del evento el presidente del Comité Nacional del partido, Reince Priebus, indicó que consideraba que la CNBC “debería avergonzarse“ por la manera en que se condujo. Así que la “actitud Trump”, esa que desde el primer debate llevó al aspirante a una protesta por lo que él consideraba un trato inadecuado recibido de los entrevistadores—en este caso miembros de la conservadora y republicana cadena Fox— amenaza con generalizarse.
En el debate del miércoles pasado el asunto surgió casi de inmediato. Fue el senador Marco Rubio quien se lanzó al ataque contra el mensajero, para eludir el mensaje.
Ante la pregunta de su opinión sobre un editorial del Sun Sentinel, que le reprochaba su ausencia de las votaciones del Senado y solicitaba una definición necesaria —o renuncia al Congreso o hace la labor por la que le pagan— Rubio se limitó a declarar  su rechazo hacia la llamada “prensa liberal”.
Un reclamo así rinde siempre ganancias ante cierto número de electores y es al mismo tiempo conocido y en buena medida falso.
La falsedad radica en esa invocación que tiende a colocar a toda la prensa bajo un mismo manto y a los conservadores como pobres infelices, ovejas perseguidas por el lobo feroz del periodista “liberal”.
La respuesta del senador Rubio fue un ejemplo de lo anterior. El legislador acudió a una táctica vieja pero efectiva: “yo  sí, pero ellos también”. Pese a lo infantil del recurso —“Maestra, Pepito también lo hizo”— siempre ayuda.
Rubio se limitó a mencionar otros senadores, demócratas y republicanos, que se habían comportado igual, y como recurso para ganarse la audiencia y habilidad política resultó efectivo.
Olvidado y sin responder quedó un hecho. Marco Rubio es un senador con un récord: la mayor cifra de ausencias a las votaciones del Congreso este año.
Sin embargo, a los efectos del espectáculo —lo que es en buena medida cualquier campaña electoral en este país— mayor importancia tuvo que todo terminara en un áspero encontronazo entre Rubio y el exgobernador Jeb Bush (en el que, por cierto, salió mejor parado).
Aunque el protagonismo contra la prensa “liberal“ se lo llevó el senador Ted Cruz, quien en lugar de contestar la primera pregunta dirigida a él específicamente, se lanzó al asalto de los moderadores.
Lo que más llama la atención es que el tiempo dedicado por los aspirantes a esa ofensiva contra la prensa mostró una clara confusión en los políticos —o en algunos casos aficionados a la política, ejercicio del que no pasan algunos de los postulados— entre lo que es propaganda y noticia; dar a conocer su plataforma y exponerse al escrutinio público; responder con consignas, mitos y frases hechas y arriesgarse a ser rebatidos.
Malo para la democracia que quienes aspiran a dirigir este país reaccionen así cuando sus palabras son cuestionadas o refutadas con datos.

No fue un debate perfecto desde el punto de vista periodístico. Por momentos el tono de los entrevistadores cruzó la línea para bordear la agresividad y lo inquisitivo se tradujo en descortesía. Pero fue el mejor de los tres celebrados hasta ahora. El enfrentamiento valió la pena, para conocer mejor a quienes intentan gobernarnos ¿y callarnos?
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparecerá en la edición del lunes 2 de noviembre de 2015.

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